UN JOVEN LLAMADO TARSICIO O
DONDE LA HUMANIDAD SE DESVANECE
Aun
recuerdo a Tarsicio. Tenía un nombre raro, pero no más extraño que él. Dejó en
muchos una huella imborrable, y los que gozamos de buena memoria, jamás le
olvidaremos.
Se
parecía al muñeco de Risi, pero sin la gracia y la simpatía que el muñeco
expresaba. Era alto, delgado, desgarbado, de piernas de alambre y cabezón
exagerado.
Sus gafas eran enormes, le ocupaban media
cara, y siempre las llevaba aseguradas con un elástico, que ante la presumible
sangría de pasta que provocaba ese cristal que se rompía una vez y otra vez, y
hasta dos veces al día, sus padres, ya mosqueados, le adornaron con ese
elástico que denotaba torpeza, y producía rechazo, a la vez que bromas
nuestras, que él se pasaba por el forro, porque le importaba un pimiento las
risas de los vulgares e inferiores catetos del pueblo donde su padre
ganaba el sustento.
Porque
Tarsicio pasaba de todos. Él era el rey de su casa, y contento con sus
dominios, jamás los ponía en la estacada. Nunca hizo un amigo; jamás dejó
entrar en su casa a nadie para enseñarles los juguetes con que sus padres, en
las fiestas, le obsequiaban.
Algunos
niños decían que tenía un Scalectrix de tres plantas en un salón de su casa.
Otros aseguraban haber entrado en su morada, y contaban jugosas historias de
ensueño para los que escuchaban: en ellas Tarsicio era poco menos, que el hijo
de un patriarca. Los mejores juguetes, las versiones más caras, un
Exin-Castillo del cinco, un Cine-exin con 100 películas, y la de “Pluto en la
casa de los espejos” la más codiciada, eran solo el pellejo de una casa colmada
de ambrosías infantiles, que Tarsicio no mentaba, y que igual nunca tuvo, pero
su misteriosa figura, su dedicación al estudio y su misantrópica existencia,
forjaban tales leyendas.
Pero Tarsicio era un
déspota, un cafre que malcriado, a todos despreciaba y ni siquiera reparaba en
que otros niños a su derredor existieran.
Y
así fue como un domingo, un domingo cualquiera, del caluroso verano de estas
secas tierras, Tarsicio fue a la piscina, como todos en esa época, y con varios
flotadores, con gafas de buzo y aletas, con una barca flotante y con colchones
de goma, era la envidia de todos los niños de aquella época. Tarsicio se hizo el amo de aquella atestada
alberca y todos más que bañarse, envidiaban sus prebendas, y a nadie miraba un
instante, ni para vacilar siquiera, pues Tarsicio se bañaba solo, y, al menos
en su gran cabeza, nadie había en la piscina, solo él y la botella de fresca y
rica casera, que su madre le entregaba cada vez que se le antojara, aunque ya
se hubiera bebido la que todo niño en dos semanas.
Y
tras el buche, se tiraba a la piscina, con las piernas por delante, sin reparar
en que hubiera algún infante que lastimado salir pudiera. Y como no podía ser
de otra forma, así ocurrió. Tarsicio al agua se tiró con alegría y la casera
aún fresquita en su boca y con sus largas piernas propinó un fuerte golpe a
otro niño cualquiera que tranquilamente en el agua hacía sus piruetas. Y como
si nada pasara, Tarsicio volvió a su madre, que le dio más casera de naranja e
hizo ademán de tirarse otra vez cuando de repente, un bofetón le devolviera al
mundo de los presentes. Era el padre del dañado, que viendo la forma grotesca
de conducirse que Tarsicio tenía, decidió que era bastante y suficiente la
actitud de aquella pequeña bestia. Y el padre de Tarsicio, su madre y su
parentela, recogieron sus enseres, y sin decir adiós siquiera, salieron de la
piscina y jamás se les volvió a ver en ella.
Tarsicio
nunca fue visto en lo sucesivo y cual si fuera un fantasma del olvido, marchó
sin dejar huella, pero alguno como yo, todavía le recuerda.
Seguro que hoy día, Tarsicio es Político, pues
ya de pequeño apuntaba maneras, y yo casi diría que ya por entonces lo era. Y
si no lo es, apostaría a que conserva ese aire de altivez y prepotencia, su
marcada palidez y su marmórea jeta. Y con esos atributos, ¿qué puede ser sino
un extraño ser que sabe ubicarse y reconoce quién por encima y por debajo está
de él?.
Seguramente no se
acordará de mí, pero yo sí que lo recuerdo y por eso le mando un saludo
dondequiera que se encuentre.
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