lunes, 4 de abril de 2016

EL HOMBRE DEL ALMA ROTA

En cierta ocasión tuve la suerte de conocer a una persona que, metafóricamente hablando, era todo un personaje. Tuve la fortuna de conocerlo, pero mayor fue mi gracia al tenerlo como compañero de barra de bar durante unos meses, en los cuales disfruté de su compañía y de sus  ideas y relatos, que eran tiernos, humanos y sobrecogedores.
Una tarde en el bar, y al interesarme por el motivo de sus últimas ausencias, recibí la noticia de que el Señor R.A. había fallecido. Tenía 54 años. Descanse en paz.
Pero el motivo de estas líneas no es hacer una necrológica, ni un recordatorio de su muerte. En ese caso estaría fuera de lugar, ya que su muerte ocurrió en abril de 1991. En esa época yo vivía en Sevilla, y estudiaba el último año de carrera. Yo era aún muy jóven, pero gustaba de oir las anécdotas y las historias de aquellos integrantes de la bohemia sevillana de la época, esos años en los que el desempleo era brutal, la conflictividad social tremenda  y la vida menos cómoda que hoy.
                Frente a mi casa había un bar que vendía bocadillos y ponía tapas baratas y grandes. Era el lugar al que muchos indigentes acudían para comer algo y, si el día no había resultado malo, se emborrachaban de vino barato.
El Señor R.A. solía ir a diario. Era una persona educada, culta y jamás perdía los modos, incluso cuando su borrachera era de magnitud 9. La única diferencia era que entenderlo se hacía bastante más difícil que de costumbre.
Solía contarme cosas ("que no le cuento a nadie más"-me decía-) muy personales. Mi juventud y mi vitalidad contrastaban con aquel hombre, derrotado, destrozado en cuerpo y alma por la vida y que había roto con todo, porque debo confesar que jamás conocí a nadie con el alma tan rota.
Tuvo sus ratos de gloria, sus días de vino y rosas; supongo que como todo el mundo, había gozado de su tiempo para la memoria. Pero algo terrible le había debido suceder. Su mirada sombría, sus formas melancólicas y su pesimismo vital así lo indicaban, inequívocamente. Mi amigo era una persona magnífica y ni el peor de los huracanes hubiera podido moverle de su admirable coherencia y de su indudable honestidad. Algo fatal había ocurrido, y cuando la desgracia se ceba en un ser bueno y sensible, este se convierte en un tierno felino que sólo puede aparentar ser más fiero para salvar su vida pero en realidad es un ser totalmente vulnerable.
Yo indagué en aquel ser humano maravilloso y, como una tierna breva, abrió su vida ante mí. Y concluí que su calidad humana era auténtica, porque ¿quién podría seguir siendo una buena persona después de que la vida le hubiese maltratado de la forma tan cruel y terrible como lo hizo con este hombre?

Y pensé: ¡cuántas veces el genio, así duerme en el fondo del alma, y una voz como Lázaro espera, que le diga “levántate y anda”…..

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