jueves, 14 de abril de 2016

UN JOVEN LLAMADO TARSICIO O
DONDE LA HUMANIDAD SE DESVANECE

Aun recuerdo a Tarsicio. Tenía un nombre raro, pero no más extraño que él. Dejó en muchos una huella imborrable, y los que gozamos de buena memoria, jamás le olvidaremos.
Se parecía al muñeco de Risi, pero sin la gracia y la simpatía que el muñeco expresaba. Era alto, delgado, desgarbado, de piernas de alambre y cabezón exagerado.
 Sus gafas eran enormes, le ocupaban media cara, y siempre las llevaba aseguradas con un elástico, que ante la presumible sangría de pasta que provocaba ese cristal que se rompía una vez y otra vez, y hasta dos veces al día, sus padres, ya mosqueados, le adornaron con ese elástico que denotaba torpeza, y producía rechazo, a la vez que bromas nuestras, que él se pasaba por el forro, porque le importaba un pimiento las risas de los vulgares e inferiores catetos del pueblo donde su padre ganaba  el sustento.
Porque Tarsicio pasaba de todos. Él era el rey de su casa, y contento con sus dominios, jamás los ponía en la estacada. Nunca hizo un amigo; jamás dejó entrar en su casa a nadie para enseñarles los juguetes con que sus padres, en las fiestas, le obsequiaban.
Algunos niños decían que tenía un Scalectrix de tres plantas en un salón de su casa. Otros aseguraban haber entrado en su morada, y contaban jugosas historias de ensueño para los que escuchaban: en ellas Tarsicio era poco menos, que el hijo de un patriarca. Los mejores juguetes, las versiones más caras, un Exin-Castillo del cinco, un Cine-exin con 100 películas, y la de “Pluto en la casa de los espejos” la más codiciada, eran solo el pellejo de una casa colmada de ambrosías infantiles, que Tarsicio no mentaba, y que igual nunca tuvo, pero su misteriosa figura, su dedicación al estudio y su misantrópica existencia, forjaban tales leyendas.
Pero Tarsicio era un déspota, un cafre que malcriado, a todos despreciaba y ni siquiera reparaba en que otros niños a su derredor existieran.
Y así fue como un domingo, un domingo cualquiera, del caluroso verano de estas secas tierras, Tarsicio fue a la piscina, como todos en esa época, y con varios flotadores, con gafas de buzo y aletas, con una barca flotante y con colchones de goma, era la envidia de todos los niños de aquella época.  Tarsicio se hizo el amo de aquella atestada alberca y todos más que bañarse, envidiaban sus prebendas, y a nadie miraba un instante, ni para vacilar siquiera, pues Tarsicio se bañaba solo, y, al menos en su gran cabeza, nadie había en la piscina, solo él y la botella de fresca y rica casera, que su madre le entregaba cada vez que se le antojara, aunque ya se hubiera bebido la que todo niño en dos semanas.
Y tras el buche, se tiraba a la piscina, con las piernas por delante, sin reparar en que hubiera algún infante que lastimado salir pudiera. Y como no podía ser de otra forma, así ocurrió. Tarsicio al agua se tiró con alegría y la casera aún fresquita en su boca y con sus largas piernas propinó un fuerte golpe a otro niño cualquiera que tranquilamente en el agua hacía sus piruetas. Y como si nada pasara, Tarsicio volvió a su madre, que le dio más casera de naranja e hizo ademán de tirarse otra vez cuando de repente, un bofetón le devolviera al mundo de los presentes. Era el padre del dañado, que viendo la forma grotesca de conducirse que Tarsicio tenía, decidió que era bastante y suficiente la actitud de aquella pequeña bestia. Y el padre de Tarsicio, su madre y su parentela, recogieron sus enseres, y sin decir adiós siquiera, salieron de la piscina y jamás se les volvió a ver en ella.
Tarsicio nunca fue visto en lo sucesivo y cual si fuera un fantasma del olvido, marchó sin dejar huella, pero alguno como yo, todavía le recuerda.
 Seguro que hoy día, Tarsicio es Político, pues ya de pequeño apuntaba maneras, y yo casi diría que ya por entonces lo era. Y si no lo es, apostaría a que conserva ese aire de altivez y prepotencia, su marcada palidez y su marmórea jeta. Y con esos atributos, ¿qué puede ser sino un extraño ser que sabe ubicarse y reconoce quién por encima y por debajo está de él?.
Seguramente no se acordará de mí, pero yo sí que lo recuerdo y por eso le mando un saludo dondequiera que se encuentre.

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