viernes, 8 de abril de 2016

PASAJES SOBRE LA CONDICION HUMANA
- ¡¡bodoqueeeee!! – dijo una voz artera y descollante, procedente de un grupito que, al parecer, pretendía entretenerse viendo un sainete sin pagarle a Montoro el 21% de IVA.
- ¡¿quéeeee?! – dijo, etiquetándose, un miembro de otra reunión al que, según parece, iba dirigido el insulto.
- ¡¡ sí, tu, tu!! ¡¡bodoqueeeeeerrrr!! – repitió el incitador del posible opúsculo teatral.
El insultado, que parecía entender aquel vocablo, (por cierto, bastante denostante), replicó: “¡Eeeeh…! ¡despacito conmigo, despacito!...que no sabes tú con quién estás hablando… ¡¿o qué, enterao?!”.
Aquella reacción resultó suficiente para que el promotor de los payasos repentizados decidiera callar y observar el giro que tomaban los acontecimientos, poniendo en evidencia, para algún agudo observador, que dicho personaje era de pronóstico reservado. 
Silencio en las caras….silencio total….silencio… Nadie mueve un músculo y yo, como integrante del subgrupo de peatones que escuchó el insulto y el subsiguiente diálogo de respuesta y que por ello se quedó parado en su marcha, decido reanudar mi camino. Sin embargo, de nuevo, retoman el asunto (y dirás tú del asunto), y, reconozco que impulsado por cierta actitud morbosa, yo también aborto mi intención de continuar la marcha, intrigado por ver cómo se desarrollan los subsiguientes acontecimientos.

Lo anterior sucede en un pueblo de la Baja Andalucía, dentro de un contexto marcado por la brutal crisis económica que padecen los habitantes de esa región crónicamente deprimida, no puedo evitar ciertos pensamientos motivados, sin duda, por las condiciones económicas imperantes en esos momentos. Parece que esto de los efectos colaterales de la crisis, (me refiero a la vertiente del “miedo”),es algo innegable. La evidencia así lo demuestra, pero también evidencia otras cosas mucho más dignas de análisis. “El por qué de los por qués” es una manida oración gramatical, esgrimida por numerosos personajes, a veces veraces, otras falaces, que se ponen en la boca aquellos que sin poder hablar con cierta propiedad, intentan engañar a la audiencia echando mano de este (y otros) recurso(s) como si lo ingenioso de la frasecita fuera a darles la razón, esa misma que no les otorga argumento alguno --simplemente porque no lo hay.
“In the crowd”, en la multitud, no faltan algunos que otorgan al silencio la categoría de sapiencia, interesadísimos en que su silencio (tal vez obligado por su ignorancia) resulte en algún ingenioso “finale” que llegue, a lo mejor, al extremo de arrancar algunos palmoteos o espaldarazos al público que aún encuentra aquella situación lo bastante interesante como para interrumpir su rutina laboral o personal y quedarse a ver su desarrollo.
Unas cuñas silenciosas provocan comentarios entre el público congregado; y es en esos intermezzi cuando surge la sal del asunto , la pimienta y otros aditivos que funcionan como preludio de la dulce victoria que reclamará quién haya opinado lo que acontecerá luego, y además con acierto. ¡el campeón! que reclamará sus laureles y, si existe alguna dote, mejor….
- Yo le daría una ostia – asegura un individuo con fuerte y ronco tono de voz -.
- Se la merece – dice otro flacucho que trata de encender a otro más digno de una lucha que él.
Vuelve el silencio. El insultado observa cómo sus peces piloto que llevan arrimaos a él casi toda la mañana, desaparecen subrepticiamente. No tardará en ver, atónito, como incluso cambian de bando llegada la ocasión.
La provocación se diluye en el tiempo, y un sujeto interesado en presenciar una pelea gratis, arguye:
- es que lo ha llamado “bodoque”, y eso es como decirle a alguien gordo inútil…. Yo me mosquearía – le asegura al que tiene junto a él, quien pone cara de inocente que acaba de llegar y no sabe de qué va aquel rollo -. El interpelado guarda silencio y las banderillas del atizador rebotan en el intento.
Silencio tenso. Nadie se mueve, salvo un anciano octogenario cuya experiencia de la vida le indica que ante sus ojos hay un asunto en el cual ni su presencia, ni su ayuda, ni su opinión van a servir de nada, y por eso, reanuda su camino, interrumpido por aquel suceso.
- ¡¡Bodoqueeeeee!! ¡¡subnormal, jilipollas, idiota!! – decide remarcar el que inició el asunto (dices tú del asunto). 
Un murmullo, con evidente intención mezquina, resuena en la congregada asociación, improvisada al parecer.
Sin embargo, el que antes se sintiera aludido, acaba por despejar las posibles dudas que hubiese sobre lo accidental de la situación.
- Parece que no quieres pasar página ¿no? Veo que vienes a provocarme en la calle, ante la gente y con la intención de montar un cirio a mi costa… Yo prefiero arreglar estos asuntos en privado, sin que nadie, a quien el tema no interese, se halle presente. Ese es el motivo por el que no voy a entrar en el juego, no es que te tenga miedo o desee “escaquearme”, no; es una cuestión de prudencia o, si lo prefieres, de imagen. Nada más.
Una mueca de interés añadido se dibujó en los rostros de numerosos congregados. Parecían pensar que la cosa se ponía seria y que, por fortuna para sus ansias de espectáculo, no se trataba de un roce sin importancia, sino de algún enfrentamiento más probablemente susceptible de enconamiento; es decir, algo fundamentado en algún precedente real.
De nuevo se hizo el silencio, pero dotado ahora de una innegable vibración siniestra, que viene a provocar el indisimulado regocijo de algunos presentes, muecas que abortan al instante para parecer dignos ante los otros, que, seguramente, experimentan la misma sensación.
El que pronunció los insultos da un paso al frente, y su camarilla se abre para franquearle el camino, con una acción sobreactuada que parece ensayada de antemano. Se dirige al que respondió ante el calificativo al comienzo. Ambos adoptan una postura retadora, en la que sacan pecho y se envalentonan como reacción natural ante el evidente reto. La bestia ancestral que todos llevamos dentro, hace su acto de presencia. Dos mamíferos, bípedos y, supuestamente dotados de cerebros superiores, acometen el primer peldaño de la escalera que los descenderá a los instintos más bajos y crueles de la condición humana.
Y es que no hay nada como llamar “bodoque” a alguien para mostrarnos tal como somos: bestias con cierto nivel de sofisticación; lo mismo que podríamos decir, parafraseando a Umbral que "el deporte es una guerra más sofisticada y sensible, pero una guerra al fín y al cabo". También decia Jim Morrison que "todos los juegos contienen la idea de la muerte". Así es: jamás podremos desprendernos de nuestros origenes animales.

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