DELIRIOS ONIRICOS II
“ESCENAS DE GUERRA”
Me pareció encontrarme en un edificio público que en tiempo fue un
palacete señorial y ahora aparecía reconvertido en lugar para la ubicación de
oficinas de la administración. Seguramente había sido la residencia de algún
aristócrata o de algún líder político de su época.
Tras cruzar unos hermosos jardines, cuidados con gusto y
profesionalidad, se accedía a un salón enorme, coronado por arañas de lámparas
muy lujosas y decorado con un gusto exquisito e innegable elegancia.
De sus paredes colgaban cuadros al óleo enmarcados en madera noble
cubierta de pan de oro.
Representaban escenas diversas, pero todas emanaban un aire gótico y
solemne, no exento de cierto efecto sobrecogedor en el observador. Sus colores,
ténebres y oscuros, contribuían a dar a la escena ese carácter que comprometía
el espíritu de quien los miraba con atención.
El suelo, de mármol rosado, estaba cubierto en parte por alfombras
hechas a mano que contenían escenas bucólicas, que contrastaban con la temática
de los cuadros. Al fondo, una cristalera de emplomados, dejaba pasar la luz a
través de vidrios de colores diversos: rojo, morado, azul marino, verde
ultramar, blanco… confiriendo al conjunto una belleza singular, pero innegable.
Tras la vidriera, un jardín tupido, donde la hiedra y el musgo otorgan un
notable empaque, remataba aquel lugar tan de mi agrado.
Al final del salón, y a la derecha, una escalera amplia y serpenteante
daba acceso a las plantas superiores donde estaban ubicadas las oficinas a las
que yo me dirigía. La escalera era otra obra de arte. La baranda, de caoba o
roble, estaba deliciosamente tallada, y un forjado de gran mérito la hacían
algo digno de ser contemplado y admirado.
Me encontraba subiendo lentamente la escalera, admirando tanto arte a
mi alrededor, cuando una explosión brutal sonó en la calle. Se trataba de un
bombardeo aéreo. La guerra civil había estallado unos días antes, y el enemigo
bombardeaba la ciudad a diario, intentando sembrar el desánimo y la resignación
entre la población.
La explosión provocó un efecto normal en esos casos. La gente huía
despavorida, sin destino concreto, como hormigas rociadas con insecticida. Los
que salían a los jardines eran ametrallados por cazas de vuelo bajo o
helicópteros. Yo quedé en medio de la escalera. Dos explosiones más sonaron,
aún más fuertes y amenazantes que la primera. Una de ellas hizo tambalearse al
enorme edificio. La histeria era aún mayor, pero yo trataba de conservar la
calma. Recordé un consejo de mi padre ante la eventualidad de un terremoto:
busca la viga maestra y sitúate debajo de ella, puesto que es la más
resistente. Eso mismo hice, aunque agazapado y escondido por si el enemigo
entraba en el palacete.
Al rato cesaron las explosiones. Se escuchaban mucho más lejanas.
Escuché unos pasos por la escalera, y agazapado, contuve la respiración. Por la
escalera bajaba un señor de avanzada edad, con pelo blanco y barba, que se
percató de mi presencia de inmediato. Habló, y sus palabras, pronunciadas en
tono solemne pero benevolente, estaban
dirigidas a mí:
-
Hijo, el
jinete Guerra ha llegado a nuestra casa. Ya no hay marcha atrás. Las mentes
humanas han experimentado un cambio en su química funcional, y desde la voluntad
o el sentido común poco podemos hacer para superar esta enfermedad en la que el
principal síntoma es la prevalencia del odio a muerte sobre cualquier otro
sentimiento entre las personas. Grandes amigos se convierten en feroces
enemigos; hermanos, cegados por el odio, desean la sangre de sus hermanos.
Muchos moriremos, otros tendrán otro destino, pero lo que es seguro es que los
supervivientes habrán perdido para el resto de su vida la tranquilidad de la
conciencia y el placer de la paz. Un día, el jinete guerra volverá al averno,
pero su huella indeleble jamás será olvidad: formará parte de la historia de la
humanidad.
El hombre siguió caminando. En
la puerta del palacete sacó una pistola y se voló los sesos.
Allí, agazapado, salí para auxiliar a
aquel hombre. La puerta del palacete estaba cubierta de cadáveres y de heridos
que agonizaban entre horribles dolores. Lloré amargamente hasta que Morfeo tuvo
a bien despertarme…. Hay sueños que marcan y se instalan en la mente para
siempre. Este es un ejemplo. Hace 15 años que ocurrió y aún lo recuerdo como si
fuera ayer.
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