LOLA “LA ZORRA”
Aunque jamás conocí a
una mujer de tanta integridad y decencia, a mi vecina Lola se la conocía en el
pueblo por el apodo de “la zorra”. Sin embargo, el mote no hacía referencia,
precisamente, a una dudosa condición moral, sino a una inteligencia brillante, a
la innegable claridad de su mente y a la astucia que demostraba en muchos de
sus actos.
Lola era una mujer maltratada por la
vida, pero que jamás se rindió ante las adversidades. Siempre serio su
semblante. Siempre ataviada con pulcra modestia y ropajes negros. Nunca la vi
sonreir siquiera, pero los paisanos nos solíamos divertir mucho con las
anécdotas que se le atribuían. Algunas no serían ciertas, tal vez había mucha
leyenda, pero esta que hoy os quiero
relatar sí lo fue, y yo mismo puedo dar fe de ello.
Lola se casó con Pepe “sarmiento”, y
jamás tuvieron hijos, aunque ambos los deseaban con ahinco. Tuvieron que
resignarse cuando a ella se le pasó la edad fértil, pero Pepe amaba a su esposa
y esta adversidad unió aún más a la pareja. Tal vez, de haber sido de otra
forma, el carácter agrio de ella se habría dulcificado bastante. Pepe era un
buen hombre, era el típico ejemplo de esa manida afirmación: “es tonto de lo
bueno que es”. Trabajaba de peón caminero y le llamaban “sarmiento” haciendo referencia sarcásticamente a su gran
debilidad: el vino ingerido en ingentes cantidades. Su exiguo sueldo y su
afición a la bebida provocaban que la pareja viviera en una situación que, si
bien no era dramática, no les permitía el más mínimo desliz en los gastos de
primera necesidad. Lola, no obstante, comprendía su conducta y, como amaba a su
marido y era correspondida por él, además de que jamás hubo maltratos, no creyó
conveniente arrebatarle lo único que daba sentido a la vida de ese pobre diablo:
su mujer y el vino.
Un día, mientras “sarmiento” trabajaba
cavando una zanja junto a un camino vecinal, encontró una bolsa de cuero
cerrada. Era pequeña, pero pesaba bastante. La abrió y observó que en su
interior había lo que él creyó unos “botones”, dorados y relucientes. Sin darle
más importancia al asunto, la guardó en su morral y siguió con la faena. Tal
fue la poca importancia que le otorgó a esa casualidad que no dijo una palabra
a nadie.
Cuando llegó a su casa, después de
haber pasado unas horas en la taberna,
mostró a su esposa el hallazgo.
-
Mira qué botones más bonitos he
encontrado mientras cavaba- le dijo- alguien debe haberlos perdido, y como son
tan relucientes seguro que los estará echando de menos. Mañana, buscaré al
dueño y se los devolveré, y seguramente me invitará a unas copas en señal de
agradecimiento ¿verdad?.
La mujer disimuló su sorpresa cuando
comprobó que el contenido de la bolsa valía una fortuna, pues eran joyas de
oro, parecidas a los gemelos de camisa, pero incrustados de diamantes que
brillaban como minúsculos soles. Su honestidad le habría impedido quedarse con
lo ajeno, pero era lo bastante lista para comprender que, con total seguridad,
se trataba del botín de un robo, lo cual explicaba el lugar tan impropio donde
habían sido hallados y el buen estado de la bolsa que los contenía, enterrada
en tierra húmeda a medio metro de profundidad. Además, a juzgar por las
evidencias, la bolsa había sido enterrada pocos días antes de que su esposo la
encontrara.
Con su astucia e inteligencia, en un
instante razonó que lo mejor era ocultarle a su marido la verdad, ya que, con
toda seguridad, cuando tuviera unas copas de más, lo soltaría y pronto
aparecerían muchos “dueños” solicitando la devolución de tan valiosa bolsa.
Además, la situación económica de la pareja era dramática y con esas joyas
saldrían de la pobreza para siempre y podrían vivir, al fin, de manera digna.
De esta forma, su proverbial genio hizo
acto de presencia, y en un destello concibió un plan perfecto.
Sin embargo, “Sarmiento” insistía en su
intención de buscar al dueño y devolverle la bolsa, cegado, sin duda, por la
recompensa “en especie” que se ganaría por su generosa conducta. El empecinamiento de Pepe hizo comprender a
Lola que tenía que actuar con rapidez y dijo a su esposo:
-
Me parece muy honesto por tu parte que
intentes buscar al dueño, pero…¿qué te ocurre? Tienes muy mala cara y, además… ¡Oh
Dios mío, tienes la lengua verde! Debes acostarte de inmediato- le ordenó-.
-
Pero yo me encuentro muy bien- replicó
Pepe.
-
Creo que tienes fiebre- dijo tocándole
la frente-. Tú no lo notas porque vienes borracho, pero yo sí que lo noto.
Debes irte a la cama de inmediato y mañana estarás mejor. Te prepararé una tila
para que duermas –concluyó Lola.
La mujer ya había urdido su plan, y
añadió un poco de laúdano en polvo a la tisana para provocar un sueño profundo
en su marido y así actuar mejor.
En cuanto “sarmiento” comenzó a roncar,
cosa que hacía con un estruendo insoportable, Lola tintó de verde el rostro y
el cuerpo de su marido y metió un par de huevos entre las sábanas. Luego, antes
de despertarle por la mañana, rocío el balcón del dormitorio y el alféizar de
la ventana con leche y acto seguido procedió a despabilar a su esposo.
-
¡ Buenos días ¡ - gritó abriendo las
cortinas para que entrara la luz del día - ¿qué tal te encuentras hoy, queri….
Oh, por Dios!, pero, pero…¡si tienes la cara toda verde!- dijo simulando
sorpresa- . A ver el cuerpo –siguió ella, destapando a su esposo- pero ¿qué es
esto? Si estás totalmente verde…. Avisaré al doctor de inmediato….pero,
pero….si esta noche has puesto dos huevos!, ¡míralos!- le gritaba mientras
sujetaba los huevos con las manos y se los mostraba a su aturdido esposo- Debes
estar muy enfermo y, además, ha estado lloviendo leche toda la noche – dijo
mostrándole el blanco líquido en el balcón- y el suelo estará muy pegajoso, así
que hoy no debes ir al trabajo.
“Sarmiento” estaba completamente
asombrado. Aún soñoliento, la resaca del vino, los efectos del laúdano y la
convincente actuación de su esposa solo le permitían balbucear frases
incoherentes:
-
¿qué dices? ¿he puesto dos huevos? Y…¿se
podrán comer? Dios mío, no sabía que las personas enfermas ponían huevos…¿será
que los escalofríos de la fiebre nos ponen la piel de gallina y ponemos huevos
como ellas? - decía- y ¿ha estado lloviendo leche?¿toda la noche? Debe haber
vacas en las nubes….no sé cómo no se caen –deliraba- y ¿qué pasará cuando se
seque la leche? No habrá Dios que meta el pico en esa costra….¡Dios mío,
perderé el jornal!......La verdad es que no me encuentro bien…no me encuentro
nada bien…..me duele la cabeza… - y volvió a dormirse.
La mujer no pudo reprimir unas risas,
impropias en su grave semblante, pero se felicitó porque su plan estaba
saliendo a la perfección.
“Sarmiento” durmió todo el día, y al
anochecer, Lola lo despertó una vez más para convencerle de que seguía enfermo
y que tampoco debía ir al trabajo al día siguiente. Volvió a darle tila con
laúdano y la droga, unida a la ausencia de alcohol, hicieron que a la mañana
siguiente Pepe se encontrara realmente mal.
Lola creyó que unos días serían
suficientes para que lo planeado surtiera efecto y, al cuarto día, dejó ir a su
marido a la taberna.
* * * * * * * * * *
Allí Pepe sació su sed acumulada y bebió
durante un buen rato. Al cabo, llegó un forastero al local y se dirigió a los
allí presentes solicitando su atención:
-
Señores, disculpen- dijo el forastero-
pero he perdido unos gemelos de camisa, estaban dentro de una bolsa de cuero.
Me son muy queridos, porque me los dejó mi difunto padre, así que si alguien
los ha encontrado y me los devuelve le daré una generosa recompensa, porque en
realidad son de bisutería y no valen nada, pero para mí tienen un gran valor
sentimental –mintió el forastero.
Inmediatamente,
tal y como Lola había supuesto, Pepe saltó y dijo:
-
Señor, yo tengo sus botones. Los
encontré junto al camino vecinal. Si me invita a unas copas, luego se los
devolveré. No es necesaria ninguna recompensa –fanfarroneó “sarmiento”.
Aunque el forastero estaba
impaciente por recuperar el botín, decidió que era mejor no mostrar ansiedad,
porque el otro notaría lo mucho que valían, así que hizo de tripas corazón y
aguantó la perorata de “sarmiento” con estoica resignación, pensando que,
después, recuperaría su bolsa. Cuando Pepe ya estaba bastante borracho, el
forastero le apremió para ir a recoger su tesoro. Pepe accedió, no sin antes
echar la última copa y marcharon a casa del matrimonio.
Llegó
“sarmiento” a su domicilio y entró en casa acompañado del forastero, llamando a
su mujer a gritos. Ella apareció con su grave semblante y le recriminó la
magnitud de la borrachera que traía.
-
¿qué te
pasa ahora? – preguntó Lola con severidad.
-
Este
señor que me acompaña es el dueño de la bolsa con botones que encontré el otro día. Me ha
invitado a beber y yo he prometido devolvérsela- dijo Pepe.
-
Ya
estás otra vez con tus tonterías de borracho- espetó ella- ¿de qué estás
hablando ahora?
-
La
bolsa con botones dorados que te entregue el otro día, ¿no te acuerdas? –dijo
Pepe controlando un acceso de hipo provocado por el alcohol.
-
Tú
estás fatal de la cabeza. El médico te advirtió que beber solo aumentaría tus
imbecilidades y tus alucinaciones- dijo Lola con semblante serio y con una
tranquilidad pasmosa.
-
Pero,
mujer, ¿no te acuerdas de los botones relucientes? Te los di el otro día –
insistía Pepe tambaleándose.
-
¿qué
día fue ese?- preguntó Lola.
-
Sí
mujer, el día que yo me volví de color verde- respondió.
-
¿tú de
color verde? ¿está usted escuchando a mi marido? – dijo Lola dirigiéndose al
dueño de la bolsa y con tono de desprecio muy bien interpretado.
-
Que sí
–insistió Pepe- . Fue la misma tarde de esa noche que yo estaba enfermo y puse
dos huevos mientras dormía ¿recuerdas?.
El
forastero estaba estupefacto escuchando las palabras de “sarmiento”.
Lola lo
miraba de soslayo esbozando una sonrisa sarcástica. Pero Pepe siguió:
-
Me
parece imposible que no te acuerdes, cariño- dijo el- Ese fue el día que yo no
pude ir a trabajar porque toda la noche estuvo lloviendo leche y el suelo
estaba muy resbaladizo y……yo…yo.. tenia la cara y el cuerpo de color verde…¿no lo
habré soñado?
Lola le
interrumpió con tono enojado. El forastero estaba atónito y entonces la mujer
culminó su ingenioso plan, miró al forastero y le dijo, en tono conciliador:
-
Ya lo
ve usted mismo, además de borracho, mi pobre esposo está completamente loco….
Ante la
evidencia de lo visto y oído, el forastero no tuvo más remedio que marcharse,
convencido de que Pepe “sarmiento” era un borracho, pero que su demencia era
aún peor que su alcoholismo.
Lola
gorgoriteó de risa por lo bajo, y pensó que quien roba a un ladrón tiene cien
años de perdón; convencida de que el sujeto era un ladrón y que era el botín de
un robo, Lola se dio media vuelta y siguió con sus labores domésticas como si
nada hubiera ocurrido.
Sin
saber el motivo, a partir de ese día Pepe “sarmiento” vivió como un marqués el
resto de su vida y Lola, en su austera condición, también.
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