sábado, 2 de abril de 2016

LA GUERRA DE LA VERDAD O LA PAZ DE LA MENTIRA

En el sótano de la casa de la difunta abuela de Horacio y Daniel, dos hermanos y químicos jóvenes y alocados, pero dotados de un grandísimo talento, y tras mucho tiempo de trabajo y dedicación, han logrado aislar una pócima cuyo efecto consiste en anular por completo la capacidad de mentir de los humanos. Es decir, quien la ingiere es incapaz de mentir, y ello sobre cualquier asunto y en cualquier situación.

La poción es inodora, incolora e insípida, y bastan unas pocas gotas para obtener el efecto deseado, en cual es casi inmediato: diez minutos.
Además no posee propiedades narcóticas, ni psicotrópicas, ni enteógenas, ni estimulantes, ni parecidas: solamente anula la capacidad de mentir, sin que el sujeto experimente otro efecto.
Convencidos de la eficacia de su descubrimiento y de su importancia, los descubridores deciden, tras experimentarla en sus propios cuerpos, realizar un ensayo a una escala mayor, y para ello eligen una verbena veraniega de barrio en la cual se beberá alcohol y congregará a un público relativamente numeroso, del orden de quinientas personas, más o menos.
Al tratarse de un experimento, los resultados serán interpretados… pero después del ensayo. 
Observando los acontecimientos a cierta distancia, y habiendo logrado previamente introducir la droga en las botellas de licores y refrescos que se servirán en la fiesta, estiman que el 75% del público ingerirá la poción de una u otra forma.
Comienza a llegar gente. Los primeros son dos amigos, un joven y una mujer; de inmediato aparecen otros dos jóvenes y una chavala, todos jóvenes, que piden combinados de ron y ginebra.

La conversación comienza amigablemente, aunque los químicos no pueden escucharla, pero su desarrollo es el siguiente:
Los dos primeros piden sendas copas y se acercan al otro grupo de tres y comienzan a platicar de forma amigable. Comienzan a beber, y ahora la suerte está echada. Dejemos pasar un cuarto de hora.

Ha pasado un tiempo y la poción ha hecho ya su efecto. De repente las expresiones faciales de los cinco amigos se vuelven cavilantes y distantes, como si se previnieran ante un peligro
inminente. Una jóven le dice a su amigo que le aprecia mucho, pero que su falta de
atractivo físico le limita a la hora de desear un contacto sexual con él. “¿Qué chica se acostaría
con alguien con el rostro lleno de volcanes supurantes de pus amarilla y con kilos de caspa en el
cabello graso y ralo como el de una rata sarnosa?”- le dice a su amigo en un alarde de
sinceridad carente de diplomacia alguna. El interpelado, visiblemente molesto, le responde que el sentimiento es recíproco, y que las tías bajitas y sin tetas no le excitan. La amistad de veinte años entrambos se rompe y quedan enfrentados. Ambos se insultan a voz en grito y se desean todo menos suerte. 

Los tres restantes observan la escena sin excesiva sorpresa, porque cada uno tiene en su mente
una cosa parecida.

Otra joven le espeta a otro del grupo, gay a la sazón,  que su inclinación sexual es contranatura, y que más que buscarse un novio, necesita un psicólogo. El otro se enoja y le responde que ser virgen a los treinta años esconde un problema psicopático y sexual de pronóstico reservado. El quinto miembro, que está escuchando la conversación, pregunta a esa jóven si aún es virgen, a lo que ella, afectada por la pócima, no puede mentir y le responde que sí. El tipo pone cara de circunstancias y confiesa que en sus planes para esa noche estaba el fornicar con ella. 

Ella responde que le van las tías, pero que eso sería darle un disgusto a sus padres, y ella no
saldrá del armario mientras vivan sus padres.

El, eludiendo la respuesta diplomática bajo los efectos del suero de la verdad, contesta a
La jóven que  no perderá su tiempo ni la oportunidad con bolleras, y la deja sola con el que aún queda del grupo.

Este le dice a ella que en realidad es bisexual, y que lo de ser Gay es más pose que realidad.

A esas alturas, casi todos los presentes en la fiesta están bajo los efectos de la droga, y los
altercados comienzan a expandirse por doquier. Hay gritos, insultos y agresiones físicas. Los
promotores del experimento, que al principio, desde un rincón apartado, observaban satisfechos
el éxito de la fórmula y celebraban su éxito con risas, comienzan a estar preocupados. Ellos
traen su propia bebida, y acuden al maletero del coche para servirse unas copas. Desde la
ubicación del vehículo observan la escena que se va desarrollando en la fiesta, que de manera
increíblemente rápida, está causando estragos en cadena. 

Un coche de policía y una ambulancia aparecen de pronto: un joven ha sido apuñalado por un
amigo suyo y está en estado crítico. Cual efecto dominó, en poco minutos se producen varias
agresiones de arma blanca y algunos botellazos en la cabeza provocan más heridos.

Las escenas de violencia siguen con una frecuencia endemoniada. La policía, abrumada y
atónita ante la escena que están observando, pide refuerzos y los equipos sanitarios no
comprenden nada. Comienzan a plantearse que alguien haya introducido una droga tipo LSD o
anfetamina y que esto explique lo que está ocurriendo. La policía exige a la barra que deje de
servir alcohol y vigila que se cumpla la medida. No obstante, siguen presentes e impotentes ante
la avalancha de peleas, heridos y conflictos que sugieren que todos se han vuelto locos de
momento.

Al cabo de una hora, más de treinta agentes del orden vigilan el caos que se ha generado y
arrestan a varios asistentes a la “fiesta” y los sanitarios, ya provistos de varias ambulancias
trasladan a no menos de cien heridos.

Los “genios” del experimento, boquiabiertos, observan el resultado de su experimento. 

Deciden desaparecer y suben al coche rápida y subrepticiamente. Ya de camino a casa se miran
en medio de un silencio sobrecogedor.

- ¿qué conclusiones podemos sacar? – dice Horacio.

- No lo sé – responde Daniel.

De nuevo el silencio preside una escena en la que los dos experimentan un sentimiento de
culpabilidad abrumador. Daniel dice, por fin:

- Es obvio que la mentira es necesaria para que el mundo funcione en paz.

- Tremenda paradoja – replica Horacio- pero si hay algo positivo que deducir de este horror es
precisamente eso: la sociedad no puede funcionar sin recurrir a la mentira, es más, no puede
prescindir de ella ni un instante.

Y ambos marcharon a su casa sin que, hasta hoy, sepamos cuál es su salud mental. Tampoco
sabemos de cierto que ocurrió con la pócima y su fórmula, pero tal vez recurriendo a ella
podamos explicar ciertos episodios de catástrofes humanitarias que suceden cada día a lo largo
y ancho de nuestro planeta. Puesto a imaginar…todo cabe.


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