viernes, 8 de abril de 2016

DELIRIOS ONÍRICOS X
I
El calor era asfixiante esa tarde. Yo sudaba copiosamente y mis cejas se mostraban insuficientes para evitar que el sudor entrara en mis ojos. Me até un pañuelo alrededor de la cabeza, en la frente, y seguí desmembrando el cuerpo de Guillem a la vez que depositaba los pedazos en bolsas negras de basura. Cuando llegué al abdomen el olor me produjo arcadas y corrí al retrete a vomitar. Luego me puse un poco de crema perfumada bajo la nariz y seguí destripándolo. En menos de una hora Guillem, mi primo hermano, había quedado reducido a trozos que ocuparon siete bolsas de basura.
Eran casi las diez y media de la noche y aún no había anochecido. Tomé una ducha y me senté en la terraza del estudio. El crepúsculo cedió paso al anochecer que se cernía lentamente sobre la gran ciudad. Era viernes y se notaba en la animación que presentaban las calles del barrio. Un incesante ir y venir de jóvenes, cargados de bolsas con botellas y eufóricos provocaba una bulliciosa noche estival. Encendí un cigarrillo y pensé que no iba a ser tarea difícil sacar las bolsas y depositarlas en contenedores y baldíos más o menos alejados de mi domicilio. Me fijé las dos de la madrugada para ese menester y, después de vestirme, bajé a un bar cercano a tomar unas copas para hacer tiempo.
Sonó el móvil. Era la madre de Guillem preguntando por él. Le respondí que se marchó sobre las nueve y cuarto y que ignoraba dónde fue después. Nos despedimos y me pidió que le dijera que la llamara si lo volvía a ver. Poco antes de las dos marché a mi estudio para ejecutar la última fase de mi plan. Terminé a eso de las tres y media y, cansado y medio borracho, me acosté en seguida.
II
Me despertó el móvil de Guillem. Era su madre. No respondí a la llamada y saltó el buzón de voz. Ella dejó un mensaje en el que evidenciaba su estado de preocupación. Sonreí sin ganas, levemente, y seguí durmiendo. Volvió a despertarme otra llamada, pero esta vez era mi teléfono. Otra vez mi tía Gemma, la madre de Guillem. Afirmaba que su hijo había desaparecido y que la policía había aceptado la denuncia de ella. Le repetí que no le había visto y con una lacónica despedida por su parte, acabó la conversación y colgó.
Comí algo en el bar de la esquina y regresé a casa para volver a la cama. Sonó el timbre y abrí la puerta. Era la tía Gemma y quería hablar conmigo. Pasó y se sentó. Su semblante era serio, y me pareció leer en su ceño fruncido una sospecha.
- La policía dice que el móvil de mi hijo está cerca de este lugar –me dijo.
- Es posible –contesté- pero yo no lo he visto.
Me levante para ir al váter y en ese momento sonó el móvil de Guillem. Era su madre la que llamaba. Comprendí de inmediato que mi tía sabía que yo ocultaba el paradero de su hijo y que el móvil de éste se encontraba en mi casa. Decidí que si salía viva de mi casa estaba perdido. Tomé un enorme cuchillo jamonero de la cocina y le corté el cuello. No tardó ni cinco minutos en morir desangrada.
La puse en la bañera y antes de desmembrarla encendí un cigarrillo y me puse a pensar. Lo primero que debía hacer era dejar el móvil de Guillem en un lugar cercano a mi barrio y con el móvil de Gemma enterrarlo en el bosque y quitarle previamente la batería y la tarjeta de memoria, que sería quemada e inutilizada. El móvil de mi primo debía estar operativo, pero cerca del barrio.
Ejecuté todo el plan, después de repartir las bolsas con los trozos de la tía Gemma por la ciudad, me acosté.
Pasaron tres días hasta que una mañana se presentaron en mi casa dos inspectores de policía para hacerme unas preguntas.
Los acomodé y comenzaron a hablar de cosas intranscedentes que yo aguanté con paciencia. Luego me preguntaron el motivo de que el móvil de Guillem hubiera cambiado de lugar ya desaparecido su dueño. Le pregunté a qué se referían y me dijeron que las dos llamadas recibidas por el móvil de mi primo lo situaron en mi casa y luego fue encontrado a unas manzanas de allí. Les dije que no tenía explicación para aquello. Acto seguido me preguntaron por mi tía Gemma, que llamó desde mi casa a su hijo y esa fue su última llamada.
-Ahora el móvil de ella está inutilizado y la tarjeta destruída- me dijeron.
Les repetí que no sabía nada del asunto y se marcharon después de advertirme que no saliera de la ciudad y que estuviera localizable en todo momento.
Esa noche pensé en todas las opciones posibles y me maldije por haber sido tan torpe al quedarme con el móvil de Guillem. Me levanté, tomé papel y bolígrafo y comencé a anotar ideas que se me ocurrían. Obviamente no habían encontrado los cadáveres aún, por lo que solo había sospechas. Me pareció buena idea ir a la policía y decirles que mi primo olvidó el móvil tras una discusión violenta y que decidí no decirle nada a la madre. Después, cuando Gemma llegó a mi casa discutimos y ella juró que se vengaría de mí, y que tal vez ella hubiera preparado un plan para que me acusaran de matar a Guillem. Parecía convincente. Analicé la declaración y me resultó sólida. Pero aún no me encontraba preparado para enfrentarme a la policía y relatarles esa invención mía que, no sé por qué, pero no acababa de cuadrarme. Decidí caminar un poco y despejarme.
Recorrí las calles del barrio a paso rápido. Aún era madrugada y no se veía un alma. Al doblar una esquina me pareció ver una figura que, subrepticiamente, se ocultaba en un soportal. Caminé hacía allí y comprobé que no había nadie; lo achaqué a los nervios y proseguí mi camino. Pero esas visiones comenzaron a intensificarse en número. Si eran alucinaciones visuales, ahora también lo eran auditivas ya que un gorgoriteo muy semejante a una risa velada comenzó a resonar en mi cabeza. La sombra que se ocultaba cuando yo doblaba una esquina y que reía de forma sardónicamente sorda cuando yo comprobaba que no había nadie y que todo era fruto de mi imaginación cobró repentinamente una nueva forma: un olor desagradable a cadáver mezclado con roquefort. El olor nauseabundo se hacía más y más insoportable. Comencé a correr impulsado por un acicate que yo mismo ignoraba, sin rumbo, sin meta clara. En la agitación de mis nervios decidí regresar a mi casa. Sin embargo no la encontraba por más que recorría calles adyacentes a la mía y la desesperación comenzó a quebrar mis nervios hasta puntos inenarrables.
Llegué a la entrada de mi bloque e introduje la llave en el cancel. No era la cerradura. Mi agitación nerviosa comenzó a tomar un cauce desmesuradamente dramático. Me situé en el centro de la calle y miré los bloques. Un pitido de claxon me sacó de mi ensimismamiento. Un señor alto y con bigote se bajó del vehículo y me ofreció ayuda. ¿quién es usted? – pregunté.
Pero el tipo se difuminó y dejó un rastro del olor que ya me resultaba familiar. Como un susurro lejano, escuché la risa gorgoriteante. En un estado rayano con la demencia, caminé unos metros y al parecer me desmayé.
III
Había llegado a odiar las visitas y esa noche tuve dos. Guillem las atendía y mi tía Gemma procuraba que se marcharan pronto. Yo, desde mi silla de ruedas observaba todo, lo veía todo, podía oler y saborear las cosas y solamente el tacto me fallaba. Era un setenta por ciento vegetal y el resto humano y solamente tenía 40 años.
Cada noche recordaba aquella pesadilla que me hizo bajar las escaleras sonámbulo y `ponerme en medio de la calle provocando que un vehículo conducido por un borracho me dejara tetrapléjico. Mi primo Guillem y mi tía Gemma cuidaban de mí.
Muchas veces me preguntaron sobre el motivo que me impulsó a hacer eso que hice, pero ese sueño, esa atroz pesadilla está encriptada en mi memoria y así quedará para siempre. Eso es seguro…y es, quizá, lo único seguro que tengo en esta triste vida mía.
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PD. Se preguntarán ustedes que si soy un vegetal cómo he podido escribir mi relato. Eso es un secreto que también me llevaré a la tumba.

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