EL EXTRAÑO CASO DE TOMAS MANZANEDA
Una tarde del invierno de 1887,
cuando comenzaba el crepúsculo y una densa niebla se cernía sobre Valencia, Sergio
López irrumpió en nuestro piso, en la calle Alfareros, 12, caracterizado como marinero y en un estado de
agitación muy notable. Cerró la puerta y, con cuidado, miró tras los visillos
de las ventanas evidenciando que algún
peligro le acechaba. Plegó las contraventanas y se derrumbó en su sillón
exhalando un suspiro de alivio. Se despojó de su disfraz y al poco apareció con
su batín, sus pantuflas y fumando su larga pipa de cerezo, la cual identificaba
yo con un estado de crispación en el ánimo de mi amigo.
-
He
tenido un día peligroso, amigo mío. Mi vida ha estado en juego buena parte de
la jornada. Un matón a sueldo de Oti Hernández ha intentado agredirme en dos
ocasiones. Mis conocimientos de esgrima con palo me han salvado la vida.
-
¡Dios
mío, Sergio! - exclamé- ¿está bien?
-
Si,
querido amigo, por poco, pero bien. Estoy investigando el extraño suceso
ocurrido ayer a Don Tomás Manzaneda. Supongo que sabe algo del asunto.
-
Lo
que dicen los periódicos. Desapareció de la forma más inexplicable ante dos
acompañantes al ir a recoger un paraguas a su apartamento, mientras ambos
esperaban en el descansillo de la escalera.
-
Eso
es lo que dicen los diarios, pero no lo que ocurrió – replico Sergio.
-
La
verdad es que nadie puede desvanecerse sin más – dije yo.
-
Exacto,
querido amigo. Eso es imposible, y como tal hay que desecharlo como
explicación. ¿qué nos queda? Que haya desaparecido por voluntad propia o ajena
y el plan haya salido a la perfección. Por improbable que parezca, esa debe ser
la explicación.
-
Me
gustaría que me pusiera en antecedentes – dije yo reconociendo mi falta de
información al respecto.
-
Con
mucho gusto lo haré – dijo mi compañero. Verá, las dos personas que acompañaban
esa tarde a Tomás eran dos amigos socios del mismo club y se dirigían al mismo
a jugar a las cartas. Almorzaron en casa
de Tomas y al salir comenzó a lloviznar
un poco. Como no llevaban paraguas,
Tomas subió por un par que tenía en sus habitaciones. Los otros dos
esperaron y al cabo de un rato, temiendo algún accidente, regresaron al piso de
Tomas y lo encontraron vacío y sin rastro de su amigo. Inmediatamente fueron al
club y luego a la policía. Al anochecer, el comisario Aduriz solicitó mi
colaboración ante su desconcierto total. Llevo toda la noche y toda la mañana
haciéndome pasar por marinero dado que
Tomas era contable en una empresa de armadores de mercantes, donde
tampoco saben nada de el.
-
Además
de extraño, es un caso que parece no ofrecer un cabo donde agarrarse para
empezar a trabajar – dije yo.
-
Eso
es lo que me desconcierta – dijo Sergio cabizbajo.
-
El
piso está en una quinta planta y solo tiene dos ventanas al exterior y un
ventanuco de quince por quince centímetros que airea el WC y que también da a
la calle. Es un piso de no más de 40 metros cuadrados y es imposible salir de
el si no es por la puerta, donde estaban esperando los dos amigos.
-
¿en
la misma puerta? –pregunté.
-
No,
en el descansillo de la cuarta planta – dijo Sergio.
En ese momento llamaron al timbre y
el comisario Adúriz. Venía acompañado de los dos amigos del desaparecido y su expresión evidenciaba su desconcierto.
Miró a Sergio con gesto de desesperación, esperando que mi amigo le devolviera
una mirada en la que se intuyera cierta esperanza.
-
Lamento
decirle que mi plan no ha dado resultados claros; sin embargo no ha sido del
todo estéril. Un matón ha intentado agredirme un par de veces, y juraría que no
me ha reconocido como detective. El motivo de los ataques, lo ignoro, pero mi
vida ha estado en peligro.
-
¿lo
ha identificado? – preguntó Aduriz.
-
Solamente
se que es un matón a sueldo de Oti, el estafador. Nada más.
Sergio se dirigió a los dos hombres.
-
Señores,
me gustaría que uno de los dos, ya que ambos vieron lo mismo y estaba en el
mismo lugar, me relatara al detalle cómo se produjo la inexplicable
desaparición de Don Tomas y, además, pongan especial cuidado en no omitir
detalle alguno, por trivial que pueda parecerles.
Uno de los dos hombres se identificó
como Timoteo Venegas, amigo de la infancia del desaparecido y con el que
mantenía una relación bastante cercana.
-
Verá,
Señor Sergio, antes de empezar debo confesarle que Tomas hablaba con frecuencia
del hastío que su vida le causaba y coqueteaba con la idea de comenzar una
nueva vida en las colonias. No lo tomábamos en serio, pero si le soy sincero lo
que me extraña es la forma en que ha desaparecido, pero no su desaparición.
-
Ha
sido usted muy claro, continue por favor – dijo mi amigo.
-
Aquella
tarde almorzamos en su casa. Hizo unos brindis que nos sorprendieron un poco,
ya que sonaban a despedida. Luego quedamos en ir al club Norteño a jugar al
Tute, y, como lloviznaba al salir, Tomas fue a coger un par de paraguas. El
resto ya lo saben.
Sergio cobró de repente un brillo en
sus ojos que evidenciaba que había logrado coger algún cabo suelto. Mientras el
hombre hablaba, su mirada estaba en otro sitio, y ese sitio era el rostro del
otro testigo, Manuel Piedra.
Sergio dio por acabada la entrevista
de forma apresurada y despidió con un saludo a los dos testigos. Cuando Aduriz,
Sergio y yo quedamos a solas, mi amigo nos miró y dijo:
-
Necesito
ir al lugar de los hechos, Aduriz. Ahora mismo, y ponga a sus hombres tras el
rastro de esos dos hombres, porque o mucho me equivoco o mienten.
-
¿qué
le hace pensar eso? –dijo el comisario.
-
Es
simple: nadie se desvanece, y, si usted aparta todo aquello que no es
necesariamente cierto ¿qué garantías tenemos de que estos dos hombres dicen la
verdad?
Aduriz quedó muy serio y dijo:
-
Ya
se lo que usted quiere decir y…¡por Dios que lleva razón! ¡he sido un idiota!
-
No
querido compañero, aún no diga eso. Vamos a casa de Don Tomas.
Llegamos al bloque de pisos donde tuvieron lugar los hechos y
subimos hasta la casa del desaparecido. Sergio sonrió.
-
Aduriz:
¿cómo supieron desde aquí que estaba lloviendo? La calle no se ve y según su
versión, fue en ese descansillo donde Tomas se volvió…
Entramos en el piso. Sergio realizó una investigación
concienzuda. Una hora más tarde, un
ruído nos alertó. Alguien estaba entrando en el piso. Nos escondimos y el señor
Timoteo entró en el apartamento. Corrió
las cortinas y encendió la luz de gas. Se dirigió a la habitación de Tomas y
retiró la cama sin hacer ruído. Levantó un trozo de linóleo y sacó una pequeña
caja de madera. Luego dejó todo tal como estaba. Sergio hizo un gesto al
comisario para que no interviniera. Timoteo salió y Sergio pegó la oreja a la
puerta. Detectó que venía acompañado de otra persona, el otro testigo, sin
duda.
-
Aduriz
– dijo mi compañero – ordene a sus hombres que sigan a estos dos pájaros y,
sobre todo, no les deje subir a ningún tren ni barco. Aseguresé que están en Valencia
y localizados. Debo terminar una cuestión antes de atraparlos.
Sergio escudriño las paredes del
piso, y con una expresión de victoria nos mostró una puerta camuflada que
conectaba con la vivienda vecina. Entramos y allí estaba Tomas colgado del techo. Había sido ahorcado,
pero llevaba muerto no menos de dos días. Lo habían golpeado y maniatado antes
de darle muerte. La caja, fuera cual fuera su contenido, era lo que buscaban.
Esta segunda vivienda fue
minuciosamente investigada por Sergio y el comisario Aduriz, y estaba repleta
de evidencias. Menos media hora después, mi amigo nos dijo:
-
Señores,
el caso está completo. Detenga a los dos testigos y hágase con la caja. Dentro
está la pieza que completa el puzle.
El comisario dio las órdenes pertinentes y los tres nos
dirigimos a las oficinas policiales de Aduriz donde poco después llegarían los
testigos ya detenidos. Durante el
trayecto, Sergio nos explicó la resolución del caso.
-
Lo
primero que me puso en guardia fue la increíble historia que inventaron los dos
testigos para despistarnos: era un imposible, por tanto indagar en ella como
pista hubiera sido una pérdida de tiempo que ellos dos aprovecharían para poner
tierra y mar de por medio. Si ponemos en duda la explicación de los testigos
¿qué nos queda? Dos hombre s que mienten y un desparecido que estuvo con ellos:
eso no lo niegan.
-
¿pero
por qué vinieron a la policía? – preguntó el oficial.
-
Obviamente
para hacer más creíble su versión y apuntalar su inocencia – dijo mi amigo.
-
El
matón a sueldo de Ottis me puso sobre la pista de un posible caso de estafa
sobre la persona de Tomas. No me
reconoció, pero estaba vigilando las oficinas del armador, y como yo estaba
fisgoneando, no dudó en disuadirme de mi actitud, fuera cual fuera mi
propósito.
Sus amigos cometieron un fallo garrafal:
desde la cuarta planta no se ve la calle, porque el bloque no tiene ventanas al
exterior. Solo desde el piso pudieron ver la lluvia, y eso se contradice con la
versión de los testigos. Mentían con total seguridad.
Otra pieza fue lo angosto del
apartamento: no había lugar para esconderse ni para hacer nada parecido, así
que la posibilidad de un segundo escenario ganaba enteros. Por eso encontré la
puerta, porque la estaba buscando.
El regreso de ellos al piso,
creyéndonos en nuestros estudios se hizo de acuerdo al plan trazado por ellos, pero
yo mismo acorté la entrevista para que dispusieran de más tiempo y fueran con
menos precauciones. No esperaban que nosotros nos adelantáramos.
-
Sensacional!
– dijo Adúriz emocionado.
-
La
caja de madera es la clave del asunto y en ella estará, seguramente, la
justificación del asesinato de Tomas. Tengo una o dos ideas sobre su
contenido, pero prefiero esperar a verla.
En la comisaría esperaban los dos
testigos, esposados y con cara de circunstancias. Cuando Sergio llegó, dijo airadamente:
-
Tomas es el culpable de todo. Quería traicionarnos y marcharse con el botín
solo. Solo hicimos justicia y lo obligamos a cumplir su pacto – gritó.
La caja contenía billetes por valor
de 100.000 pesetas y planchas para falsificar billetes de varios valores .
Era un trabajo perfecto y esos billetes falsos hubieran sido muy difíciles de
detectar y de localizar su origen. Tomas era un alias. La verdadera personalidad era la de Timoteo Rojas Ansó, conocido
estafador y falsificador de moneda, y responsable de varios crímenes. Thomas
era su última víctima, a la que había robado la documentación y lo había
suplantado con éxito. Otis estaba también tras su pista. Eso explica lo del
matón.
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