martes, 5 de abril de 2016

LOS OUTSIDERS

En sociología (y también en psicología) suele llamarse así a esas personas que están fuera de lugar, y en cualquier sentido. Un Outsider puede ser un garrulo entre gente exquisitamente educada o a revés. La cuestión no es esa, pero quiero llevar esta reflexión a ser comprensible partiendo del ejemplo de los outsiders.
En España, a través de un proceso que ha durado miles de años, hemos ido adquiriendo una idiosincrasia muy particular, consistente en el enfrentamiento en base a los motivos más nimios, frívolos e injustificables que se puedan imaginar. Ser del Betis o sel Sevilla, del Madrid o del Barça, del PP o del PSOE, de Sevilla o de Málaga, del pueblo A o del vecino pueblo B, de una cruz o de otra y así podría seguir con muchos ejemplos reales. 
La cuestión radica en conocer el motivo de estos enfrentamientos tan escasos de sentido común y considerar a las consecuencias a las que pueden llegar; no bajará de mil la cifra de muertos por motivos de esta índole.
Este es un fenómeno que no suele darse en otros países, aunque creamos que sí. Y yo he llegado al convencimiento de que tienen su base en las carencias nacionales de corte secular de las que adolece España. Para nuestros abuelos la enemistad con los bollulleros era enconada; nosotros, los de mi generación, jamás pasamos de algún chistecito sin maldad. ¿Qué ha cambiado por tanto? la educación, la cultura y la tolerancia. Nuestros abuelos no la tuvieron, pero nosotros sí.
Siempre hubo ilustrados desde el siglo XV. Los monasterios guardaban celosamente las fuentes culturales a las que el pueblo tenía prohibido el acceso. Solamente los ricos y sus descendientes podían adquirirla. Un par de siglos más tarde llegaron los "bachilleres", que se contaban por unidades en los pueblos grandes y de uno a ninguno en los pequeños. Médicos, curas, notarios, letrados y maestros eran dioses respecto del pueblo llano. Ahí comenzaron los odios y las enemistades. Ser alguien a costa de denostar a otro fue la táctica empleada por los que se creían o sabían que no eran nadie, outsiders con responsabilidades inconfesables (sicarios). Eso nos llevó a 14 guerras civiles en 500 años.
Cuando la cultura se hizo obligatoria y se generalizó, fue usada arteramente como instrumento para hacer de las personas lo que interesara a la élite que fueran. Y hay que decir que, por motivos obvios la élite solamente se enfrentaba cuando había intereses patrimoniales o espurios en juego, nunca por nimiedades frívolas.
A mí me inculcaron que la nuestra era la única religión verdadera y que las guerras y las invasiones contra los herejes (los no católicos) eran bendecidas por Dios. ¿qué Dios querría que sus hijos, hechos a su imágen y semejanza, se mataran entre ellos? De forma velada nuestra educación contemplaba siempre la enemistad como elemento necesario para dar solidez a nuestras personas.
Recuerdo una anécdota muy curiosa. Cuando Félix Rodríguez de la Fuente murió, uno de los curas que nos daban clases se refirió a él así: "pobre alma la suya. Decía no creer en el Dios verdadero, y ahora se tendrá que presentar ante El. No sigáis jamás su ejemplo, porque alguien que ha contemplado como él la obra de Dios no puede ser ateo jamás". Eso lo decía un cura al que señalaban muchos niños como no del todo respetuoso con la inocencia virginal de sus pequeños alumnos.
La nueva Ley de Educación supone volver a esa educación excluyente, enconante y de la que emanan los odios y enemistades. Sus maneras son muy sutiles, pero la finalidad que persigue no es otra. Poner la cultura en manos pudientes es crear una mayoría ignorante que no dudará en obedecer ciegamente al que le da de comer.
La España del futuro, esa que todos queremos, comienza por la educación. Si esta falla, todo lo logrado en este sentido se hundirá porque estará podrido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario