lunes, 4 de abril de 2016


LOLA “LA ZORRA”

            Aunque jamás conocí a una mujer de tanta integridad y decencia, a mi vecina Lola se la conocía en el pueblo por el apodo de “la zorra”. Sin embargo, el mote no hacía referencia, precisamente, a una dudosa condición moral, sino a una inteligencia brillante, a la innegable claridad de su mente y a la astucia que demostraba en muchos de sus actos.

         Lola era una mujer maltratada por la vida, pero que jamás se rindió ante las adversidades. Siempre serio su semblante. Siempre ataviada con pulcra modestia y ropajes negros. Nunca la vi sonreir siquiera, pero los paisanos nos solíamos divertir mucho con las anécdotas que se le atribuían. Algunas no serían ciertas, tal vez había mucha leyenda,  pero esta que hoy os quiero relatar sí lo fue, y yo mismo puedo dar fe de ello.

         Lola se casó con Pepe “sarmiento”, y jamás tuvieron hijos, aunque ambos los deseaban con ahinco. Tuvieron que resignarse cuando a ella se le pasó la edad fértil, pero Pepe amaba a su esposa y esta adversidad unió aún más a la pareja. Tal vez, de haber sido de otra forma, el carácter agrio de ella se habría dulcificado bastante. Pepe era un buen hombre, era el típico ejemplo de esa manida afirmación: “es tonto de lo bueno que es”. Trabajaba de peón caminero y le llamaban “sarmiento” haciendo  referencia sarcásticamente a su gran debilidad: el vino ingerido en ingentes cantidades. Su exiguo sueldo y su afición a la bebida provocaban que la pareja viviera en una situación que, si bien no era dramática, no les permitía el más mínimo desliz en los gastos de primera necesidad. Lola, no obstante, comprendía su conducta y, como amaba a su marido y era correspondida por él, además de que jamás hubo maltratos, no creyó conveniente arrebatarle lo único que daba sentido a la vida de ese pobre diablo: su mujer y el vino.

         Un día, mientras “sarmiento” trabajaba cavando una zanja junto a un camino vecinal, encontró una bolsa de cuero cerrada. Era pequeña, pero pesaba bastante. La abrió y observó que en su interior había lo que él creyó unos “botones”, dorados y relucientes. Sin darle más importancia al asunto, la guardó en su morral y siguió con la faena. Tal fue la poca importancia que le otorgó a esa casualidad que no dijo una palabra a nadie.

         Cuando llegó a su casa, después de haber  pasado unas horas en la taberna, mostró a su esposa el hallazgo.
-         Mira qué botones más bonitos he encontrado mientras cavaba- le dijo- alguien debe haberlos perdido, y como son tan relucientes seguro que los estará echando de menos. Mañana, buscaré al dueño y se los devolveré, y seguramente me invitará a unas copas en señal de agradecimiento ¿verdad?.

La mujer disimuló su sorpresa cuando comprobó que el contenido de la bolsa valía una fortuna, pues eran joyas de oro, parecidas a los gemelos de camisa, pero incrustados de diamantes que brillaban como minúsculos soles. Su honestidad le habría impedido quedarse con lo ajeno, pero era lo bastante lista para comprender que, con total seguridad, se trataba del botín de un robo, lo cual explicaba el lugar tan impropio donde habían sido hallados y el buen estado de la bolsa que los contenía, enterrada en tierra húmeda a medio metro de profundidad. Además, a juzgar por las evidencias, la bolsa había sido enterrada pocos días antes de que su esposo la encontrara.

Con su astucia e inteligencia, en un instante razonó que lo mejor era ocultarle a su marido la verdad, ya que, con toda seguridad, cuando tuviera unas copas de más, lo soltaría y pronto aparecerían muchos “dueños” solicitando la devolución de tan valiosa bolsa. Además, la situación económica de la pareja era dramática y con esas joyas saldrían de la pobreza para siempre y podrían vivir, al fin, de manera digna.

De esta forma, su proverbial genio hizo acto de presencia, y en un destello concibió un plan perfecto.

Sin embargo, “Sarmiento” insistía en su intención de buscar al dueño y devolverle la bolsa, cegado, sin duda, por la recompensa “en especie” que se ganaría por su generosa conducta.  El empecinamiento de Pepe hizo comprender a Lola que tenía que actuar con rapidez y dijo a su esposo:

-         Me parece muy honesto por tu parte que intentes buscar al dueño, pero…¿qué te ocurre? Tienes muy mala cara y, además… ¡Oh Dios mío, tienes la lengua verde! Debes acostarte de inmediato- le ordenó-.
-         Pero yo me encuentro muy bien- replicó Pepe.
-         Creo que tienes fiebre- dijo tocándole la frente-. Tú no lo notas porque vienes borracho, pero yo sí que lo noto. Debes irte a la cama de inmediato y mañana estarás mejor. Te prepararé una tila para que duermas –concluyó Lola.

La mujer ya había urdido su plan, y añadió un poco de laúdano en polvo a la tisana para provocar un sueño profundo en su marido y así actuar mejor.

En cuanto “sarmiento” comenzó a roncar, cosa que hacía con un estruendo insoportable, Lola tintó de verde el rostro y el cuerpo de su marido y metió un par de huevos entre las sábanas. Luego, antes de despertarle por la mañana, rocío el balcón del dormitorio y el alféizar de la ventana con leche y acto seguido procedió a despabilar a su esposo.

-         ¡ Buenos días ¡ - gritó abriendo las cortinas para que entrara la luz del día - ¿qué tal te encuentras hoy, queri…. Oh, por Dios!, pero, pero…¡si tienes la cara toda verde!- dijo simulando sorpresa- . A ver el cuerpo –siguió ella, destapando a su esposo- pero ¿qué es esto? Si estás totalmente verde…. Avisaré al doctor de inmediato….pero, pero….si esta noche has puesto dos huevos!, ¡míralos!- le gritaba mientras sujetaba los huevos con las manos y se los mostraba a su aturdido esposo- Debes estar muy enfermo y, además, ha estado lloviendo leche toda la noche – dijo mostrándole el blanco líquido en el balcón- y el suelo estará muy pegajoso, así que hoy no debes ir al trabajo.

“Sarmiento” estaba completamente asombrado. Aún soñoliento, la resaca del vino, los efectos del laúdano y la convincente actuación de su esposa solo le permitían balbucear frases incoherentes:


-         ¿qué dices? ¿he puesto dos huevos? Y…¿se podrán comer? Dios mío, no sabía que las personas enfermas ponían huevos…¿será que los escalofríos de la fiebre nos ponen la piel de gallina y ponemos huevos como ellas? - decía- y ¿ha estado lloviendo leche?¿toda la noche? Debe haber vacas en las nubes….no sé cómo no se caen –deliraba- y ¿qué pasará cuando se seque la leche? No habrá Dios que meta el pico en esa costra….¡Dios mío, perderé el jornal!......La verdad es que no me encuentro bien…no me encuentro nada bien…..me duele la cabeza… - y volvió a dormirse.

La mujer no pudo reprimir unas risas, impropias en su grave semblante, pero se felicitó porque su plan estaba saliendo a la perfección.

“Sarmiento” durmió todo el día, y al anochecer, Lola lo despertó una vez más para convencerle de que seguía enfermo y que tampoco debía ir al trabajo al día siguiente. Volvió a darle tila con laúdano y la droga, unida a la ausencia de alcohol, hicieron que a la mañana siguiente Pepe se encontrara realmente mal.

Lola creyó que unos días serían suficientes para que lo planeado surtiera efecto y, al cuarto día, dejó ir a su marido a la taberna.

*        *        *        *        *        *        *        *        *        *

Allí Pepe sació su sed acumulada y bebió durante un buen rato. Al cabo, llegó un forastero al local y se dirigió a los allí presentes solicitando su atención:

-         Señores, disculpen- dijo el forastero- pero he perdido unos gemelos de camisa, estaban dentro de una bolsa de cuero. Me son muy queridos, porque me los dejó mi difunto padre, así que si alguien los ha encontrado y me los devuelve le daré una generosa recompensa, porque en realidad son de bisutería y no valen nada, pero para mí tienen un gran valor sentimental –mintió el forastero.

Inmediatamente, tal y como Lola había supuesto, Pepe saltó y dijo:

-         Señor, yo tengo sus botones. Los encontré junto al camino vecinal. Si me invita a unas copas, luego se los devolveré. No es necesaria ninguna recompensa –fanfarroneó “sarmiento”.

Aunque el forastero estaba impaciente por recuperar el botín, decidió que era mejor no mostrar ansiedad, porque el otro notaría lo mucho que valían, así que hizo de tripas corazón y aguantó la perorata de “sarmiento” con estoica resignación, pensando que, después, recuperaría su bolsa. Cuando Pepe ya estaba bastante borracho, el forastero le apremió para ir a recoger su tesoro. Pepe accedió, no sin antes echar la última copa y marcharon a casa del matrimonio.


Llegó “sarmiento” a su domicilio y entró en casa acompañado del forastero, llamando a su mujer a gritos. Ella apareció con su grave semblante y le recriminó la magnitud de la borrachera que traía.

-         ¿qué te pasa ahora? – preguntó Lola con severidad.
-         Este señor que me acompaña es el dueño de la bolsa con  botones que encontré el otro día. Me ha invitado a beber y yo he prometido devolvérsela- dijo Pepe.
-         Ya estás otra vez con tus tonterías de borracho- espetó ella- ¿de qué estás hablando ahora?
-         La bolsa con botones dorados que te entregue el otro día, ¿no te acuerdas? –dijo Pepe controlando un acceso de hipo provocado por el alcohol.
-         Tú estás fatal de la cabeza. El médico te advirtió que beber solo aumentaría tus imbecilidades y tus alucinaciones- dijo Lola con semblante serio y con una tranquilidad pasmosa.
-         Pero, mujer, ¿no te acuerdas de los botones relucientes? Te los di el otro día – insistía Pepe tambaleándose.
-         ¿qué día fue ese?- preguntó Lola.
-         Sí mujer, el día que yo me volví de color verde- respondió.
-         ¿tú de color verde? ¿está usted escuchando a mi marido? – dijo Lola dirigiéndose al dueño de la bolsa y con tono de desprecio muy bien interpretado.
-         Que sí –insistió Pepe- . Fue la misma tarde de esa noche que yo estaba enfermo y puse dos huevos mientras dormía ¿recuerdas?.

El forastero estaba estupefacto escuchando las palabras de “sarmiento”.
Lola lo miraba de soslayo esbozando una sonrisa sarcástica.  Pero Pepe siguió:

-         Me parece imposible que no te acuerdes, cariño- dijo el- Ese fue el día que yo no pude ir a trabajar porque toda la noche estuvo lloviendo leche y el suelo estaba muy resbaladizo y……yo…yo.. tenia la cara y el cuerpo de color verde…¿no lo habré soñado?

Lola le interrumpió con tono enojado. El forastero estaba atónito y entonces la mujer culminó su ingenioso plan, miró al forastero y le dijo, en tono conciliador:

-         Ya lo ve usted mismo, además de borracho, mi pobre esposo está completamente loco….

Ante la evidencia de lo visto y oído, el forastero no tuvo más remedio que marcharse, convencido de que Pepe “sarmiento” era un borracho, pero que su demencia era aún peor que su alcoholismo.

Lola gorgoriteó de risa por lo bajo, y pensó que quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón; convencida de que el sujeto era un ladrón y que era el botín de un robo, Lola se dio media vuelta y siguió con sus labores domésticas como si nada hubiera ocurrido.


Sin saber el motivo, a partir de ese día Pepe “sarmiento” vivió como un marqués el resto de su vida y Lola, en su austera condición, también.

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