jueves, 28 de abril de 2016


BEETHOVEN, EL TRIUNFO DEL ARTE COMO MEDIO DE EXPRESIÓN

       La Séptima sinfonía en La menor de Beethoven, apodada "apoteosis de la danza", es probablemente una de sus obras maestras. El segundo movimiento, cuya belleza es exquisita, representa un ejemplo perfecto de cómo un hombre puede abrir su alma y servirse de la música para comunicar sus sentimientos más íntimos.

       Pero no es de la séptima de la que quiero hablarles, sino de la novena y del mismo Beethoven.

      Los años que precedieron al estreno de la Novena sinfonía en Re menor no fueron buenos para Beethoven. Su música ya no se interpretaba y sobrevivía gracias al patrocinio (aunque más bien eran limosnas) de sus mecenas. Todos le creían loco cuando tarareaba con su voz ronca el que después sería el Himno a la Alegría y afirmaba que ese sería el tema central de una gran sinfonía que estaba escribiendo.

       Sus obras precedentes (en concreto la sonata opus 106 en Si bemol) las escribió para sobrevivir y comentó "la sonata en Si bemol fué escrita en apremientes circunstancias, pues es cosa dura escribir para ganarse el pan". Su sordera era casi total y su empecinamiento en dirigir el estreno de sus obras le pasaba factura y hacía desistir a muchos músicos. Al parecer pudieron convencerle de que no dirigiera el estreno de la novena sinfonía y, a escaso días del evento, aceptó.

        El período de ensayos fué rayano en anécdotas demenciales. Los coristas debían aguantar en pié los tres primero movimientos sin cantar, cerca de una hora. Algunos ensayos los dirigía él mismo, con el consiguiente descontrol y enfado por parte de los músicos. Cuando renunciaron dos primeros violines, y varios principales más, decidió que otro director fuera el que subiera al atril, pero él estaría allí, junto a él. 

        La orquesta suspiró aliviada, y decidieron, aprovechando su sordera, intriducir un cambio muy sutil en el acorde que da paso al cuarto movimiento, modulando a tono menor para remarcar el carácter de renovación de la humanidad que quiere expresar el himno de la alegría.

        El triunfo fué abrumador. El auditorio, puesto en pié, ovacionó largamente la interpretación. Beethoven fue ayudado por el director para que se volviese y observara el éxito y la ovación delirante de los asistentes, porque no podía oir el estruendoso aplauso.

        Al día siguiente, alguien escribió:
        "El terrible maesto Luwdig Van Beethoven presentó ayer su novena sinfonía. En ella nos abrió su corazón, reveló sus sentimientos más humanos e íntimos y colmó de belleza al sonido, demostrando que aún hay esperanza para la humanidad. Nadie quedó indiferente ante esta maravilla. Simplemente fué sublime."
Y por eso, doscientos años después de su estreno, la novena sinfonía aún es insuperable y su Oda a la Alegría el himno de la unión y de la concordia entre los pueblos de la humanidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario