viernes, 29 de abril de 2016



UNA HISTORIA MUY HUMANA

Aquel niño decía tener 7 años, pero era responsable y evidenciaba una inusual madurez para esa edad. Solía llegar a clase el primero, en una vieja bicicleta con las cubiertas gastadas, sin frenos y casi inutilizable por lo ajada y deteriorada que estaba. A veces irrumpía en clase una vez empezada, pero nunca con más de cinco minutos de retraso, y se disculpaba con una sinceridad indiscutible. Era, además, un muy buen alumno: diligente, trabajador, atento, correcto y muy inteligente.

Recuerdo que en cierta ocasión puse como tarea a mis pupilos una redacción sobre su familia, el trabajo de sus padres y la convivencia doméstica. Yo, en realidad, buscaba conocer algo más de aquel alumno, porque debo reconocer que estaba intrigado en cuanto a su persona.

Rellenó cerca de tres cuartillas, en las que apenas encontré dos o tres faltas de ortografía. Se expresaba muy bien, y apenas llevaba cuatro meses de escolarización. Pero, si bien estos extremos me sorprendieron, fue el contenido el que me dejo estupefacto, y por ello lo transcribo aquí literalmente:

“Manuel Alcázar Rivera. Grado elemental. 1º curso.
12 de enero de 1952. Zarza de Granadilla (Cáceres).

REDACCIÓN: “MI VIDA FAMILIAR”

         Me llamo Manuel, y tengo 7 años y diez meses. Soy el menor de 4 hermanos, todos varones y vivimos en una granja a doce kilómetros del pueblo. Allí criamos cabras, ovejas, cerdos, gallinas y vacas. También tenemos una huerta y dos fanegas de trigo y una de olivar. Mis padres y los cuatro hermanos trabajamos también en la granja y en la huerta.

Mi padre se llama Serafín y mi madre Eulalia. Mi hermano mayor tiene 15 años y se llama José; el segundo doce y se llama Antonio; luego va Luís, que tiene 10 años y yo que tengo casi ocho, que cumpliré el próximo 17 de marzo.
         
Cada día me levanto a las cuatro de la mañana, ordeño, realizo mis labores en la granja y a las siete cojo la bicicleta y vengo al colegio, sin que mi padre se entere ya que no me permitiría de ninguna manera asistir a la escuela. Mi madre y mis hermanos me cubren, pero más temprano que tarde, me descubrirá y su castigo será severo.

         Me encanta aprender y el colegio me entusiasma. Mi profesor, Don Federico, es un hombre sabio del que quiero aprender todo lo posible antes que mi padre me prohíba terminantemente seguir viniendo a las clases. Pero yo quiero ser médico, o farmacéutico, y salvar vidas ayudando al prójimo. También me interesan mucho las matemáticas y las ciencias naturales.
        
De camino a la escuela recojo a mi amigo Eduardo, que tiene 8 años, y lo monto en mi bici para traerlo al pueblo ya que trabaja de aprendiz con un zapatero. Yo le he dicho que venga al colegio, pero dice que su familia es pobre y debe ayudar económicamente.

A la una y media, cuando acaban las clases, cojo mi bici y pedaleo doce  kilómetros  hasta  la  granja,  justo cuando mi padre está en la taberna, de la que llega borracho y pasadas las cinco de la tarde. Mi tío Horacio me compró dos cuadernos, el libro, dos lápices y un plumín. Le estaré agradecido toda mi vida.

Por eso debo aprovechar el tiempo y aprender lo máximo, porque el día menos pensado, mi padre se presentará aquí y me llevará a correazos a la granja y…adiós escuela y conocimientos.

Espero que eso sea lo más tarde posible y que, al menos, tenga tiempo para acabar este curso”.

         Confieso que tras leer aquello no pude reprimir una tristeza infinita que invadió mi corazón. Un nudo en la garganta y una tremenda emoción se apoderó de mí. Aquel chaval me había abierto su corazón y con la mirada perdida y su redacción en mis manos, pensé en un día de lluvia y viento, con los caminos embarrados y Manuel pedaleando de noche para asistir a mis clases, y eso día tras día, ya sea otoño o el duro invierno de estas tierras. Aquel chaval tocó mi corazón y me propuse ayudarle.

         Al día siguiente, acabé la clase media hora antes y me quedé a solas con el chaval.
-         He leído tu redacción, Manuel  - le dije – y quiero ayudarte. He pensado que podrías aprovechar la ausencia de tu padre para venir a clase y yo estoy dispuesto a darte cinco horas, de dos a siete, todos los días. ¿qué dices?
-         Es usted muy amable, pero ¿y si mi padre lo descubre cuando salga borracho y violento de la taberna y viene aquí? Entonces estaremos ambos en peligro –dijo mirándome a los ojos.
-         El médico viene todos los días a las ocho y media. Puede recogerte en su moto y así no tendrías que pedalear dos horas y antes de las dos estarías en la granja –le propuse-.
-         No quisiera ocasionarle molestias ni compromisos –replicó.
-         Manuel, ese hombre es mi amigo y no tendría reparos en hacerme ese favor.
-       Déjeme que lo piense, y el lunes hablaré con usted –me dijo, y añadió: es usted muy amable, Don Federico, y le estoy muy agradecido.
-     Por alumnos como tú sigo en esta profesión, créeme -le dije- y estreché su mano mientras me embargaba una inenarrable emoción.

El lunes, al final de la clase, Manuel se quedó allí y me dijo que si aceptaba mi propuesta no podía traer a su amigo al trabajo. Yo le contesté que los dos cabían en la moto de mi amigo, y entonces me dijo que aceptaba la propuesta. Me tendió su mano, curtida y áspera como la de un adulto, y con lágrimas en los ojos, y una mirada sincera musitó:
-         Le estaré eternamente agradecido, Don Federico.

Y dándose media vuelta, se marchó.

                   *        *        *        *        *        *        *        *        *       

Un espléndido día de principios de mayo, salimos al campo a dar la clase de ciencias. La naturaleza estaba en su esplendor, y cuando quise mirar la hora reparé en que eran cerca de las cinco de la tarde. Manuel se puso nervioso y me suplicó que debía marcharse de inmediato. Pero mi amigo no estaba porque ese día se había tenido que marchar antes de tiempo, y pedí prestada una bicicleta para Manuel, que montó en ella y salió disparado hacía la granja.

A la mañana siguiente, regresó como siempre en la moto de mi amigo, y me aseguró que no había ocurrido ningún percance.

Al dar las doce, rezamos el ángelus y al acabar, irrumpió en el aula un tipo violento y vociferante preguntando por Manuel Alcázar Rivera. Al verlo, mi pupilo palideció de inmediato.

 Aquel bárbaro le propinó una sonora bofetada y lo levantó del pupitre cogiéndole de una oreja. Corrí a defenderlo, pero me propinó un puñetazo que me tumbó en el suelo.
-         Así que esta es tu forma de ayudar en casa, ¿no? –le dijo fuera de sí.

Yo salí del colegio y avisé a la Guardia Civil, y una pareja me acompañó al aula. En ese preciso instante, Manuel salía de la oreja mientras su padre blasfemaba y vociferaba como un poseso.
-         Quiero denunciar esta situación, agentes –les dije a los Civiles.
-         ¿qué exactamente? –preguntaron.
-         Explotación infantil, negativa a la educación de su hijo y malos tratos –dije. Además, este hombre está borracho y es violento.
-         ¿es usted el padre del niño? –preguntó un agente.
-         ¿y a usted que cojones le importa?-respondió el padre fuera de sí.

El Guardia le obligó a soltar al niño y le propinó un puñetazo, mientras le advertía que debía de guardar respeto a la autoridad.
-         Es mi hijo y hago con él lo que me dé la gana-dijo el bárbaro.
-         Pues yo también-dijo el agente- y por eso le voy a detener y llevarle al calabozo mientras espera que el juez decida sobre su conducta.

El otro agente me hizo una señal y me llevó un poco apartado para preguntarme algunas cosas sobre el alumno. Le conté todo y le mostré incluso la redacción de Manuel.
-         Es un chico muy maduro y hace treinta kilómetros diarios para venir a clases, y eso tras levantarse a las cuatro de la madrugada para dejar terminada su tarea en la granja familiar.

El Guardia quedó impresionado y ante mis ruegos de que ayudara al chaval me prometió que haría cuanto pudiera para que siguiera viniendo a clases.

Manolito siguió asistiendo a clases, pero unos veinte días antes de las vacaciones de verano, una mañana apareció con moretones en la cara y un ojo casi cerrado. Había recibido una monumental paliza, aunque él no culpaba a su padre, sino a unos golfillos que le habían zurrado. Le llevé a mi despacho y le dije que se quitara la ropa, entonces pude observar que tenía la espalda llena de latigazos hechos con un cinturón y con una hebilla de metal.

Reanudamos la clase, pero al poco, la puerta se abrió bruscamente y entró el padre de Manolo en evidente estado de embriaguez. Cogió su cuaderno y lo hizo trizas allí mismo. Partió los lápices y tras unas bofetadas, prendió a su hijo del brazo y lanzándome una mirada venenosa me dijo:

-         Le aseguro que pagarás bien caro todo esto.

Mientras se marchaba, el niño me dedicó una última mirada. En sus ojos, anegados en lágrimas, se leía una triste despedida, que me partió el alma. Desde aquel funesto día ya no le volví a ver.

                   *        *        *        *        *        *        *        *        *

Más de veinticinco años después de aquello, mientras hojeaba un periódico, leí con asombro una noticia que decía:

“Ayer fueron nombrados los Secretarios de Estado del Gobierno de Adolfo Suárez, (….),
Don Manuel Alcázar Rivera, Secretario de Estado de Educación (…)”.
  
Unas semanas más tarde recibí una invitación del Ministerio de Educación y Ciencia en la que se me invitaba a acudir a una reunión con Don Manuel. Escrita de su puño y letra, decía:

“Estimado Profesor:
Durante todos estos años no he dejado de recordarle ni un solo día. Sería un honor para mí que aceptara mi humilde invitación, ya que gracias a usted he llegado aquí. Le emplazo para el próximo día 30 a las 17 horas en el Ministerio. Aunque es posible que ya esté usted jubilado, haré cuanto esté en mi mano para financiar su encomiable labor pedagógica y su compromiso con los más desfavorecidos.
Reciba un abrazo y mi más sincero agradecimiento por sus acciones en pro de mi educación, porque gracias a usted mis esfuerzos han tenido recompensa, pues le aseguro que sin usted jamás hubiera logrado mis sueños y metas. Suyo

Manuel Alcázar Rivera
Secretario de Estado de Educación”.

         Me enjugué las lágrimas que se deslizaban por mis mejillas, y dí gracias a Dios porque con su mano, el pequeño Manuel había triunfado allí donde se estrellan los que no han sido agraciados por la fortuna.


         Y, sentado en mi sillón, con la mirada perdida, recordé esos ojos que me miraron suplicando ayuda cuando su violento padre le arrastró lejos del colegio. Jamás la podré olvidar.




EL HIJO DEL CATEDRÁTICO

La pseudo- ciencia, ignora los sentimientos y los valores humanos y morales . La educación debe consistir en una mezcla equilibrada de ambos conocimientos. De lo contrario, la persona resultante, nunca estará preparada para realizarse a sí misma ni para ser útil a la sociedad ni a la familia”.
(Don Manuel Siurot Rodríguez, Pedagogo).


Era Don Anselmo Rueda Risco un afamado y muy considerado catedrático de Historia Contemporánea de España. Había escrito tres libros, referentes y de lectura obligada para estudiantes y amantes de esta disciplina. También había impartido innumerables conferencias y realizado ponencias en todo tipo de foros, así como colaboraciones en revistas especializadas y algunos coqueteos con la poesía y la narrativa poética en prosa;  personalmente su reputación era intachable.

Hombre flemático, metódico y  perfeccionista, tenía un aspecto externo muy acorde con lo que representaba. Era alto, no mal parecido y muy atildado en el vestir. Sus maneras le delataban como persona  educada y correcta, y era admirado por casi todos los que le conocían. Sus pocos detractores, le tachaban de “arrogante  y postinoso”.

Ya catedrático, y con veintisiete años,  contrajo matrimonio con Doña Julia Delgado Reinosa, una mujer de buena familia y muy bella a la que había reducido a un espectro tras veinte años de matrimonio,  a causa de su intransigencia, su arrogancia y su desprecio por las mujeres, a las que consideraba seres inferiores defendiendo con vehemencia esa tesis. Al respecto, era su frase favorita “propter sexus imbecili tatum” . Las creencias religiosas y la fe de su esposa habían evitado una dolorosa ruptura de esa unión, porque ella era consciente de que aquel hombre acabaría por consumirla a base de tristeza y desprecios. Ella y aquellos que le conocían bien decían que era tan docto e inteligente como insoportable y tan metódico y responsable como carente de nobleza y de valores humanos.

Nacieron de ese matrimonio tres vástagos. La mayor se llamaba Adelaida, y era una joven retraída, tímida y de semblante triste; su padre la había condenado a la incultura y a ser mujer de su esposo, a quien sin duda, elegiría él mismo,  y que debía ser una eminencia entroncado con la aristocracia. Luego iba Mercedes, que era un calco de su hermana en todos los aspectos, incluso en el físico, aunque se llevaban cerca de tres años. El pequeño, nacido en 1904 y de nombre Anselmo, era el que debía ser el orgullo de la familia y el que debía cumplir todos los deseos y sueños que su progenitor no había logrado. Era un joven tímido por demás, pero dotado de un talento excepcional para el arte, cualidad que había heredado de su madre, Dª Julia, mujer de una sensibilidad y talento artístico reprimido por las costumbres de la época. El pequeño Anselmo,  con once años,  era capaz de interpretar polonesas de Chopin, sonatas de Rachmaninoff y al órgano, tientos , fugas y tocatas de Cabanilles, Cabezón y del mismísimo Bach.

 A los trece años, y sin recibir clases ni nociones básicas de pintura, creaba cuadros impresionistas que dejaban boquiabiertos a los pocos que podían contemplarlos, porque Don Anselmo impedía que los entendidos en arte los viesen.

Es muy ilustrativa la siguiente anécdota: a los quince años, el joven Anselmo faltó a una clase de latín y el colegio lo puso en conocimiento de su padre. Este le infligió un severo castigo consistente en una semana encerrado en el desván. El joven  pidió diez pellas de barro y en dos días modeló una réplica de “El pensador” de Rodin,  que era impresionante y demostraba una técnica y una expresividad que realmente lo convertían en un artista sumamente prometedor. En ese retiro mejoró ostensiblemente su técnica para  el violín, siendo capaz de interpretar a la perfección a Paganini y a Vivaldi. Aún le sobró tiempo para componer un cuarteto para cuerda que interpretaría veinticuatro años más tarde y que fue un éxito rotundo.

Pero Don Anselmo ya tenía planificada la vida de su hijo, y su idea no pasaba precisamente por la carrera artística. Su hijo debía ser un insigne doctor en Leyes y su meta debía ser el gobierno de la España de los primeros años del siglo veinte, y, por descontado, en las filas del Partido Conservador, pero lejos del malogrado Antonio Maura y de la Liga Regionalista del gran Cambó. Así, intentó minar la vocación artística de su hijo, a base de severos castigos que denotaban una ausencia total de sentimientos y de respeto, unos rasgos que poseía en grado supremo.

Terminado el bachiller, obligó al joven Anselmo a cursar la carrera de Leyes, en contra de su voluntad y tras crudas y agrias discusiones rayanas en la violencia física. Tuvo, así, el joven Anselmo que obedecer a su padre para evitar a su madre más sufrimientos.

Corría el año 1922 cuando el joven comenzó la carrera de Derecho en la Universidad Pontificia de Salamanca, la más afamada del país.

Apenas tres meses más tarde, durante las vacaciones de navidad, y casualmente mientras paseaba por el centro de Huelva, se encontró con su antiguo maestro, Don Manuel, al que profesaba gran cariño y devoción. 

De él lo había aprendido todo, pero especialmente a ser una persona plena de sentimientos y de valores, coherente y digna, además de ser sobresaliente en  las materias que constituían el plan de estudios de su época .

Insistía Don Manuel en la importancia de los sentimientos y de los valores, atributos a los que otorgaba el mismo rango que la sabiduría y la cultura. Solía decir que la pseudo-ciencia convierte a los hambres doctos sin sentimientos ni valores en simples compendios de conocimientos similares a libros vivientes. Aquel encuentro casual cambiaría la vida del joven para siempre, porque tras un efusivo abrazo, el  antiguo pupilo pidió encarecidamente a Don Manuel que le dedicara media hora de su tiempo. A pesar de que Don Manuel casi llegaba tarde a una importante reunión, leyó en los ojos de Anselmo una ansiedad y un sufrimiento que le hizo aparcar sus obligaciones para entregarse a la petición de su antiguo alumno.

Sentados en un velador, frente a sendos y humeantes cafés, Don Manuel le recordó tiempos pretéritos, le dio la confianza que necesitaba para que se abriera en sus sentimientos y le imprecó a que le contara aquello que, evidentemente, le producía una gran desazón.

-          Mi querido profesor, llevo desde octubre en la Universidad de Salamanca. Mi padre me ha obligado a matricularme en Leyes, y, como usted sabe, yo llevo el arte en mis venas.  –dijo visiblemente afectado, y siguió - mi pobre madre, reducida a un espectro por la arrolladora y violenta personalidad de mi padre, no ha tenido fuerzas ni para protestar. Ahora, después de tres meses, ya todo se me hace insoportable. ¡Necesito que me ayuda! – imprecó Anselmo sollozando.

Quedó Don Manuel callado durante unos pocos minutos. Sin duda, aquello le había impactado, y el amor que sentía por sus alumnos constituía parte del más elevado del escalafón de sus valores como persona y como pedagogo.

-          Querido Anselmo, tú eres una persona dotada para el arte. Reconozco que tu inteligencia permitiría que obtuvieses buenas calificaciones en cualquiera de las carreras que pudieras emprender en tu vida…pero tu vocación, tus dotes innatas, tu voluntad, tu honestidad, tus sentimientos nobles…. ¿no pesan lo suficiente para convencer a tu padre? – dijo Don Manuel.
-          Cada día recuerdo sus enseñanzas, sus consejos, sus reiterados consejos acerca de los valores morales y de los sentimientos como parte importante e imprescindible de la formación humana….pero mi padre es un obstáculo porque carece de todo eso que yo he procurado siempre tener en cuenta y que usted me ha enseñado.
-          Los suponía – dijo el maestro – y ahora, a tus 18 años ves claramente y sufres en tus carnes el exceso de sabiduría frente a la carencia de sentimientos y valores. ¿es tu padre así?
-          Así es.
-          ¡El docto y respetabilísimo catedrático de Historia de España Don Anselmo Rueda! Le conozco y entiendo tus lamentos, querido alumno.

El joven comenzó a sollozar en un llanto agudo, reprimido tan solo por lo público del lugar donde estaban. Don Manuel le abrazo, y le susurró al oído:

-          Te ayudaré, querido Anselmo, te prometo que te ayudaré.
-          Mi padre es un bárbaro, Don Manuel, un ser sin humanidad, sin valores… Me destrozó el violín, quemó muchos de mis cuadros e hizo añicos mis esculturas. Con lo único que no ha podido es con mi determinación y mi vocación. Es lo que me queda.
-   Demuéstrale que eres un valiente. Hazle ver sus carencias, su desequilibrio; aplica lo que aprendiste conmigo. Que se convenza que el saber sin sentimientos no sirve para nada –aconsejó el pedagogo.
-          Pero…¿cómo? Lo pagará mi madre y está tan débil y desmoralizada….

Don Manuel quedó meditando unos instantes, y al fín le dijo:

-          ¿qué quieres cursar?
-          Artes y literatura – respondió el joven.
-          Sigue mi plan, Anselmo. Haz lo que te voy a decir sin dudas y sin arredrarte lo más mínimo. Comenzaremos por plantear un viaje a Salamanca para el día 4 de enero. Vas a ver a Don Humberto Reyes Huertas, y con educación y respeto, le entregarás una nota que yo te daré ahora mismo. Luego me dejarás tu dirección y yo mismo iré a ver a Don Anselmo, tu docto padre. Te prometo que reanudarás tus estudios universitarios en literatura y artes.
-          ¿así de fácil? – dijo Anselmo.
-          Así de difícil – respondió el maestro sonriendo – confía en mí, haz lo que te digo.

La reacción del joven fue la de romper en llanto y abrazarse a su maestro reiterándole sus más sinceros agradecimientos.

-          Pero mi padre le critica a veces por su dedicación a los pobres – dijo el joven.
-          No me preocupa lo más mínimo. Eso es natural en las personas carentes de sentimientos.. Sabré domarle. No temas; estoy acostumbrado y sabré arreglármelas.

Siguieron su conversación que discurrió por otros derroteros. Mientras el joven hablaba, Don Manuel escribía. Terminada la reunión, se abrazaron con cariño y el antiguo profesor le entregó una cuartilla doblada dirigida a la persona que antes le mencionó. El joven hizo lo propio con su dirección y referencias personales.

Cuando se despidieron, el joven abrió la carta al no poder reprimir su curiosidad.
Decía así:
  

“Huelva, 29 de diciembre de 1925.
Sr. Doctor Don Humberto Reyes Huerta.

Muy señor mío:


El portador de esta carta es el joven Anselmo Rueda, (hijo del insigne catedrático Don Anselmo Rueda). Ha sido alumno mío y siempre he pensado que su talento natural para el arte en cualquiera de sus expresiones es único.


Sin embargo, y muy en contra de su vocación y voluntad, su padre le ha obligado a cursar la carrera de Leyes, y a fijarle como meta el ocupar un escaño en el parlamento, indicándole incluso el partido al que debe afiliarse.

Lo anterior le ha sumido en una profunda tristeza y desesperación, y el interés que demuestro por el futuro de este chaval es totalmente fundado ya que pocos de su valía recuerdo haber tenido en mi larga carrera pedagógica.

Te ruego anules su matrícula en Leyes y se la formalices en Letras (literatura) y en Artes, porque además de sus calidades, rebosa nobleza, sentimientos humanos y tiene muy asimilada la importancia de los valores en los futuros adultos que regirán los destinos de nuestra nación.

Es un árbol que ha crecido recto, fuerte y sano, pero que puede doblarse por los inadecuados deseos de su padre. Te pido este favor porque sé que sabes de lo que estoy hablando.

Recibe un fuerte abrazo.
Tuyo

Manuel Siurot Rodríguez.”



Mientras Don Humberto leía la nota de Don Manuel, éste hablaba con el insigne y docto catedrático de Historia D. Anselmo Rueda. Tras una larga conversación, el catedrático abrazó emocionado a Don Manuel y aprobó su acto de bondad respecto de su hijo.

El reconocido historiador le confesó que en su afán por poseer la sabiduría había olvidado a ser una persona, y que estaba arrepentido de las consecuencias de este error.

Ambos se despidieron efusiva y cordialmente, y desde ese día, Don Anselmo comenzó a ser una persona con valores  y sentimientos. Hizo una cura de humildad, pidió perdón a su familia, y procuró hacerlos felices y deshacer el daño causado a lo largo de tantos años de severidad y sinrazón.

El joven Anselmo acabó con excelentes calificaciones las carreras de Letras y Artes, y cursó estudios en el Conservatorio Superior de Música en armonía, contrapunto, composición, violín y piano, y de inmediato se consagró como un polifacético artista, descollando en narrativa, música y pintura.
  
Todo ello lo logró en seis años, estudiando día y noche, y dando gracias a Dios por ese encuentro casual pero fundamental que tuvo con su antiguo profesor con 18 años. Literalmente cambió su vida, la de su padre, y la de su madre y hermanas.


*          *          *          *          *          *          *          *          *          *          *


Años más tarde, en 1940, acabada ya la cruenta Guerra Civil española, falleció Don Manuel Siurot Rodríguez.

En el cortejo fúnebre y tras el féretro, caminaban cogidos del brazo dos personas de riguroso luto. Uno era el Catedrático de Historia de España Don Anselmo Rueda Risco y, cogido de su brazo y sin poder parar de llorar, caminaba el insigne pintor, músico y literato, Don Anselmo Rueda Delgado.

A pesar de esa gran pérdida y de su tristeza, ambos se consolaban sabiendo que dentro del féretro solamente iban los restos del insigne pedagogo D. Manuel Siurot, porque su alma, que horas antes había abandonado el cuerpo material, ya debía encontrarse en el parnaso que alberga lo etéreo y lo sublime; lo que habita en el cuerpo mortal y más tarde es reclamado para pasar la eternidad en una dimensión más acorde con su calidad humana y laureada por su abnegada labor entre los vivos menos dichosos.






jueves, 28 de abril de 2016


EFECTOS SECUNDARIOS DE LOS DEDAZOS


Nos prometéis venturosas propuestas
Llenando los corazones de gozo.
Pero sentimos que caemos a un pozo
Y en la caída buscamos respuestas.
Pues repetimos en cada protesta
Cómo las normas provocan destrozos,
Sabiendo que cerebros perezosos
Nos gobiernan con normas deshonestas.
Se busca la obediencia a los señores
Como máximo aributo en el cargo
Pero el dedazo implicará favores
Sin que importe que sean dulces o amargos
-gages del oficio de servidores-
Ya que están para cumplir el encargo.

BEETHOVEN, EL TRIUNFO DEL ARTE COMO MEDIO DE EXPRESIÓN

       La Séptima sinfonía en La menor de Beethoven, apodada "apoteosis de la danza", es probablemente una de sus obras maestras. El segundo movimiento, cuya belleza es exquisita, representa un ejemplo perfecto de cómo un hombre puede abrir su alma y servirse de la música para comunicar sus sentimientos más íntimos.

       Pero no es de la séptima de la que quiero hablarles, sino de la novena y del mismo Beethoven.

      Los años que precedieron al estreno de la Novena sinfonía en Re menor no fueron buenos para Beethoven. Su música ya no se interpretaba y sobrevivía gracias al patrocinio (aunque más bien eran limosnas) de sus mecenas. Todos le creían loco cuando tarareaba con su voz ronca el que después sería el Himno a la Alegría y afirmaba que ese sería el tema central de una gran sinfonía que estaba escribiendo.

       Sus obras precedentes (en concreto la sonata opus 106 en Si bemol) las escribió para sobrevivir y comentó "la sonata en Si bemol fué escrita en apremientes circunstancias, pues es cosa dura escribir para ganarse el pan". Su sordera era casi total y su empecinamiento en dirigir el estreno de sus obras le pasaba factura y hacía desistir a muchos músicos. Al parecer pudieron convencerle de que no dirigiera el estreno de la novena sinfonía y, a escaso días del evento, aceptó.

        El período de ensayos fué rayano en anécdotas demenciales. Los coristas debían aguantar en pié los tres primero movimientos sin cantar, cerca de una hora. Algunos ensayos los dirigía él mismo, con el consiguiente descontrol y enfado por parte de los músicos. Cuando renunciaron dos primeros violines, y varios principales más, decidió que otro director fuera el que subiera al atril, pero él estaría allí, junto a él. 

        La orquesta suspiró aliviada, y decidieron, aprovechando su sordera, intriducir un cambio muy sutil en el acorde que da paso al cuarto movimiento, modulando a tono menor para remarcar el carácter de renovación de la humanidad que quiere expresar el himno de la alegría.

        El triunfo fué abrumador. El auditorio, puesto en pié, ovacionó largamente la interpretación. Beethoven fue ayudado por el director para que se volviese y observara el éxito y la ovación delirante de los asistentes, porque no podía oir el estruendoso aplauso.

        Al día siguiente, alguien escribió:
        "El terrible maesto Luwdig Van Beethoven presentó ayer su novena sinfonía. En ella nos abrió su corazón, reveló sus sentimientos más humanos e íntimos y colmó de belleza al sonido, demostrando que aún hay esperanza para la humanidad. Nadie quedó indiferente ante esta maravilla. Simplemente fué sublime."
Y por eso, doscientos años después de su estreno, la novena sinfonía aún es insuperable y su Oda a la Alegría el himno de la unión y de la concordia entre los pueblos de la humanidad.

martes, 26 de abril de 2016



La cuarta sinfonía de Beethoven, poco conocida por encontrarse entre la tercera (Heroica) y la quinta, constituye en buen ejemplo de como una gran obra puede ser eclipsada por sus flancos. Desde siempre, el genial maestro mostró ciertas reticencias a la forma de la sinfonía como buen paradigma para su uso en interpretaciones de orquestas. Es oportuno recordar que su primera sinfonía fué escrita a una edad ya madura, y cuyo comienzo rompía moldes y convencionalismos al abrirse con un acorde disonante. Muchos analistas y críticos han querido ver en ello un signo de rebeldía y de innovación respecto a las obsoletas formas usadas por Mozart, Hayden o Schubert, músicos todos ellos que se adaptaban a la estructura sinfónica para componer sus obas de larga duración.
La primera sinfonía de Beethoven contiene pasajes de gran belleza, pero la crítica de la época no fué benevolente con ella. Era muy atrevida y Beethoven muy controvertido. El puritanismo imperante marcaba pautas difíciles de romper.
Si consideramos que Franz Joseph Hayden compuso más de 100 sinfonías y Mozart más de 40, debemos analizar la causa de tanta feracidad creativa. A mimodo de ver, los dos autores antes mencionados (y sobre todo Haydin) desarrollaban toda una sinfonía en una frase principal muy tonal cuyas derivaciones se caracterizaban por ser poco arriesgadas a la vez que servían de animación para las fiestas de la alta sociedad.
Pero Beethoven, no.El estaba hecho de otra pasta. En la Heroica (tercera sinfonía en Mib mayor), el "español" experimenta con modulaciones tan novedosas como arriesgadas. "Se había perdido en el laberinto de las modulaciones tonales y modales, a la vez que había  roto con los convencionalismos clasicistas de sus predecesores. En suma, Beethoven resolvió como solamente un maestro podría hacerlo, el laberinto al que le había llevado su increíblemente feraz creatividad" (crítica escrita en la época).
Por desgracia, la Heroica se recuerda más por anular su dedicatoria a Napoleón cuando invadió Austria que por la música en sí. En aquellos años, nadie podría entender el contenido de esa obra sublime.
El caso de la cuarta sinfonía y de la octava son diferentes: las alargadas sombras de la tercera, la Quinta, la séptima y la novena empequeñecen esas breves obras maestras.
Para acabar, usaré una frase de Lenin: "si sigo escuchando la sonata numero 13 "patética", no podré terminar la revolución". Esta frase es tan elocuente como cierta: nadie jamás supo dibujar con sonidos de forma tan exacta el sufrimiento y el pesar humano.

viernes, 22 de abril de 2016


ADIVINA ADIVINANZA (uno)

Un preso es recluído en una habitación cerrada e infranqueable. Sus comunicaciones con el exterior son dos: una puerta de diez centímetros de grosor y de acero reforzado, a prueba de explosivos y de herramientas diversas y un ventanuco situado en el techo, a cinco metros del suelo y con tres barrotes de hierro colado y distantes entre sí unos doce centimetros. El preso tiene una barra de acero con un extremo aplanado que ha encontrado enterrada en la arena del suelo. 
Una cañería a veinte metros de profundidad discurre bajo la celda, y el piso está compuesto de tierra, gravilla, otra capa de albero y hormigón de seis metros de grosor. LLegar a la tubería requiere perforar seis metros de hormigón armado.
Han decidido que el preso muera alí de la forma más cruel posible. A los tres días los guardias comunican que el cautivo se ha escapado. Los responsables, tras una noche de borrachera y su consiguiente resaca comprueban que es así. Nadie puede explicarlo. ¿podrías tú?



UNA PISTA: decía Sherlock Holmes "una vez eliminado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad".

martes, 19 de abril de 2016


FA-UT-FA

Hector Berlioz, el significado músico y compositor, escribió un libro acerca de Beethoven que yo, con solo 14 años compré porque creía que era una biografía sobre mi músico favorito. Al leerlo descubrí que no era así; en la obra, Berlioz analizaba como un crítico entendido en la materia las obras más importantes del genio de Bonn.
Entre esa lectura que yo, por haber estudiado musica podía entender, me llamó la atención una anécdota sobre la sexta sinfonía, más conocida por "Pastoral".
Esa obra, donde Beethoven recurre al realismo para plasmar escenas bucólicas campestres, comienza con una frase musical definida por las notas "Fa-Do-Fa". (Antiguamente se llamaba "Ut" a la nota "Do", porque el himno de San Juan comenzaba por "Utquean laxis", y las dos letras con las que comienza cada estrofa y su coincidencia con los tonos otorga el nombre a las notas. La segunda es "Resonare fibris", "Mira gestorum", Famuli tuorum", etc). 
Ese simplísimo tema es desarrollado durante el movimiento con la maestría propia de un genio musical como fué "el español", pero Berlioz nos regala una curiosa anécdota. Es la siguiente:
Es de todos los admiradores de Beethoven sabido que el maestro solía inspirarse paseando por los bosques de Viena. En una ocasión anduvo vagando unos días por allí y lo encontraron unos policías que lo encerraron por creerlo un vagabundo. Esta costumbre de recurrir a la naturaleza para buscar inspiración e ideas fue una constante en la existencia del genial músico. Cuando su sordera era ya casi total escribió lo siguiente: "qué pena me produce que alguien pueda oir a lo lejos la flauta de un pastor mientras me lo comenta y yo no puedo oir nada. Tales hechos me llevan a la desesperación, y maldigo a menudo mi existencia.¿cómo puedo soportar y reconocer que ese sentido que en mí debería ser el más agudo ya no lo tengo? En ocasiones me siento el ser más desdichado de la creación...". 
Al precer, según dice Berlioz, cuando Beethoven aún no estaba sordo, también solía acudir a los bosques para inspirarse. Eso hizo que se fijara en que los pastores, cuando caían rendidos al sueño y despertaban con la flauta entre las manos, instintivamente tocaran las tres notas referidas "Fa-Do-Fa" fruto del sobresalto que les producía el despertarse y haberse ausentado de su vigilancia pastoril, y así, en la sexta sinfonía, Beethoven recurre a ese efecto de usar una música bucólica y relajante mientras entremete esa frase como corte para ulteriores desarrollos musicales.
No es la única anécdota de Beethoven en relación con las melodías pastoriles, pero sí que es un ejemplo maravilloso de la capacidad e inteligencia del maestro.
El eterno Beethoven fué calificado como misántropo, tirano, de recio carácter y escaso de sentimientos humanos, pero jamás he escuchado a  otro músico que fuera capaz de revelarnos sus sentimientos más íntimos por medio de la musica de forma tan sincera y descriptiva.