sábado, 2 de abril de 2016




RIMBAUD

                Poco apta es la lengua francesa para su uso como medio poético. Su musicalidad es inapropiada para expresar sentimientos íntimos, profundos y, a la vez, idóneos de rendir pleitesía a la belleza natural literaria.

         Decía Paul Verlaine cuando hablaba del precoz genio de Rimbaud: “su poesía nos sorprendió a todos; fue capaz de convertir en chascarrillos y ripios muchas grandes obras de la literatura poética francesa; podía llegar al alma del lector….” Solamente tenía 16 años cuando escribió “le bateau ivre”.

Y aquel Verlaine de la Comuna parisina, casado infelizmente con una dama de la nobleza y ya consagrado como gran poeta, dejó su fama, dejó a su esposa y a su hijo recién nacido, dejó a sus círculos selectos de poetas y críticos y a su heterosexualidad para enamorarse de un adolescente provinciano, carente de educación chauvinista y de maneras a la mesa y en reuniones de la alta sociedad, para compartir con él la locura de vivir al límite y aceptar su papel de compañero secundario de un genio literario rebelde e insoportable.

         En tres años (16-19 años), Rimbaud completó su magra obra literaria. Más tarde se recluyó por un año en su vetusta casa de campo y salió para caminar por Bélgica, los Sudetes, Alemania y parte de Francia.

Con 22 años emprendió su ansiado “viaje al sol” y recaló en Eritrea, Abisinia y cercanías. Anhelaba los cuerpos altos, esbeltos y de color azabache de los etíopes, pero su actividad era el contrabando, sobre todo de armas y esclavos. Su renuncia a la literatura y a su talento natural fue tan radical que lo que escribió hasta su muerte fueron cartas a su familia y cuentas sobre el negocio. Anecdóticamente se dice que, en ellas, no incluyó ni un solo adjetivo.

         Se hizo rico, a sabiendas de la inmoralidad de su fortuna y entregó a su madre la práctica totalidad. Murió de un cáncer en la rodilla, igual que Verlaine, con 37 años. A su muerte, su hermana y su madre intentaron recuperar su obra para quemarla, considerándola “blasfema, inapropiada e indigna de él”. Isabelle, su hermana, llegó incluso a pedir a Verlaine que le entregara los manuscritos a lo que el poeta respondió con educación pero indignado ante la evidente estulticia de Isabelle.

         Rimbaud fue un visionario. La historia de la humanidad está plagada de figuras dotadas de este talento, y, en poesía, Rimbaud lo fue.

Beethoven lo fue en música, al igual que Mozart o Haydn. Rendbrandt, Van Gogh, Picasso o Dalí en pintura. El artista que se adelanta a su tiempo (llamado visionario) es un sujeto que recibirá innumerables críticas y que solamente será reconocido a su muerte.

         La mañana que “The Evening Mirrow” publicaba “The Raven”, cuyos derechos había comprado por una irrisoria cantidad, podía verse entre la bruma neblinosa de Baltimore a un hombre pequeño y delgado, que parecía más esbelto por la oscura capa que vestía, caminando con evidentes síntomas de embriaguez. Era Poe, su autor. Su talento contrastaba con su evidente alcoholismo y su nombre comenzó a correr de boca en boca.

Poe murió en soledad, arruinado y con delirium tremens, aunque dos siglos más tarde su obra siga siendo innovadora, visionaria y de culto, él solamente recibió a cambio de su legado el desprecio y la ignorancia hacia su obra y persona. La existencia es agradable, pero la humanidad la convierte en una pesadilla.

         Rimbaud fue un personaje que cambió la tradición secular literaria en todo el mundo. Llegar al corazón de las personas no requiere necesariamente rimas, sílabas ni ortodoxias; solamente talento y un adecuado uso del mismo. El joven Arthur lo demostró.

                

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