martes, 2 de agosto de 2016
lunes, 9 de mayo de 2016
EL LIBRO
DEL OPIO
1.- A MODO DE PREFACIO:
“Hazlo tú mismo”
es un eslogan que se ha convertido en un mantra que se aplica a casi todos los
ámbitos de la vida de las personas. Las leyes a veces criminalizan ciertas
prácticas o a ciertas substancias que
repercuten muy negativamente en aquellos que las necesitan. Su prohibición
ocasiona más problemas que su permisividad, y no son pocos los casos en los que
se da esta circunstancia.
España, y en
concreto Andalucía es una zona con un clima excelente, una tierra fértil
abundante y unos productos agrícolas de gran calidad. Ese hecho es otro
argumento más para que ese “Hazlo tú mismo” sea más justificado aún.
Este librito tratará de ser útil para
aquellos que demanden los contenidos propuestos en él, y no pretenderá jamás
cubrir una necesidad al que no la tiene.
Las páginas que siguen, divididas en cinco
capítulos contienen todos mis conocimientos acerca de la plantación, cuidados,
recolección, tratamiento, usos y derivados de las papaveráceas de la subespecie
somniferum, y de su producto: el opio.
Procuraré que sea una obra útil y
procuraré no perderme en divagaciones y contenidos que a nadie sirven y que aburren al lector.
2.- LA PLANTA:
Comúnmente se
conocen a las papaveráceas como adormideras, pero en cada zona recibe también
otros nombres que, muchas veces, se refieren a ejemplares endémicos de la zona,
diferentes de otros, aunque sea en caracteres muy secundarios.
Aquí trataremos sobre las papaveráceas en cuyo látex se
encuentran alcaloides estupefacientes, principalmente la morfina, pero también
la codeína y la tebaína. Este rasgo es el que diferenciará dos grandes grupos:
las amapolas de opio y el resto de amapolas.
La Amapola del Opio (papaver somniferum)
es una planta anual. Llega a medir como máximo un metro ochenta, y de media, un
metro cuarenta. Es de color verdoso
azulado, y los pétalos ofrecen diversos colores, pero predominan el lila, el
rojo y el blanco. Suelen ser tetrapétalas, pero no faltan especies con forma de
clavel. Germina en forma de plántula, en otoño o en primavera, según el clima
de la zona, ya que evita los terrenos mal drenados y las heladas severas. Sus
hojas son grandes, parecidas a las de lechuga, y rodean al tallo. Cada planta
tiene unas cinco flores de media, pero puede llegar a diez o doce y las he
visto de tan solo una.
El látex es blanco lechoso, y se concentra
mayormente en las cabezuelas, llegando en su madurez a concentrar el 75% del
total del látex contenido en la planta. Unos ojos expertos la distinguen
fácilmente, pero no es tan sencillo para los principiantes.
Florece entre el 20 de mayo y el 20 de
junio, y se recolecta en el mes de junio o a más tardar la primera semana de
julio.
2.1.-
PLANTACIÓN:
Las semillas
contenidas en las cápsulas maduras y secas se reservan y pocos días antes de
plantarlas se meten en el refrigerador unos cuatro o cinco días. Luego se
mezclan con dos partes de tierra y una de semillas, y esa mezcla se esparce
sobre el terreno donde se plantarán. Finalmente se cubren con una finísima capa
de tierra y se riega cuidadosamente con pulverizador. A los ocho días nacen unas
plantitas con dos hojas, y se dejan hasta que tengan unas ocho o diez hojas,
para observar las más fuertes y eliminar las menos potentes, dando así
marquilla a la planta, que debe ser de unos veinte cm por veinte cm.
Durante toda la fase de plántula, se
riega con pulverizador, y con cuidado. Si se han plantado en otoño, es normal
que la planta se pare en su crecimiento hasta que pasen las heladas, cosa que
no ocurre si se plantan en marzo. Esta es mi recomendación.
Esta planta requiere terrenos ricos en
fertilizantes naturales, muy bien drenados y soleados por la mañana y umbríos
por la tarde. El mes de mayo debe comenzar con las plantas ya de medio metro y
las menos aventajadas de la mitad de tamaño.
Una práctica muy extendida consiste en
eliminar la cápsula del tallo principal, para conseguir que cada planta quede
con cinco flores a lo sumo, eliminando también las flores que se están
desarrollando en el mismo tallo. Hay quien lo hace, pero yo no lo hago.
Cuestión de probar.
La cuestión del riego debe ser normal,
sin excesos. Es muy importante, sin embargo, que una vez se abra el primer
capullo de una planta, se suspenda el riego a todas aquellas que florecerán en
veinte días, para ayudar a que el látex sea más rico en morfina y otros
alcaloides.
2.2.-
RECOLECCIÓN:
Diez días después de la caída de los
pétalos, que son muy fugaces, la cápsula ha sextuplicado su tamaño, ha
adquirido una tonalidad amarillenta y la coronita se ha curvado hacia arriba.
Es el momento de sajar las cabezas.
Sajar significa hacer unos finísimos
arañazos en la epidermis de la cápsula de forma que salga el látex hacia afuera
pero esos cortes nunca deben ser tan profundos como para que el látex se quede
dentro. Ese aspecto es primordial.
Aquí os describo una herramienta casera muy útil para el
sajado. Coged una hoja de afeitar de una Gillette azul y hacer tres puntas con
una distancia de 4 mm una de otra. Dos trozos de madera o cartón a ambos lados
y un manguito para cogerla. Así se sajan las plantas bien y rápidamente.
Observar el dibujo.
El sajado se hace
al amanecer, con los primeros rayos de sol, cuando más látex tienen las
cabezas. Solamente se sajan las que están listas para ello, el resto se deja
para sajarlas con la recolección que se hará unas 48 horas más tarde y también
al amanecer.
El primer sajado se recoge dos días
después, y a las ya recolectadas se les practica un segundo sajado por la otra
cara. Igualmente, las que antes no estaban listas para ser sajadas y ahora lo
están se les saja también. El opio ya estará cuajado y se recoge raspando
suavemente con un filo no cortante dispuesto con una cazoleta anexa. En el
dibujo se propone uno.
Si la cabeza es de buen tamaño se puede
hacer un tercer sajado. Lo normal es que se obtenga un gramo de opio bruto
impuro de cada diez cabezas en el primer sajado, y un gramo por planta con dos
sajados.
El opio recolectado se amasa en bolas de
unos dos o tres gramos cada una y se envuelve en las mismas hojas de la planta.
Terminada la cosecha, hemos debido respetar unas diez cabezas, las mejores,
para semillas. El opio bruto se deja secar durante una semana y luego se reduce
a polvo acristalado y se disuelve en agua calentita, nunca a más de 70º. Se
filtra y se repite el proceso unas tres veces hasta que eliminemos todas las
impurezas. Ese líquido resultante es opio puro disuelto en agua y su aspecto será
de color marrón oscuro.
Seguidamente, o
bien al baño maría o bien al aire (sombra) se deja evaporar hasta obtener una
consistencia de jarabe. Así, se vuelve a amasar en pelotas de tres a cinco
gramos y se deja secar otra vez. Hemos perdido un 30% de peso, pero lo hemos
ganado en concentración.
Muchos aconsejan añadirle vinagre o limón, para mejorar la
concentración de alcaloides fenantrenos, pero el problema es que el opio pierde
su aroma natural, que, aún siendo cuestión de gustos, para mí, es delicioso.
Una vez bien seco, cuando el opio se presenta cristalino,
duro y oloroso, se procede a la tercera
fase:
3.- LA ELECCIÓN:
Ahora debemos
elegir qué hacer con la cosecha. Si ha sido de 20 a 60 gramos, lo mejor es
usarlo como opio para fumar, láudano, comerlo…. Si tenemos entre 60 y 150
gramos, podemos dedicar 100 gramos a morfina/heroína y obtener unos 2 gramos de
morfina al 95% y uno de heroína al 90%. Si tenemos más de 150 gramos, podemos
dejar 100 gramos de opio ara consumirlo en opio, y dedicar 300 gramos a
morfina/heroína, obtniendo unos 30 gramos de morfina pura y unos 12 de heroína
pura
.
a) Opio: El opio es
el producto de la fase anterior, que hemos dejado secar en bolitas de 5 gr. Se puede fumar en pipa, en
aluminio, empapando el tabaco en hebras en la disolución y luego liado en
cigarrillos. También se pone debajo de la lengua o por vía rectal envuelto en
papel de fumar. O se hace tintura alcohólica tipo laúdano.
b) La receta del laúdano es fácil y al gusto: se
trata, en definitiva de disolver una sexta parte de opio seco y puro en cinco
partes de una bebida alcoholica de entre un mínimo de 20 grados y un máximo de
55 grados. Se le añaden especias como canela y azafrán y se deja macerar unos
días. Se consume en gotas, pero ¡cuidado con el
c) laúdano! Todos
son fáciles de hacer, pero es una forma muy cutre de usar el material. Para mí
la mejor es el laúdano y la peor fumar en aluminio.
d) Morfina: El
proceso es el siguiente:
a) Se reducen a
polvo las bolas de 5 gr. Secas. Una parte de cada cuatro será opio y las otras
tres, agua. Luego se calienta, añadiendo
cal viva poco a poco sin pasar de los 75º para evitar deterioro de alcaloides.
b) Se cuela en un
filtro de café y se obtiene un líquido que es sal básica de morfina. (sal de
calcio de morfina) diluida en agua. Este liquido se deja reposar y en el fondo
del vaso de precipitados se observará un poso que son alcaloides diversos
(tebaína, codeína, narceína, papaverina, narcotina….), y por eso ese líquido se
vuelve a filtrar. En el filtro quedarán los alcaloides precipitados y el
líquido será morfina en sal.
c) Seguidamente se le añade cloruro de amonio, o amoniaco. Se
calienta un poco. Se deja reposar diez horas y la morfina precipita y al
filtrarse al cabo de las diez horas queda en el filtro la morfina precipitada.
Tiene un 60%& de pureza y es de color pardo oscuro.
Ya tenemos morfina impura al 60%
d) Ahora la
limpiamos con acetona en pequeñas cantidades, para asegurarnos que las
impurezas son ya mínimas.
e) Aparte preparamos
una solución de ácido tartárico a una temperatura máxima de 80º C, en el cual la disolveremos la morfina en sal
básica y ya limpiada con acetona.
f) Llegados a este
punto, hay quien la disuelve en carbón activado para blanquearla y quien no. Yo
soy de los segundos, pero ese bitartrato de morfina tratado con carbón activado consigue dejar el
color parduzco en blanco.
g) El bitartrato de
morfina es una sal ácida y por tanto volvemos a añadir amoniaco para obtener
otra vez morfina, pero esta vez al 90% de pureza y mucho más limpia y blanca.
3.1- SI ELEGIMOS
LA MORFINA:
Si hemos elegido usar la morfina y no
convertirla en heroína, o bien en partes, podemos consumir la morfina obtenida
del punto g) anterior. Aquí las alternativas son varias:
-
Disolver la morfina en ácido clorhídrico y obtener cloruro
mórfico.
-
Disolver la morfina en ácido sulfúrico y obtener sulfato
de morfina.
-
Otros métodos para obtener morfina en sal neutra.
Conviene no olvidar que esa morfina es
pura, y con esa pureza 300 miligramos sería letal para alguien sin tolerancia a
los opiáceos. 2 miligramos diluídos en
20 mg de agua sería suficiente para obtener efectos sensibles y prolongados.
3.2.-
SI ELEGIMOS LA HEROÍNA:
Es tan fácil
hacer heroína si tenemos morfina de gran pureza que sería una mala opción no
hacerla.
La
morfina se hace reaccionar con un compuesto acetilizante para que forme la
heroína (la diacetilmorfina).
La
morfina sólida y seca obtenida del primer paso se mezcla con un exceso de
anhídrido acético y se calienta hasta que se disuelve completamente. La
solución se sigue calentando casí hasta el punto de ebullición, y se mantiene a
esa temperatura durante 30 minutos, aproximadamente, mientras se produce la
síntesis de la heroína por reacción entre la morfina y el anhídrido acético.
Se
deja enfriar la solución de heroína y se le añade agua para eliminar el
anhídrido acético que siempre sobra de la reacción de acetilización. Al
añadirse el agua, la heroína se convierte en acetato de heroína, que es soluble
en el medio acuoso. La solución se filtra y luego se alcaliniza conbicarbonato
de sodio . El acetato de heroína en solución se convierte en heroína, la cual
es insoluble en agua; por lo tanto, precipita, se separa de líquido por
filtración y se seca.
La
pureza de la heroína resultante depende de la pureza de la morfina original y
del grado de acetilización conseguido, pero rondará el 85% de pureza.
La
heroína obtenida en el segundo paso se disuelve en acetona caliente y se le
agrega carbón activado que la descolora. La solución se agita y filtra, y se
retiene la parte líquida donde esta la heroína. A esta solución de la heroína
en acetona se le añade ácido clorhídrico concentrado; se mezcla bien y se deja
reposar. Esta operación convierte a la heroína en clorhidrato de heroína. La
solución se filtra y el clorhidrato de heroína se retiene y se seca.
La
pureza de este producto oscila entre el 80 y el 95 por ciento. Las impurezas
principales que contiene suelen ser la monoacetilmorfina y la acetilcodeina. La
pureza del clorhidrato de heroína depende del grado al que se haya llevado la
purificación anterior de la morfina. En la elaboración del clorhidrato de
heroína se han utilizado como solventes la acetona, el éter etílico y la
metiletilcetona, que tienen en común la propiedad importante de disolver la
heroína pero no el clorhidrato de heroína.
4.- CONSEJOS Y RECOMENDACIONES:
Es
obligado reseñar que la adormidera del opio es una planta con propiedades
diversas, y como tal puede emplearse como veneno o como curativo milagroso.
Para que quede claro, el objeto de este librito no es otro
que dar a conocer los pros y los contras de usar esta planta, la cual, y en
todo caso, debe ser usada de forma responsable e inteligente.
El opio y sus derivados naturales son substancias muy
adictivas, que provocan tolerancia y adicción con suma facilidad. Los efectos
dependen de las cantidades consumidas, por ello el obtener alcaloides sin saber
qué concentración ni que tipo de alcaloide estamos tomando entraña numerosos y
certeros riesgos de envenenamiento e incluso de muerte por sobredosis.
Mi consejo es que las primeras
experiencias sean con tisanas de cabezas secas o casi secas, con un máximo de
tres en medio litro de agua. Los enjuagues sirven para calmar el dolor de
muelas y su ingestión provoca sueño, analgesia, naúseas y euforia.
La
presencia de alguien experimentado en la materia es muy recomendable ya que la
sensibilidad de cada persona a los opiáceos es diferente y si no se tiene
tolerancia a estas drogas, una mínima cantidad de opio seco ingerido puede ser
desde inocua por carecer prácticamente de morfina a ser peligrosa si ese látex
tiene un 18% de morfina. El olor del opio crudo y seco es muy indicativo, y las
primeras veces es mejor fumarlo antes que usarlo por vía oral o rectal, y sobre
todo en forma de laúdano.
Si
nuestro opio es rico en morfina, y preparamos un laúdano correctamente, cinco
gotas serán suficientes para experimentar efectos intensos, sobre todo en
personas poco acostumbradas a la droga.
Dos gramos de opio crudo, al 15% de
morfina, probablemente llevarán también un 3% de tebaína, un 1% de codeína,
papaverina, noscapina, narcotina, narceína y otros alcaloides activos. Esa
cantidad, tomada vía oral y de una sola vez puede poner en peligro la vida de
una persona sin tolerancia a los opiáceos.
Si esos mismos dos gramos se
reducen a polvo seco y se fuman en papel aluminio aspirando el humo, los
efectos serán muy rápidos y el fumador sabrá cuando ha tomado bastante, por lo
cual es más recomendable que ingerirlos juntos.
Las gotas de laúdano también se
controlan comenzando por dos gotas, y al cabo de hora y media, y en función de
los efectos, incrementar la dosis o no.
La presencia de una persona en las
primeras experiencias es muy conveniente, ya que el opio actúa deprimiendo el
SNC, la respiración e induciendo el sueño, por ello, el drogado puede caer en
estupor como prolegómeno de una sobredosis aguda con efectos potencialmente
letales.
La extracción de morfina o heroína,
jamás debe hacerse la primera vez, y sin conocimientos previos, ya que el
resultado puede ser muy diferente a lo que se está buscando, y los reactivos
usados son productos fuertes y peligrosos (acetona, cal viva, amoniaco, anhídrido
acético, ácido hidroclórico, ….).
Empapar tabaco en opio disuelto en
agua y secado luego, sin más, es una buena forma de iniciarse en el consumo
responsable de opio, ya que así solamente se aprovecha la cuarta parte de la
morfina contenida en el opio y el riesgo
disminuye drásticamente. Lo mismo hay que decir de empapar tabaco en
laúdano.
5.- PARA TERMINAR:
Las expectativas del consumidor son
otra parte del asunto que conviene reseñar. Las leyendas y mitos sobre el opio
y sus efectos son numerosas. Visiones gloriosas, inspiraciones oníricas,
exaltación de la creatividad y de la imaginación y bienestar rayano con el
mayor de los placeres son efectos que se atribuyen al opio.
No obstante, las estadísticas dicen
que una de cada tres personas sanas encuentran muy desagradable la primera
experiencia con el opio. El ochenta por ciento de los que lo prueban por
primera vez experimentan naúseas y vómitos violentos, somnolencia, mareos,
disforia, somnolencia, estupefacción, y otros efectos poco deseables.
El opio es agradable cuando el que
lo consume está habituado o lo conoce de experiencias anteriores, y sobre todo
cuando padece dolores, ansiedad, displacer, depresión, insomnio y dolencias
semejantes.
La capacidad de las papaveráceas
para generar adicción es mayor que su capacidad para generar placer, eso nunca
debe olvidarse. No se sabe todavía con certeza el motivo por el cual estas
plantas producen réplicas exactas de las moléculas endógenas que nuestro
organismo produce para enfrentar determinadas circunstancias como el dolor, la
tranquilidad, o el normal
funcionamiento del sistema nervioso. Así, cuando el opio penetra en el
organismo, se produce un incremento anormal de endorfinas, y si este se repite,
el organismo deja de producirlas cumpliendo con la ley natural “del mínimo
esfuerzo”. Es cuando se instaura la adicción. Este es el gran peligro del
consumo de opio, ya que la adicción a los opiáceos suele ser una enfermedad
crónica que, por lo general, suele esclavizar al individuo de por vida, y tiene
como consecuencia principal una disfunción del SNC que produce drásticos y poco
deseables cambios en la existencia personal y social de la persona.
domingo, 1 de mayo de 2016
SOLUCION A LA ADIVINANZA UNO
El preso, se sirve de la palanqueta que tiene y practica un agujero en el suelo de la celda, pero sabe que es imposible huir por ahí. Lo que pretende es amontonar la tierra y servirse de ese pináculo para llegar al ventanuco del techo. Allí, con su hierro, hace palanca y separa los barrotes. Su estado famélico y su extrema delgadez le permiten salir sin dificultad. Así escapa de su cautiverio.
viernes, 29 de abril de 2016
UNA HISTORIA MUY HUMANA
Aquel
niño decía tener 7 años, pero era responsable y evidenciaba una inusual madurez
para esa edad. Solía llegar a clase el primero, en una vieja bicicleta con las
cubiertas gastadas, sin frenos y casi inutilizable por lo ajada y deteriorada
que estaba. A veces irrumpía en clase una vez empezada, pero nunca con más de
cinco minutos de retraso, y se disculpaba con una sinceridad indiscutible. Era,
además, un muy buen alumno: diligente, trabajador, atento, correcto y muy
inteligente.
Recuerdo que en cierta ocasión puse como
tarea a mis pupilos una redacción sobre su familia, el trabajo de sus padres y
la convivencia doméstica. Yo, en realidad, buscaba conocer algo más de aquel
alumno, porque debo reconocer que estaba intrigado en cuanto a su persona.
Rellenó cerca de tres cuartillas, en las
que apenas encontré dos o tres faltas de ortografía. Se expresaba muy bien, y
apenas llevaba cuatro meses de escolarización. Pero, si bien estos extremos me
sorprendieron, fue el contenido el que me dejo estupefacto, y por ello lo
transcribo aquí literalmente:
“Manuel
Alcázar Rivera. Grado elemental. 1º curso.
12
de enero de 1952. Zarza de Granadilla (Cáceres).
REDACCIÓN:
“MI VIDA FAMILIAR”
Me llamo Manuel, y tengo 7 años y diez
meses. Soy el menor de 4 hermanos, todos varones y vivimos en una granja a doce
kilómetros del pueblo. Allí criamos cabras, ovejas, cerdos, gallinas y vacas.
También tenemos una huerta y dos fanegas de trigo y una de olivar. Mis padres y
los cuatro hermanos trabajamos también en la granja y en la huerta.
Mi padre se llama Serafín y mi madre
Eulalia. Mi hermano mayor tiene 15 años y se llama José; el segundo doce y se
llama Antonio; luego va Luís, que tiene 10 años y yo que tengo casi ocho, que
cumpliré el próximo 17 de marzo.
Cada día me levanto a las cuatro de la
mañana, ordeño, realizo mis labores en la granja y a las siete cojo la
bicicleta y vengo al colegio, sin que mi padre se entere ya que no me permitiría
de ninguna manera asistir a la escuela. Mi madre y mis hermanos me cubren, pero
más temprano que tarde, me descubrirá y su castigo será severo.
Me encanta aprender y el colegio me
entusiasma. Mi profesor, Don Federico, es un hombre sabio del que quiero
aprender todo lo posible antes que mi padre me prohíba terminantemente seguir
viniendo a las clases. Pero yo quiero ser médico, o farmacéutico, y salvar
vidas ayudando al prójimo. También me interesan mucho las matemáticas y las
ciencias naturales.
De camino a la escuela recojo a mi amigo
Eduardo, que tiene 8 años, y lo monto en mi bici para traerlo al pueblo ya que
trabaja de aprendiz con un zapatero. Yo le he dicho que venga al colegio, pero
dice que su familia es pobre y debe ayudar económicamente.
A la una y media, cuando acaban las clases,
cojo mi bici y pedaleo doce kilómetros hasta la
granja, justo cuando mi padre está en la taberna, de
la que llega borracho y pasadas las cinco de la tarde. Mi tío Horacio me compró
dos cuadernos, el libro, dos lápices y un plumín. Le estaré agradecido toda mi
vida.
Por eso debo aprovechar el tiempo y
aprender lo máximo, porque el día menos pensado, mi padre se presentará aquí y me
llevará a correazos a la granja y…adiós escuela y conocimientos.
Espero que eso sea lo
más tarde posible y que, al menos, tenga tiempo para acabar este curso”.
Confieso que tras leer aquello no pude
reprimir una tristeza infinita que invadió mi corazón. Un nudo en la garganta y
una tremenda emoción se apoderó de mí. Aquel chaval me había abierto su corazón
y con la mirada perdida y su redacción en mis manos, pensé en un día de lluvia
y viento, con los caminos embarrados y Manuel pedaleando de noche para asistir
a mis clases, y eso día tras día, ya sea otoño o el duro invierno de estas
tierras. Aquel chaval tocó mi corazón y me propuse ayudarle.
Al día siguiente, acabé la clase media
hora antes y me quedé a solas con el chaval.
-
He leído tu redacción, Manuel - le dije – y quiero ayudarte. He pensado que
podrías aprovechar la ausencia de tu padre para venir a clase y yo estoy
dispuesto a darte cinco horas, de dos a siete, todos los días. ¿qué dices?
-
Es usted muy amable, pero ¿y si mi padre
lo descubre cuando salga borracho y violento de la taberna y viene aquí?
Entonces estaremos ambos en peligro –dijo mirándome a los ojos.
-
El médico viene todos los días a las
ocho y media. Puede recogerte en su moto y así no tendrías que pedalear dos
horas y antes de las dos estarías en la granja –le propuse-.
-
No quisiera ocasionarle molestias ni
compromisos –replicó.
-
Manuel, ese hombre es mi amigo y no
tendría reparos en hacerme ese favor.
- Déjeme que lo piense, y el lunes hablaré
con usted –me dijo, y añadió: es usted muy amable, Don Federico, y le estoy muy
agradecido.
- Por alumnos como tú sigo en esta
profesión, créeme -le dije- y estreché su mano mientras me embargaba una
inenarrable emoción.
El lunes, al final de la clase, Manuel
se quedó allí y me dijo que si aceptaba mi propuesta no podía traer a su amigo
al trabajo. Yo le contesté que los dos cabían en la moto de mi amigo, y
entonces me dijo que aceptaba la propuesta. Me tendió su mano, curtida y áspera
como la de un adulto, y con lágrimas en los ojos, y una mirada sincera musitó:
-
Le estaré eternamente agradecido, Don
Federico.
Y
dándose media vuelta, se marchó.
* * * * * * * * *
Un espléndido día de principios de mayo,
salimos al campo a dar la clase de ciencias. La naturaleza estaba en su
esplendor, y cuando quise mirar la hora reparé en que eran cerca de las cinco
de la tarde. Manuel se puso nervioso y me suplicó que debía marcharse de
inmediato. Pero mi amigo no estaba porque ese día se había tenido que marchar
antes de tiempo, y pedí prestada una bicicleta para Manuel, que montó en ella y
salió disparado hacía la granja.
A la mañana siguiente, regresó como
siempre en la moto de mi amigo, y me aseguró que no había ocurrido ningún
percance.
Al dar las doce, rezamos el ángelus y al
acabar, irrumpió en el aula un tipo violento y vociferante preguntando por
Manuel Alcázar Rivera. Al verlo, mi pupilo palideció de inmediato.
Aquel bárbaro le propinó una sonora bofetada y
lo levantó del pupitre cogiéndole de una oreja. Corrí a defenderlo, pero me
propinó un puñetazo que me tumbó en el suelo.
-
Así que esta es tu forma de ayudar en
casa, ¿no? –le dijo fuera de sí.
Yo salí del colegio y avisé a la Guardia
Civil, y una pareja me acompañó al aula. En ese preciso instante, Manuel salía
de la oreja mientras su padre blasfemaba y vociferaba como un poseso.
-
Quiero denunciar esta situación, agentes
–les dije a los Civiles.
-
¿qué exactamente? –preguntaron.
-
Explotación infantil, negativa a la
educación de su hijo y malos tratos –dije. Además, este hombre está borracho y es
violento.
-
¿es usted el padre del niño? –preguntó
un agente.
-
¿y a usted que cojones le
importa?-respondió el padre fuera de sí.
El Guardia le obligó a soltar al niño y
le propinó un puñetazo, mientras le advertía que debía de guardar respeto a la
autoridad.
-
Es mi hijo y hago con él lo que me dé la
gana-dijo el bárbaro.
-
Pues yo también-dijo el agente- y por
eso le voy a detener y llevarle al calabozo mientras espera que el juez decida
sobre su conducta.
El otro agente me hizo una señal y me
llevó un poco apartado para preguntarme algunas cosas sobre el alumno. Le conté
todo y le mostré incluso la redacción de Manuel.
-
Es un chico muy maduro y hace treinta
kilómetros diarios para venir a clases, y eso tras levantarse a las cuatro de
la madrugada para dejar terminada su tarea en la granja familiar.
El Guardia quedó impresionado y ante mis
ruegos de que ayudara al chaval me prometió que haría cuanto pudiera para que
siguiera viniendo a clases.
Manolito siguió asistiendo a clases,
pero unos veinte días antes de las vacaciones de verano, una mañana apareció
con moretones en la cara y un ojo casi cerrado. Había recibido una monumental
paliza, aunque él no culpaba a su padre, sino a unos golfillos que le habían
zurrado. Le llevé a mi despacho y le dije que se quitara la ropa, entonces pude
observar que tenía la espalda llena de latigazos hechos con un cinturón y con
una hebilla de metal.
Reanudamos la clase, pero al poco, la
puerta se abrió bruscamente y entró el padre de Manolo en evidente estado de
embriaguez. Cogió su cuaderno y lo hizo trizas allí mismo. Partió los lápices y
tras unas bofetadas, prendió a su hijo del brazo y lanzándome una mirada
venenosa me dijo:
-
Le aseguro que pagarás bien caro todo
esto.
Mientras se marchaba, el niño me dedicó
una última mirada. En sus ojos, anegados en lágrimas, se leía una triste
despedida, que me partió el alma. Desde aquel funesto día ya no le volví a ver.
* * * * * * * * *
Más de veinticinco años después de
aquello, mientras hojeaba un periódico, leí con asombro una noticia que decía:
“Ayer
fueron nombrados los Secretarios de Estado del Gobierno de Adolfo Suárez, (….),
Don
Manuel Alcázar Rivera, Secretario de Estado de Educación (…)”.
Unas semanas más tarde recibí una
invitación del Ministerio de Educación y Ciencia en la que se me invitaba a
acudir a una reunión con Don Manuel. Escrita de su puño y letra, decía:
“Estimado Profesor:
Durante todos estos años no he dejado de
recordarle ni un solo día. Sería un honor para mí que aceptara mi humilde
invitación, ya que gracias a usted he llegado aquí. Le emplazo para el próximo
día 30 a las 17 horas en el Ministerio. Aunque es posible que ya esté usted
jubilado, haré cuanto esté en mi mano para financiar su encomiable labor
pedagógica y su compromiso con los más desfavorecidos.
Reciba un abrazo y mi más sincero
agradecimiento por sus acciones en pro de mi educación, porque gracias a usted
mis esfuerzos han tenido recompensa, pues le aseguro que sin usted jamás
hubiera logrado mis sueños y metas. Suyo
Manuel Alcázar Rivera
Secretario de Estado de Educación”.
Me enjugué las lágrimas que se
deslizaban por mis mejillas, y dí gracias a Dios porque con su mano, el pequeño
Manuel había triunfado allí donde se estrellan los que no han sido agraciados
por la fortuna.
Y, sentado en mi sillón, con la mirada
perdida, recordé esos ojos que me miraron suplicando ayuda cuando su violento
padre le arrastró lejos del colegio. Jamás la podré olvidar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)