LA INOCENCIA DEL SEÑOR ATILA
En mi memoria
siempre estará presente el caso del señor Atila Fernández. Desde el principio,
este asunto tomó un derrotero siniestro y grave, pero a medida que las
investigaciones avanzaban, su cariz fue haciéndose más y más tremebundo, hasta
desembocar en un impactante y mediático problema que estuvo en boca de la
ciudadanía durante varios meses, y seguramente, todavía existen muchos miles de
personas que lo recuerdan transcurridos más de veinte años.
Lucas solía
recibir a sus clientes en su despacho, ubicado en nuestra casa. Pero en el caso que
nos ocupa, debimos desplazarnos a la prisión de H* porque nuestro cliente
estaba encarcelado debido a un auto de prisión sin fianza e incomunicada
dictado por el juez de forma inmediata a su detención. Se le acusaba de
asesinato por envenenamiento en la persona de su esposa, de la que estaba
separado y en trámites de divorcio contencioso.
Las pruebas
parecían concluyentes, y el fiscal solicitó prisión sin fianza e incomunicada.
El juez aceptó tal petición, ante la impotencia de la defensa, abrumada por las
pruebas en contra de su cliente.
En la primavera
de 1997, Lucas fue requerido por el Señor Atila Fernández para que se hiciera
cargo de la investigación del caso, ya que juraba y perjuraba su inocencia.
Según sus palabras “tarde o temprano se dará con la prueba que me exculpe, y no
tengo duda de ello porque yo y solo yo sé con total seguridad que no cometí ese
crimen”. Esa afirmación fue suficiente para Lucas, el cual esgrimía el
siguiente argumento: “un culpable, aunque no reconozca su culpa, se aferrará a
resquicios y argumentos legales para evitar la cárcel. Contratará a buenos
abogados seguramente. Pero Atila me contrata a mí y esa es la mejor de las
pruebas que poseo para creer en la inocencia de mi cliente, y para que este
caso se me presente como todo un reto a mis habilidades. Sin duda me volcaré en
su resolución”.
El 14 de abril de
1997, Lucas y yo nos desplazamos a la prisión donde estaba encerrado nuestro
cliente, para escuchar de su boca su versión de los hechos y para escenificar
el comienzo de las investigaciones que debían librar a nuestro cliente de ser
objeto de una injusticia. Eran cerca de las seis de la tarde cuando se presentó
el reo. Era un hombre de unos 35 años. Alto, rubio y con bigote y perilla. Sus
modales eran educados y su voz, compungida por la emoción, resultaba elocuente
y agradable al oído. Nos saludó con una inclinación y tomó asiento frente a
nosotros. Observé como Lucas lo escudriñaba con su habitual tic, lo cual
denotaba un interés reconcentrado.
-
Señor Lucas, ante todo agradecerle su amabilidad
por prestarse a investigar este asunto. Antes de comenzar, le diré que pude
estar usted seguro que está frente a una persona inocente y que, por tanto, no
perderá usted tiempo ni reputación haciéndose cargo de mi problema. Eso se lo
garantizo con el más solemne juramento que nunca haya hecho un hombre.
Seguidamente le contaré con todo detalle lo que sé acerca del asesinato de mi
esposa, si es que fue un asesinato, y procuraré no omitir aspecto alguno,
sabedor de la importancia que para usted tienen los detalles.
Atila tragó
saliva, se aclaró la voz y comenzó su relato.
-
Mi esposa se llamaba Susana Díaz y tenía dos
años menos que yo. Llevábamos casados unos trece años y no teníamos hijos
debido a un problema de ella relacionado con eso que llaman “matriz infantil”.
No era estéril, sino que tenía pocas posibilidades de quedar encinta. Durante
unos años siguió un tratamiento prescrito por el médico ginecólogo, pero ya
hacía unos cinco años que lo había abandonado.
Mi mujer era una buena persona. Sin embargo nuestras formas
de ser chocaban con frecuencia, y la imposibilidad de tener hijos deterioró
bastante nuestra relación, hasta el punto de hacerse inviable. Al respecto le
aseguro que jamás la amenzacé, ni la agredí ni siquiera recibió un empujón de
mi mano. Acepté nuestra incompatibilidad de buenas maneras y empaticé con su
deseo frustrado de ser madre.
Hace unos dos años, decidimos darnos un tiempo para meditar
sobre nuestra relación y nos separamos. Yo marché a vivir a un piso de alquiler
y ella se quedó en la casa de ambos. Nos veíamos con poca frecuencia, pues esa
era la idea. No obstante nuestra relación seguía siendo cordial, aunque fría y
le aseguro que yo la hubiera ayudado en cualquier cosa que me hubiera pedido,
sin la menor duda.
Una noche del mes de enero de este año, coincidimos en un
pub nocturno. Ni yo ni ella habíamos provocado el encuentro. Simplemente
teníamos amigos comunes y solían ir a ese establecimiento, y por ello nos vimos
allí. Estuvimos saludándonos y cada uno estuvo hablando con gente diferente.
Eran ya las dos de la madrugada cuando, a causa de un pequeño malentendido,
azuzado por un conocido que suele comportarse como catalizador de broncas,
tuvimos una agria discusión, agravada por el alcohol y llegamos a insultarnos y
amenazarnos mutuamente. Ese es el episodio que esgrime el fiscal como
antecedente de maltrato por mi parte para justificar que yo pudiera haber
decidido dar muerte a mi ex esposa. Llegué, incluso, a pedirle disculpas a los
pocos días, y ella me las aceptó, reconociendo que había sido culpa de ambos.
Quedamos tan amigos.
La tarde que fue descubierto su cadáver hacía más de dos
semanas que yo no la veía ni hablaba con ella por teléfono. La última vez que
nos vimos fue, como le he dicho, un par de semanas antes porque coincidimos en
la cola del supermercado. Nos saludamos, nos interesamos el uno por el otro y
nos despedimos sin más.
Cuando la policía llegó a mi casa, el domingo del asesinato
y tras hallar su cuerpo sin vida, yo acababa de levantarme de la siesta. No
había salido de casa en todo el día y de repente recibí la noticia de su
muerte. Un agente me dijo que debía vestirme y acompañarles a la comisaría para
tomarme declaración. Tras cuatro horas de interrogatorio, me dejaron en
libertad. Tres semanas más tarde me detuvieron, acusado de asesinato por
envenenamiento. Eso es todo lo que puedo decirles, y me he explayado todo lo
posible, pero la verdad es que no sé ni una palabra más de este triste asunto.
Lucas guardó
silencio, mirándome de soslayo. Luego preguntó a nuestro cliente:
-
No me cabe duda de que dice usted la verdad.
Puede parecer alocado por mi parte decir eso, pero mi intuición es abrumadora
en este caso. Le ayudaré y encontraré al culpable. Confíe en mí. Ahora debo
hacerle unas preguntas.
-
Adelante – dijo Atila.
-
Durante cuánto tiempo exactamente estuvieron
ustedes separados?
-
Yo me mudé al piso de alquiler el día 12 de
marzo de 1995, y hasta la fecha de mi detención he estado viviendo allí. No ha
pasado ni una sola noche fuera de ese lugar.
-
¿ha mantenido usted relaciones durante ese
tiempo?
-
Sí señor. Dos veces. Una vez contraté una
prostituta a domicilio y lo hicimos en mi casa. Otra vez fui al “Rincón de la
Alegría”, el conocido Club de alterne con dos amigos. Fuera de esas dos
ocasiones, no he estado con ninguna mujer. De hecho puedo decirle que durante
nuestra separación no he salido de copas más de tres o cuatro veces.
-
¿sabe usted si ella ha tenido alguna relación?
-
Lo ignoro completamente. No puedo decirle más
que coincidimos una vez en el pub de copas el día de la discusión. Ese día ella
estaba con algunos amigos suyos y, aunque no me fijé demasiado, creo que no
tenía nadie alrededor que pudiera parecer su pareja o amante.
-
¿sabe usted de alguien que pueda desear hacerle
daño a usted? – preguntó Lucas enfatizando mucho el “usted”.
-
Hasta el punto de arruinarme la vida, no. Sin
embargo sí que tengo algunas enemistades que consisten en un par de clientes
insatisfechos, pero nada más. Fuera de eso, no creo tener problemas con nadie.
-
¿sabe usted de alguien que quisiera o tuviera
motivos para matar a su esposa y luego culparlo a usted?
-
No. Que yo sepa y hasta que nos separamos ella
no tenía enemistades. Ignoro si después surgió alguna, pero hasta nuestra
separación, no las tenía.
-
Debo advertirle que es muy poco lo que tengo
para sustentar un plan de investigación. También, como sin duda usted sabrá, es
muy poco lo que tiene la policía, salvo pruebas circunstanciales y algún que
otro conocido suyo que le vé capaz de hacerle eso. Ahí no nos llevan ni le
llevamos ventaja. De todas formas, esté tranquilo y confíe en mí. Creo que
podré ayudarle y lo creo porque también creo firmemente en su inocencia, y eso
hace que deba existir una explicación que encontrar. Soy optimista por ello.
Nuestro cliente
asintió con emoción contenida. Lucas y yo nos levantamos y después de darnos un
apretón de manos, salimos de la cárcel y montamos en nuestro coche camino de
casa.
-
La muerte fue por envenenamiento. Susana tomó un
café con cianuro y murió a los veinte segundos. Alguien había puesto el veneno
en su taza – dije yo.
-
¿en su taza? – preguntó Lucas mirándome. ¿y por
qué no en el azúcar, en la leche o en el mismo café molido?
-
Bueno, ya me entiendes – dije yo.
-
Perdona, cariño, pero hablo más conmigo que
contigo. Repasemos los hechos que argumenta el fiscal y la policía. Según
ellos, Atila la envenenó premeditadamente una vez que pudo acceder a su cocina
y depositar el veneno sin despertar sospechas. Tal vez llevaba días o semanas
en la azúcar o en el café, así uno u otro día Susana lo tomaría. Era una muerte
relativamente aleatoria…. ¡qué extraña forma de asesinar!
Lucas quedó en silencio mientras yo conducía. Puse
la radio pero me pidió que la quitara. Sin duda estaba inmerso en hondas
cavilaciones.
-
Hace ya un trimestre del asesinato. Eso tiene
mucha importancia para mí – dijo. Susana vivía en la capital y Atila en un
pueblo a treinta y cinco kilómetros de allí…. Hay algo que me gustaría
comprobar, y lo haré mañana mismo. Tengo un par de teorías que necesito
contrastar.
Guardó silencio durante las cuatro horas de viaje
y cuando llegamos a casa siguió sumido en sus pensamientos. No quise
molestarle. Después de cenar me fui a dormir y él quedó sentado en el sofá.
Cuando desperté, por la mañana, comprobé que Lucas no había dormido. Seguía
allí sentado, en la misma postura y con la jeringuilla junto a él. La morfina
tampoco le había hecho dormir.
-
¿qué hora es? – me preguntó.
-
Las siete y cuarto.
-
Debo salir antes de las ocho. Tengo un día
interesante por delante.
-
¿has averiguado algo?
-
Me temo que Susana es víctima de un asesino
peculiar, muy inteligente y al que le está sonriendo la suerte…de momento. Eso
es tanto peor para nuestro cliente. De lo que averigüe hoy dependerá en buena
medida el final del caso.
Había anochecido ya cuando Lucas llegó a casa.
Moqueaba y le lloraban los ojos. Necesitaba morfina con urgencia, y se
administró una buena dosis de inmediato. Exhaló un suspiro de satisfacción y me
miró con sus ojos brillantes. Quise ver una sonrisa en su rostro, pero si la
hubo despareció de repente.
-
¿qué tal? – pregunté.
-
Tan poca cosa que me ha sorprendido
positivamente. No he hallado lo que buscaba, pero esa circunstancia puedo
interpretarla también. Estoy esperando una información que me llegará mañana y
que es crucial para este asunto.
-
¡de qué se trata? – pregunté yo.
-
Un listado de las últimas muertes por cianuro en
unos lugares concretos – respondió Lucas.
-
¿estás pensando en un asesino en serie?
-
No exactamente, sino en una serie de asesinatos
por cianuro, que son cosas muy, pero que muy diferentes – respondió con una
sonrisa apenas esbozada.
-
No te entiendo – confesé.
-
Tampoco lo deseo. Es solo una de las dos teorías
que manejo, pero que me parece la más probable.
-
¿quieres cenar?
-
Sí, pero favor.
Comimos y nos acostamos. Eran cerca de las nueve
de la mañana cuando nos despertamos.
Lucas corrió a su PC para ver si había respuestas. Leyó detenidamente un
correo que había recibido y apretó el puño en señal de victoria.
-
Lo que yo pensaba! – dijo. Hay dos muertes más
por cianuro en los últimos meses y en la capital. Dos personas más están
encarceladas acusadas de envenenamiento, como Atila. Justo lo que yo pensaba:
un hombre de mediana edad, y una joven de 20 años son las víctimas. El exnovio
de la joven está acusado de asesinato como Atila y el hermano del hombre,
también. Susana es la tercera víctima. También se declaran inocentes.
-
¡Un asesino en serie! – dije yo.
-
No – dijo Lucas, una serie de asesinatos, que es
algo muy, pero que muy distinto.
-
Es la segunda vez que me haces ese matiz.
Explícamelo, por favor.
-
Prefiero esperar un poco más. Luego te juro que
te lo revelaré a ti antes que a nadie – me contestó.
Lucas salió de inmediato. Dijo que iba a ver a su
amigo el Jefe de Policía de Madrid y que seguramente llegaría por la noche.
Efectivamente, eran más de las once cuando apareció. Su cara revelaba
sentimientos contrapuestos. Aunque predominaba la alegría, había algo sombrío
en su expresión. Cogió su kit de opiómano y se administró una buena dosis de
cloruro de morfina. Quedó unos minutos semidormido y cuando los efectos del
rush se aliviaron un poco me miró y comenzó a hablar.
-
Sabes que cuando una persona inteligente toma un
derrotero malvado en su vida, se convierte en alguien tan peligroso que no nos
imaginamos hasta donde puede llegar? Este es una caso típico que demuestra esa
afirmación. El autor o autora de estos envenenamientos es alguien frío,
calculador, malvado e inteligente y, por desgracia, le ha salido bien su plan.
Encontrarlo es tan difícil como hallar una aguja en un pajar, pero al menos
tenemos localizado uno de los extremos de la madeja. Podemos empezar a tirar de
él.
-
Explícate – dije.
-
Tres muertes han sido detectadas, de momento, a
causa de envenenamiento por cianuro. Estoy seguro que ha habido más, y puede
hasta que todavía queden algunas más. Estos tres casos han sido diagnosticados,
pero si le ha ocurrido a un anciano que estaba esperando su muerte, nadie ha
investigado ese caso, y es solo un ejemplo. Por fortuna, mañana visitaré las
casas de las tres víctimas, y sé lo que busco. El reto está en dónde
encontrarlo. La única pista que tengo es que las tres víctimas tienen un
producto idéntico en sus casas y ese producto es comestible. Susana hacía la
compra en el supermercado “Kiklo plus”, al igual que las otras dos victimas. El
asesino envenenó cierto producto para provocar varias muertes, de forma que la
que realmente quería perpetrar quede enmascarada por las otras ¿lo entiendes
ahora?
-
Claro que sí – dije yo emocionada.
-
Es solamente una teoría, pero cada vez cobra más
sentido. ¿cómo sabía yo que últimamente ha habido varias muertes por cianuro?
Porque eso debía haber ocurrido si mi teoría está en lo cierto…y así ha sido.
-
¡Genial Lucas, Genial! – grité yo abrazándolo.
¡Eres un genio, un puto genio!!
-
Si logro identificar el producto usado como
vehículo, las cámaras de seguridad harán el resto. Al menos confío en ello –
dijo Lucas.
-
¿qué producto usarías tú para envenenar a varias
personas sin despertar sospechas?
-
¿azúcar, café, harina, salchichas…? ¡no? – dije
yo.
-
No, no, no…. El azúcar viene en kilos y requiere
mucho cianuro para garantizar un envenenamiento. Debe ser alguna cosa que sea
controlable par ano provocar algo que se haga demasiado notorio. Debe haber
cinco muertes a lo sumo, poco más. No sirven intoxicaciones curables, no: la
forma debe garantizar la muerte sí o sí. El vehículo debe ser algo muy
individualizable y fácilmente portable y que no despierte sospechas cuando se
coloque en las estanterías del supermercado. Debe ser pequeño de tamaño y
divisible a la vez que fácilmente manipulable para introducir el veneno……
-
Creo que comienzo a verlo claro – dije yo. Yo
añadiría que no puede ser más que algo que se ingiera de una sola vez, porque
de lo contrario el cianuro se notaría. ¿no? Además es algo que no necesita ser
cocinado, que se ingiere tal cual viene.
-
¡claro que sí! ¡ genial cariño! – Lucas saltó de
alegría. ¡claro que sí! – dijo dándome un achuchón y un gran beso. ¡debe ser
…divisible en unidades, y el veneno solamente debe estar en alguna unidad del
total. Esto implica que habrá varios “totales” en los que uno y solo uno de sus
elementos estará envenenado.
-
¡claro que sí! – grité yo ¿pastillas de
vitaminas? ¿pastelitos? ¿donuts?
-
Los donuts y los pastelitos no me cuadran porque
son muy perecederos, pero las pastillas de vitaminas, sí. Eso es lo que
comenzaré buscando mañana en las casas de las víctimas. Si no es eso, será algo
muy similar….
Al día siguiente, Lucas me pidió que le acompañara
en la inspección ocular de las casas. Yo accedí. La joven vivía con dos chicas
más, en un piso compartido. En su mesilla de noche no había nada, pero en la
cocina encontramos un bote de cápsulas de valeriana natural. Las otras dos
chicas nos aseguraron que era de la fallecida y que la tomaba cada noche al
irse a la cama. Ninguna de ellas la había tomado nunca. En la casa del hombre
envenenado había también un frasco de cápsulas de valeriana. Su esposa dijo que
ambos la tomaban a diario. También Susana tomaba Valeriana y también hallamos
un bote de cápsulas en su casa. Lógicamente en solo una de las cápsulas estaba
el cianuro. Que le tocara a uno u otro era cuestión de suerte, solamente. De
inmediato la policía hizo un comunicado a los medios para prevenir posibles
envenenamientos ya que la cantidad de botes envenenados era desconocida. El
paso siguiente era localizar al asesino. El lugar donde había comprado el
producto era el “Kiklos Club” y nos personamos allí para pedir las cintas de
las cámaras de seguridad. Los botes de pastillas estaban en una estantería que
se observaba muy bien en las cintas. Lucas dedujo que habría que revisar un mes
antes de la muerte de la primera víctima, ya que el contenido era de 30
cápsulas por envase. Comenzamos a videar las cintas, las cuales se repartieron
entre cuatro policías. Lucas y yo supervisábamos. No nos llevó mucho tiempo: en
menos de dos horas vimos claramente el rostro del asesino. Sacó cuatro envases
de un bolso y los colocó en la estantería. Miró a ambos lados y cogió uno y lo
puso en su cesta de la compra. Luego siguió disimulando.
Las cintas tenían una gran calidad de imagen, pero
incluso con menos calidad hubiera sido posible distinguir en ellas el rostro de
nuestro cliente Atila Fernández cambiando la valeriana que Susana había
comprado por otra que tenía en su poder. En la cinta del día siguiente, Atila
puso tres envases en la estantería, los tres los tenía en su bolso y cada uno
de ellos tenía dentro una cápsula rellena de muerte.
F I N
Ayer leí el otro relato, y compruebo con éste que te gusta el género propio de personajes investigadores. No hace falta recordarlos.
ResponderEliminarTienes cualidades pero, al trabajar dicho género, entras en competencia con grandes autores. Entonces, ya no te bastará con ser bueno.
Esto no es una crítica. Sólo quiero hacerte pensar.
Tienes mi reconocimiento y un amistoso saludo.
De nuevo mi agradecimiento por tu amabilidad. Crecí leyendo a Poe y a Doyle, y eso no tiene más remedio que causar recpercusión en lo que se escribe. Salud.
ResponderEliminarSería importante que alguien me marcara alguna ruta para poder promocionar mis escritos. Creo que no son malos, pero también que son muy mejorables. En cuanto al género, estos dos son un mirlo blanco. Si ves mi blog, comprobarás que suelo escribir sobre otros temas, no sobre relatos detectivescos,y es que toda la literatura es de mi agrado, siempre que sea buena y transmita algo.
ResponderEliminarArgán, te agradezco tus consejos, pero te pido ayuda en cuanto a si puedes sugerirme alguna forma de promoción. Salud.