EL HIJO DEL CATEDRÁTICO
“La
pseudo- ciencia, ignora los sentimientos y los valores humanos y morales . La
educación debe consistir en una mezcla equilibrada de ambos conocimientos. De
lo contrario, la persona resultante, nunca estará preparada para realizarse a
sí misma ni para ser útil a la sociedad ni a la familia”.
(Don Manuel
Siurot Rodríguez, Pedagogo).
Era
Don Anselmo Rueda Risco un afamado y muy considerado catedrático de Historia Contemporánea
de España. Había escrito tres libros, referentes y de lectura obligada para
estudiantes y amantes de esta disciplina. También había impartido innumerables conferencias y realizado ponencias en todo
tipo de foros, así como colaboraciones en revistas especializadas y algunos
coqueteos con la poesía y la narrativa poética en prosa; personalmente su reputación era intachable.
Hombre
flemático, metódico y perfeccionista,
tenía un aspecto externo muy acorde con lo que representaba. Era alto, no mal
parecido y muy atildado en el vestir. Sus maneras le delataban como
persona educada y correcta, y era
admirado por casi todos los que le conocían. Sus pocos detractores, le tachaban
de “arrogante y postinoso”.
Ya
catedrático, y con veintisiete años, contrajo matrimonio con Doña Julia Delgado Reinosa,
una mujer de buena familia y muy bella a la que había reducido a un espectro
tras veinte años de matrimonio, a causa
de su intransigencia, su arrogancia y su desprecio por las mujeres, a las que
consideraba seres inferiores defendiendo con vehemencia esa tesis. Al respecto,
era su frase favorita “propter sexus
imbecili tatum” . Las creencias religiosas y la fe de su esposa habían
evitado una dolorosa ruptura de esa unión, porque ella era consciente de que
aquel hombre acabaría por consumirla a base de tristeza y desprecios. Ella y
aquellos que le conocían bien decían que era tan docto e inteligente como
insoportable y tan metódico y responsable como carente de nobleza y de valores
humanos.
Nacieron
de ese matrimonio tres vástagos. La mayor se llamaba Adelaida, y era una joven
retraída, tímida y de semblante triste; su padre la había condenado a la
incultura y a ser mujer de su esposo, a quien sin duda, elegiría él mismo, y que debía ser una eminencia entroncado con
la aristocracia. Luego iba Mercedes, que era un calco de su hermana en todos
los aspectos, incluso en el físico, aunque se llevaban cerca de tres años. El
pequeño, nacido en 1904 y de nombre Anselmo, era el que debía ser el orgullo de
la familia y el que debía cumplir todos los deseos y sueños que su progenitor
no había logrado. Era un joven tímido por demás, pero dotado de un talento
excepcional para el arte, cualidad que había heredado de su madre, Dª Julia,
mujer de una sensibilidad y talento artístico reprimido por las costumbres de
la época. El pequeño Anselmo, con once
años, era capaz de interpretar polonesas
de Chopin, sonatas de Rachmaninoff y al órgano, tientos , fugas y tocatas de
Cabanilles, Cabezón y del mismísimo Bach.
A los trece años, y sin recibir
clases ni nociones básicas de pintura, creaba cuadros impresionistas que
dejaban boquiabiertos a los pocos que podían contemplarlos, porque Don Anselmo
impedía que los entendidos en arte los viesen.
Es
muy ilustrativa la siguiente anécdota: a los quince años, el joven Anselmo
faltó a una clase de latín y el colegio lo puso en conocimiento de su padre.
Este le infligió un severo castigo consistente en una semana encerrado en el
desván. El joven pidió diez pellas de
barro y en dos días modeló una réplica de “El pensador” de Rodin, que era impresionante y demostraba una técnica
y una expresividad que realmente lo convertían en un artista sumamente
prometedor. En ese retiro mejoró ostensiblemente su técnica para el violín, siendo capaz de interpretar a la
perfección a Paganini y a Vivaldi. Aún le sobró tiempo para componer un
cuarteto para cuerda que interpretaría veinticuatro años más tarde y que fue un
éxito rotundo.
Pero
Don Anselmo ya tenía planificada la vida de su hijo, y su idea no pasaba
precisamente por la carrera artística. Su hijo debía ser un insigne doctor en
Leyes y su meta debía ser el gobierno de la España de los primeros años del
siglo veinte, y, por descontado, en las filas del Partido Conservador, pero
lejos del malogrado Antonio Maura y de la Liga Regionalista del gran Cambó.
Así, intentó minar la vocación artística de su hijo, a base de severos castigos
que denotaban una ausencia total de sentimientos y de respeto, unos rasgos que
poseía en grado supremo.
Terminado
el bachiller, obligó al joven Anselmo a cursar la carrera de Leyes, en contra
de su voluntad y tras crudas y agrias discusiones rayanas en la violencia
física. Tuvo, así, el joven Anselmo que obedecer a su padre para evitar a su
madre más sufrimientos.
Corría
el año 1922 cuando el joven comenzó la carrera de Derecho en la Universidad Pontificia
de Salamanca, la más afamada del país.
Apenas
tres meses más tarde, durante las vacaciones de navidad, y casualmente mientras
paseaba por el centro de Huelva, se encontró con su antiguo maestro, Don
Manuel, al que profesaba gran cariño y devoción.
De
él lo había aprendido todo, pero especialmente a ser una persona plena de
sentimientos y de valores, coherente y digna, además de ser sobresaliente en las materias que constituían el plan de
estudios de su época .
Insistía
Don Manuel en la importancia de los sentimientos y de los valores, atributos a
los que otorgaba el mismo rango que la sabiduría y la cultura. Solía decir que
la pseudo-ciencia convierte a los hambres doctos sin sentimientos ni valores en
simples compendios de conocimientos similares a libros vivientes. Aquel
encuentro casual cambiaría la vida del joven para siempre, porque tras un
efusivo abrazo, el antiguo pupilo pidió
encarecidamente a Don Manuel que le dedicara media hora de su tiempo. A pesar
de que Don Manuel casi llegaba tarde a una importante reunión, leyó en los ojos
de Anselmo una ansiedad y un sufrimiento que le hizo aparcar sus obligaciones
para entregarse a la petición de su antiguo alumno.
Sentados
en un velador, frente a sendos y humeantes cafés, Don Manuel le recordó tiempos
pretéritos, le dio la confianza que necesitaba para que se abriera en sus
sentimientos y le imprecó a que le contara aquello que, evidentemente, le
producía una gran desazón.
-
Mi
querido profesor, llevo desde octubre en la Universidad de Salamanca. Mi padre
me ha obligado a matricularme en Leyes, y, como usted sabe, yo llevo el arte en
mis venas. –dijo visiblemente afectado,
y siguió - mi pobre madre, reducida a un espectro por la arrolladora y violenta
personalidad de mi padre, no ha tenido fuerzas ni para protestar. Ahora,
después de tres meses, ya todo se me hace insoportable. ¡Necesito que me ayuda!
– imprecó Anselmo sollozando.
Quedó
Don Manuel callado durante unos pocos minutos. Sin duda, aquello le había
impactado, y el amor que sentía por sus alumnos constituía parte del más
elevado del escalafón de sus valores como persona y como pedagogo.
-
Querido
Anselmo, tú eres una persona dotada para el arte. Reconozco que tu inteligencia
permitiría que obtuvieses buenas calificaciones en cualquiera de las carreras
que pudieras emprender en tu vida…pero tu vocación, tus dotes innatas, tu
voluntad, tu honestidad, tus sentimientos nobles…. ¿no pesan lo suficiente para
convencer a tu padre? – dijo Don Manuel.
-
Cada
día recuerdo sus enseñanzas, sus consejos, sus reiterados consejos acerca de
los valores morales y de los sentimientos como parte importante e
imprescindible de la formación humana….pero mi padre es un obstáculo porque
carece de todo eso que yo he procurado siempre tener en cuenta y que usted me
ha enseñado.
-
Los
suponía – dijo el maestro – y ahora, a tus 18 años ves claramente y sufres en
tus carnes el exceso de sabiduría frente a la carencia de sentimientos y
valores. ¿es tu padre así?
-
Así
es.
-
¡El
docto y respetabilísimo catedrático de Historia de España Don Anselmo Rueda! Le
conozco y entiendo tus lamentos, querido alumno.
El
joven comenzó a sollozar en un llanto agudo, reprimido tan solo por lo público
del lugar donde estaban. Don Manuel le abrazo, y le susurró al oído:
-
Te
ayudaré, querido Anselmo, te prometo que te ayudaré.
-
Mi
padre es un bárbaro, Don Manuel, un ser sin humanidad, sin valores… Me destrozó
el violín, quemó muchos de mis cuadros e hizo añicos mis esculturas. Con lo
único que no ha podido es con mi determinación y mi vocación. Es lo que me
queda.
- Demuéstrale
que eres un valiente. Hazle ver sus carencias, su desequilibrio; aplica lo que
aprendiste conmigo. Que se convenza que el saber sin sentimientos no sirve para
nada –aconsejó el pedagogo.
-
Pero…¿cómo?
Lo pagará mi madre y está tan débil y desmoralizada….
Don Manuel quedó meditando unos
instantes, y al fín le dijo:
-
¿qué
quieres cursar?
-
Artes
y literatura – respondió el joven.
-
Sigue
mi plan, Anselmo. Haz lo que te voy a decir sin dudas y sin arredrarte lo más
mínimo. Comenzaremos por plantear un viaje a Salamanca para el día 4 de enero.
Vas a ver a Don Humberto Reyes Huertas, y con educación y respeto, le
entregarás una nota que yo te daré ahora mismo. Luego me dejarás tu dirección y
yo mismo iré a ver a Don Anselmo, tu docto padre. Te prometo que reanudarás tus
estudios universitarios en literatura y artes.
-
¿así
de fácil? – dijo Anselmo.
-
Así
de difícil – respondió el maestro sonriendo – confía en mí, haz lo que te digo.
La
reacción del joven fue la de romper en llanto y abrazarse a su maestro
reiterándole sus más sinceros agradecimientos.
-
Pero
mi padre le critica a veces por su dedicación a los pobres – dijo el joven.
-
No
me preocupa lo más mínimo. Eso es natural en las personas carentes de
sentimientos.. Sabré domarle. No temas; estoy acostumbrado y sabré
arreglármelas.
Siguieron
su conversación que discurrió por otros derroteros. Mientras el joven hablaba,
Don Manuel escribía. Terminada la reunión, se abrazaron con cariño y el antiguo
profesor le entregó una cuartilla doblada dirigida a la persona que antes le
mencionó. El joven hizo lo propio con su dirección y referencias personales.
Cuando se despidieron, el joven abrió la carta al no poder
reprimir su curiosidad.
Decía así:
“Huelva, 29 de diciembre de 1925.
Sr. Doctor Don Humberto Reyes Huerta.
Muy señor mío:
El portador de esta carta es el joven
Anselmo Rueda, (hijo del insigne catedrático Don Anselmo Rueda). Ha sido alumno
mío y siempre he pensado que su talento natural para el arte en cualquiera de
sus expresiones es único.
Sin embargo, y muy en contra de su
vocación y voluntad, su padre le ha obligado a cursar la carrera de Leyes, y a
fijarle como meta el ocupar un escaño en el parlamento, indicándole incluso el
partido al que debe afiliarse.
Lo anterior le ha sumido en una
profunda tristeza y desesperación, y el interés que demuestro por el futuro de
este chaval es totalmente fundado ya que pocos de su valía recuerdo haber
tenido en mi larga carrera pedagógica.
Te ruego anules su matrícula en Leyes
y se la formalices en Letras (literatura) y en Artes, porque además de sus
calidades, rebosa nobleza, sentimientos humanos y tiene muy asimilada la
importancia de los valores en los futuros adultos que regirán los destinos de
nuestra nación.
Es un árbol que ha crecido recto,
fuerte y sano, pero que puede doblarse por los inadecuados deseos de su padre.
Te pido este favor porque sé que sabes de lo que estoy hablando.
Recibe un fuerte abrazo.
Tuyo
Manuel Siurot Rodríguez.”
Mientras
Don Humberto leía la nota de Don Manuel, éste hablaba con el insigne y docto
catedrático de Historia D. Anselmo Rueda. Tras una larga conversación, el
catedrático abrazó emocionado a Don Manuel y aprobó su acto de bondad respecto
de su hijo.
El
reconocido historiador le confesó que en su afán por poseer la sabiduría había
olvidado a ser una persona, y que estaba arrepentido de las consecuencias de
este error.
Ambos
se despidieron efusiva y cordialmente, y desde ese día, Don Anselmo comenzó a
ser una persona con valores y
sentimientos. Hizo una cura de humildad, pidió perdón a su familia, y procuró
hacerlos felices y deshacer el daño causado a lo largo de tantos años de
severidad y sinrazón.
El
joven Anselmo acabó con excelentes calificaciones las carreras de Letras y
Artes, y cursó estudios en el Conservatorio Superior de Música en armonía,
contrapunto, composición, violín y piano, y de inmediato se consagró como un
polifacético artista, descollando en narrativa, música y pintura.
Todo
ello lo logró en seis años, estudiando día y noche, y dando gracias a Dios por
ese encuentro casual pero fundamental que tuvo con su antiguo profesor con 18
años. Literalmente cambió su vida, la de su padre, y la de su madre y hermanas.
* * * * * * * * * * *
Años
más tarde, en 1940, acabada ya la cruenta Guerra Civil española, falleció Don
Manuel Siurot Rodríguez.
En
el cortejo fúnebre y tras el féretro, caminaban cogidos del brazo dos personas
de riguroso luto. Uno era el Catedrático de Historia de España Don Anselmo
Rueda Risco y, cogido de su brazo y sin poder parar de llorar, caminaba el
insigne pintor, músico y literato, Don Anselmo Rueda Delgado.
A
pesar de esa gran pérdida y de su tristeza, ambos se consolaban sabiendo que
dentro del féretro solamente iban los restos del insigne pedagogo D. Manuel
Siurot, porque su alma, que horas antes había abandonado el cuerpo material, ya
debía encontrarse en el parnaso que alberga lo etéreo y lo sublime; lo que habita en el
cuerpo mortal y más tarde es reclamado para pasar la eternidad en una dimensión
más acorde con su calidad humana y laureada por su abnegada labor entre los
vivos menos dichosos.
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