LA GUERRA DE LA VERDAD O LA PAZ
DE LA MENTIRA
En el sótano de la casa de la
difunta abuela de Horacio y Daniel, dos hermanos y químicos jóvenes y alocados,
pero dotados de un grandísimo talento, y tras mucho tiempo de trabajo y
dedicación, han logrado aislar una pócima cuyo efecto consiste en anular por
completo la capacidad de mentir de los humanos. Es decir, quien la ingiere es
incapaz de mentir, y ello sobre cualquier asunto y en cualquier situación.
La poción es inodora, incolora e
insípida, y bastan unas pocas gotas para obtener el efecto deseado, en cual es
casi inmediato: diez minutos.
Además no posee propiedades
narcóticas, ni psicotrópicas, ni enteógenas, ni estimulantes, ni parecidas:
solamente anula la capacidad de mentir, sin que el sujeto experimente otro
efecto.
Convencidos de la eficacia de su
descubrimiento y de su importancia, los descubridores deciden, tras
experimentarla en sus propios cuerpos, realizar un ensayo a una escala mayor, y
para ello eligen una verbena veraniega de barrio en la cual se beberá alcohol y
congregará a un público relativamente numeroso, del orden de quinientas
personas, más o menos.
Al tratarse de un experimento,
los resultados serán interpretados… pero después del ensayo.
Observando los acontecimientos a
cierta distancia, y habiendo logrado previamente introducir la droga en las
botellas de licores y refrescos que se servirán en la fiesta, estiman que el
75% del público ingerirá la poción de una u otra forma.
Comienza a llegar gente. Los
primeros son dos amigos, un joven y una mujer; de inmediato aparecen otros dos
jóvenes y una chavala, todos jóvenes, que piden combinados de ron y ginebra.
La conversación comienza
amigablemente, aunque los químicos no pueden escucharla, pero su desarrollo es
el siguiente:
Los dos primeros piden sendas
copas y se acercan al otro grupo de tres y comienzan a platicar de forma
amigable. Comienzan a beber, y ahora la suerte está echada. Dejemos pasar un
cuarto de hora.
Ha pasado un tiempo y la poción ha hecho ya su efecto. De repente
las expresiones faciales de los cinco amigos se vuelven cavilantes y distantes,
como si se previnieran ante un peligro
inminente. Una jóven le dice a su amigo que le aprecia mucho,
pero que su falta de
atractivo físico le limita a la hora de desear un contacto
sexual con él. “¿Qué chica se acostaría
con alguien con el rostro lleno de volcanes supurantes de pus
amarilla y con kilos de caspa en el
cabello graso y ralo como el de una rata sarnosa?”- le dice a su
amigo en un alarde de
sinceridad carente de diplomacia alguna. El interpelado,
visiblemente molesto, le responde que el sentimiento es recíproco, y que las
tías bajitas y sin tetas no le excitan. La amistad de veinte años entrambos se
rompe y quedan enfrentados. Ambos se insultan a voz en grito y se desean todo
menos suerte.
Los tres restantes observan la escena sin excesiva sorpresa,
porque cada uno tiene en su mente
una cosa parecida.
Otra joven le espeta a otro del grupo, gay a la sazón, que su inclinación sexual es contranatura, y
que más que buscarse un novio, necesita un psicólogo. El otro se enoja y le
responde que ser virgen a los treinta años esconde un problema psicopático y
sexual de pronóstico reservado. El quinto miembro, que está escuchando la
conversación, pregunta a esa jóven si aún es virgen, a lo que ella, afectada
por la pócima, no puede mentir y le responde que sí. El tipo pone cara de
circunstancias y confiesa que en sus planes para esa noche estaba el fornicar
con ella.
Ella responde que le van las tías, pero que eso sería darle un
disgusto a sus padres, y ella no
saldrá del armario mientras vivan sus padres.
El, eludiendo la respuesta diplomática bajo los efectos del
suero de la verdad, contesta a
La jóven que no perderá
su tiempo ni la oportunidad con bolleras, y la deja sola con el que aún queda
del grupo.
Este le dice a ella que en realidad es bisexual, y que lo de ser
Gay es más pose que realidad.
A esas alturas, casi todos los presentes en la fiesta están bajo
los efectos de la droga, y los
altercados comienzan a expandirse por doquier. Hay gritos,
insultos y agresiones físicas. Los
promotores del experimento, que al principio, desde un rincón
apartado, observaban satisfechos
el éxito de la fórmula y celebraban su éxito con risas,
comienzan a estar preocupados. Ellos
traen su propia bebida, y acuden al maletero del coche para
servirse unas copas. Desde la
ubicación del vehículo observan la escena que se va
desarrollando en la fiesta, que de manera
increíblemente rápida, está causando estragos en cadena.
Un coche de policía y una ambulancia aparecen de pronto: un
joven ha sido apuñalado por un
amigo suyo y está en estado crítico. Cual efecto dominó, en poco
minutos se producen varias
agresiones de arma blanca y algunos botellazos en la cabeza provocan
más heridos.
Las escenas de violencia siguen con una frecuencia endemoniada.
La policía, abrumada y
atónita ante la escena que están observando, pide refuerzos y
los equipos sanitarios no
comprenden nada. Comienzan a plantearse que alguien haya
introducido una droga tipo LSD o
anfetamina y que esto explique lo que está ocurriendo. La
policía exige a la barra que deje de
servir alcohol y vigila que se cumpla la medida. No obstante,
siguen presentes e impotentes ante
la avalancha de peleas, heridos y conflictos que sugieren que
todos se han vuelto locos de
momento.
Al cabo de una hora, más de treinta agentes del orden vigilan el
caos que se ha generado y
arrestan a varios asistentes a la “fiesta” y los sanitarios, ya
provistos de varias ambulancias
trasladan a no menos de cien heridos.
Los “genios” del experimento, boquiabiertos, observan el
resultado de su experimento.
Deciden desaparecer y suben al coche rápida y subrepticiamente.
Ya de camino a casa se miran
en medio de un silencio sobrecogedor.
- ¿qué conclusiones podemos sacar? – dice Horacio.
- No lo sé – responde Daniel.
De nuevo el silencio preside una escena en la que los dos
experimentan un sentimiento de
culpabilidad abrumador. Daniel dice, por fin:
- Es obvio que la mentira es necesaria para que el mundo funcione en paz.
- Tremenda paradoja – replica Horacio- pero si hay algo positivo
que deducir de este horror es
precisamente eso: la sociedad no puede funcionar sin recurrir a
la mentira, es más, no puede
prescindir de ella ni un instante.
Y ambos marcharon a su casa sin que, hasta hoy, sepamos cuál es
su salud mental. Tampoco
sabemos de cierto que ocurrió con la pócima y su fórmula, pero tal
vez recurriendo a ella
podamos explicar ciertos episodios de catástrofes humanitarias
que suceden cada día a lo largo
y ancho de nuestro planeta. Puesto a imaginar…todo cabe.
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