METAPHORA
Estoy en un
inmundo calabozo, en una infecta sentina de castigo, en un banco de galeras sin
motivo, pues nunca llegaremos a puerto. Navegaremos, navegaremos, vagaremos por
los mares sin que dejemos de remar jamás. Cada día veo caer a compañeros, desfallecidos de hambre, de sed o esfuerzo. Y
nunca los veo regresar, supongo que son entregados al mar.
De vez en cuando, cada muchos
soles, llega el manijero con su silbato y sus mejores galas, un pergamino y
gesto solemne y, con indisimulado atildamiento, nomina a alguien sentado en las bancadas de la
galera a quien el divino favor del monarca ha redimido del tormento eterno.
Todos los demás padecen de repente encontradísimos sentimientos, de admiración
o de maldición porque odian la regla por la que dinero o favores personales les
hace libres caprichosamente, e inocente de sus ataques. No hay criterio de
justicia, solo mensajeros.
Uno se va, y lo dejan en la
playa, en medio de ningún sitio, otra vez en las manos del destino. Hasta la
ansiada libertad es injusta y traumática en este sistema de redención. No
podemos hablar, pero entre el crujir de los remos, cruzamos algunas palabras.
Son cortas conversaciones y aún más efímeras amistades, porque, de forma muy
conveniente, cada nuevo sol cambian los ocupantes de los bancos de galeras, y
eso te obliga a aislarte.
Nunca nos dicen do estamos ni a
cuanto queda Castilla. Nosotros somos vivientes despojados de humanidad y de
decencia por nuestros católicos monarcas. Furibundos defensores de la fe,
dispuestos a dar mil muertes antes que torcer el brazo ante ningún hereje.
¡Habrá guerra con Francia! – nos
anuncia el guardián de la sentina. Ese
es nuestro periódico, nuestra conexión con la civilización. Se hace un silencio
de muerte y los lacónicos murmullos son cesados a fustazos. Pero yo pienso
respuestas, réplicas a este tormento y digo sin murmurar
-
¡ muera la infecta Castilla!.
-
¡mueran sus reyes extranjeros!
-
¡mueran sus fueros y bulas!
-
¡mueran sus privilegios!
Porque yo nací libre en mi
tierra, y por no regalar mi trabajo me condenan a morir reventado en el océano,
al banco de remo encadenado. Muy lejos de mi familia, que necesitan mis besos,
de mis hijos muy pequeños y de mis padres enfermos. Lejos de todo estoy: lejos
de la humanidad, lejos de la nobleza, cerca de la mezquindad, pero cortado al
acero de la justicia y del pan.
Jamás llegaremos a puerto…solo
nos queda remar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario