EL CASO DEL ESCRITOR
DESAPARECIDO
Los problemas de Lucas Juan con
la morfina no eran poca cosa. Llevaba muchos años con este vicio adictivo, y su
cerebro la necesitaba para funcionar de forma normal. Solía usarla dos veces al
día, pero si la hora de la dosis se le pasaba, los síntomas de abstinencia no
tardaban en llegar. Yo le había sugerido muchas veces que se desintoxicara pero
él argumentaba que no le suponía mayores problemas que depender de ella y no
había tenido que tomar una deriva delictiva en ningún momento.
En el verano de 1999, antes de marcharnos de vacaciones, mi pareja
recibió una llamada en la que un misterioso cliente le solicitaba una
entrevista. Aunque ciertamente podían peligrar nuestras merecidas vacaciones,
Lucas decidió arriesgarse y le concedió la cita.
La tarde del 29 de julio, sábado, a las ocho en punto, llegó a nuestra
casa el cliente que no quería dar nombres. Era un señor adulto, de más de
cincuenta años. Su porte denotaba clase y educación, y vestía con mucha
pulcritud y un cierto atildamiento. Era muy alto, de complexión fuerte y lucía
un bigote muy singular por lo poblado y espeso del mismo.
Se presentó como Señor Anzarda, natural de Vigo y residente en Segovia
desde hacía unos diez años. Decía dedicarse a la literatura, pero como editor.
Se forma de hablar, sus maneras y su escogido vocabulario le delataban como
poseedor de una notable cultura. Hechas las presentaciones de rutina, Lucas le
invitó a sentarse y a exponernos el caso que deseaba someter a consejo.
-
Yo soy un hombre inquieto por naturaleza –
comenzó diciendo. Mi vida ha sido un ir y venir constante en el sentido de que
he sido muy aventurero y osado. Me han ocurrido cosas singulares, suficientes
para llenar varios libros, pero nunca me había visto tan desconcertado y
perplejo como ahora. Por eso he decidido poner mi problema en su conocimiento.
Lucas se frotó las manos, señal de impaciencia e interés y le indicó
que continuara.
-
Hace unos días, uno de mis escritores apareció
muerto en el fondo de un pozo situado en unos campos de maíz del pueblo de M**.
Todo parece indicar que fue un suicidio, ya que se encontraron los objetos
personales y la documentación del fallecido en el brocal del pozo, junto con
una nota de suicidio. El cuerpo estaba atado a un lastre, el cual, a su vez,
pendía con una cuerda de sus piernas. Su nombre era Adolfo Hernando, y llevaba
tres meses en paradero desconocido. Fue un agricultor, dueño de la finca donde
está el pozo, el que lo encontró y avisó
a la policía de inmediato. Tenía 41 años y se encontraba pasando una mala
racha, debida seguramente a problemas de índole económica y personal. Era
soltero, y vivía solo con un gato en un apartamento del barrio de Delicias, en
Madrid.
-
¿tiene usted la carta, o la leyó? – preguntó
Lucas.
-
He podido copiarla, ya que me menciona a mí en
ella. Aquí la tiene.
Lucas la leyó en voz alta:
“He
llegado a la certeza de que la vida que me ha tocado vivir no tiene ya interés
ni acicate alguno para mí. La mala suerte se ha cebado conmigo y he decidido libre
y personalmente ponerle fin. Pido disculpas a todos los que puedan ser
perjudicados por mi decisión, en especial a mi editor, el señor Emilio Anzarda,
al cual le lego todos mis manuscritos y borradores para que, a su criterio,
pueda publicarlos si lo estima oportuno. Deseo a todos los que me han apreciado
mucha suerte en sus vidas. Adiós para siempre…”
El editor no pudo
reprimir un suspiro de angustia, y las lágrimas asomaron por un instante a sus
ojos.
-
Como ve, lo tenía bastante claro. Una pena – dijo
el señor Estrada.
-
Ahora deseo que me haga un relato de sus últimas
relaciones con él, sin omitir detalles, así como de las relaciones
profesionales entre ambos. Recuerde que es muy conveniente que lo haga lo más
ordenadamente posible – dijo Lucas.
-
Publicó su último libro en junio del año pasado.
Fue un fracaso en ventas, si bien la crítica lo alabó. Personalmente creo que
era una buena obra, pero en ella se notaba que no estaba en su mejor momento
anímico. Tardó mucho tiempo en corregirla, y tuve que apremiarle para llegar a
tiempo a su publicación. En los meses posteriores a la salida a la venta del
libro hablamos algunas veces, temas profesionales, y quedamos para cenar un par
de veces. Pocos días antes de desaparecer yo le había llamado para pedirle que
escribiera otra novela y me dijo que haría lo que pudiera, pero que no le
apretara con los plazos porque no estaba en su mejor momento de creatividad.
Unos días más tarde llegó a mis oídos el caso de su desaparición. Fue un amigo
suyo, Emilio Haynes, el que alertó a la policía y el que puso la denuncia.
Ambos tenían una relación sentimental, ya que era homosexual. No vivían juntos,
pero se veían con frecuencia. La búsqueda resultó infructuosa, y se prolongó
por espacio de varias semanas. El dispositivo de búsqueda se relajó a partir de
entonces y, al cabo de tres meses más o menos, fue encontrado su cadáver en las
circunstancias que le he mencionado. La autopsia reveló muerte por ahogamiento,
y es estado del cuerpo confirmó que murió inmediatamente a su desaparición.
-
¿Estaba muy descompuesto el cuerpo? – preguntó
Lucas.
-
Bastante. Sus pertenencias y la identificación
de su pareja, el señor Haynes, pudieron bastar para identificarlo.
-
Siga por favor.
-
El caso está concluido, ya que parece seguro que
no hubo violencia ni intervención de más personas.
-
Pero hay algo más ¿no? – preguntó Lucas.
-
En efecto. Hace unos días ha ocurrido algo que
por extraño y grave me ha empujado a consultarle a usted. Es lo siguiente. El
compañero sentimental de Adolfo me llamó y me dijo que un señor se había puesto
en contacto con él de forma misteriosa y
sospechosa y le había emplazado a
reunirse para hablar de Adolfo. En esa entrevista, este caballero le relató una
historia extraña y le intentó sonsacar una información relativa a la
posibilidad de que Adolfo no estuviera muerto en realidad. Le sugirió que el
fallecido tenía asuntos muy graves pendientes con ciertas personas, y esas
personas le habían contratado para constatar que, efectivamente, el escritor
estaba muerto y que no había trampa en ello. El compañero de Adolfo asegura que
recibió un mensaje velado en el cual se le amenazaba gravemente si ocultaba
algo. Le sugerí poner el caso en manos de un detective, y él pareció no querer
que las cosas trascendieran, pero luego, hablando y sopesando la situación, me
dijo que yo decidiera y que él colaboraría en todo sin reservas.
Lucas quedó muy pensativo, y dijo:
-
Es necesario que ese señor hable conmigo, de
forma inmediata. ¿puede usted localizarlo?
-
Está en la cafetería de abajo esperando mi orden
para subir a verlo a usted. Ha venido conmigo.
-
Bien; dígale que suba de inmediato.
Unos minutos más tarde llegó a nuestra casa un joven de no más de
treinta años, amanerado y vestido de forma elegante. Tomó asiento una vez se
presentó y Lucas le pidió que relatara lo que tenía que decir.
-
Supongo que ya sabe usted que Adolfo y yo éramos
pareja. Llevábamos un par de años juntos y estuvimos un tiempo conviviendo. Hará
cosa de un año decidimos dejar la convivencia, por motivos económicos y además
porque Adolfo decía que la soledad le ayudaba a escribir mejor. Teníamos un
contacto frecuente, y no teníamos secretos el uno para el otro. Unos meses antes de
desaparecer, Adolfo recayó en su depresión y el motivo fue económico: estaba en
la ruina. Se había endeudado mucho y con prestamistas poco recomendables, y
estaba asustado porque le era imposible pagar. Ya le estaban exigiendo la
deuda, y las exigencias eran cada vez menos amistosas…ya me entienden. Una
semana antes de su desaparición se entrevistó con un cobrador y cuando acabó la
entrevista le noté angustiado y, creo, también muy asustado. Le reclamaban
150.000 € y el último libro había sido un fracaso en ventas.
Anzarda asintió
ante esta aseveración.
-
Después de aquello – siguió – Adolfo se volvió
taciturno y desconfiado ante todo el mundo. Casi no salía de casa y me pidió
varias veces que no le visitara porque podía ser peligroso para mí. El resto ya
lo saben ustedes. M enteré cuando la policía se puso en contacto conmigo para
anunciarme la aparición del cadáver de Adolfo.
-
¿esperaba usted este desenlace? – preguntó
Lucas.
-
Si le digo la verdad, hace unos años no lo
hubiera pensado en absoluto. Adolfo era una persona muy cobarde en lo que se
refiere a auto infligirse daños. Sinceramente, no lo ví nunca capaz de quitarse
la vida, y menos de esa forma. Una sobredosis de barbitúricos podía entrar en
la lógica suya, pero tirarse a un pozo lastrado…. Sin embargo, últimamente era
tal su estado anímico que no tengo más remedio que decir que sí lo veo capaz.
Nunca lo hubiera pensado, pero las últimas veces que nos vimos me dejaron tan
preocupado que ahora le encuentro sentido a esta actitud suya.
-
Ahora necesito saber los detalles del hallazgo
del cuerpo. También quiero que me relate el momento del reconocimiento del
cadáver, el cual lo hizo usted si no estoy equivocado – dijo Lucas.
-
El cuerpo fue encontrado en el fondo de un pozo
de brocal, de unos siete metros de profundidad y lleno de agua en un ochenta
por ciento. Estaba atado con una cuerda a un bloque de hormigón, de unos veinte
kilos de peso, por las piernas.
-
Perdone – interrumpió Lucas. ¿Cuánto medía
Adolfo y cuál era su peso aproximado?
-
Un metro setenta más o menos, y pesaba sesenta
kilos en ese momento, poco más o menos. Había adelgazado mucho.
-
¿de qué pierna estaba atado? – pregunto Lucas.
-
De ambas piernas, a la altura de los tobillos –
respondió el otro.
-
¿puedo leer el informe de autopsia? – siguió
Lucas.
-
Aquí lo tengo – dijo el compañero del fallecido.
He sacado una copia para usted.
-
¿resaltaría usted algo del mismo? – dijo Lucas.
-
Hubo que acudir a signos y detalles de sus
pertenencias debido al mal estado del cadáver, y su rostro estaba comido por
los animales que viven en ese pozo, el cual alberga peces grandes, culebras de
agua y sanguijuelas… su rostro estaba muy deteriorado y descompuesto. La
autopsia habla de señales en los brazos, en las muñecas y algunos golpes que se
explican por la caída y el posible golpeo con un armazón de metal para motor
que tiene el pozo en sus paredes. La policía no ha encontrado evidencias que
indiquen un posible homicidio.
-
Más tarde leeré el informe – dijo Lucas.
¿añadiría usted algo más?
-
Solamente decirle que sus acreedores me han
molestado, incluso yo diría que amenazado con respecto a la posibilidad de que
todo sea un fraude.
-
Ya se lo he contado yo – dijo Estrada.
-
El que se entrevistó conmigo dijo ser contratado
por los acreedores como detective privado, pero yo creo que era uno de ellos, a
juzgar por sus maneras y su discurso. No obstante, tengo dudas.
-
Bien – dijo Lucas, ahora necesito considerar el
caso. Necesito un teléfono o dirección de contacto de ambos para caso
necesario.
-
Aquí tiene los teléfonos y las direcciones de
los dos – dijo Estrada. No dude en llamarnos para lo que necesite.
Los dos hombres se
despidieron y quedaron a disposición de
mi pareja, y lo hicieron visiblemente más aliviados que cuando entraron.
Cuando se
marcharon, Lucas quedó en silencio, se levantó y tomó el kit de morfina y se
suministro una amplia dosis. Luego se puso a leer el informe de autopsia y a
meditar sobre el caso.
Unas horas más
tarde, salió de casa diciendo que volvería para la cena. Dejó el informe allí y
yo me puse a leerlo. Me llamó la atención el hecho de que el médico forense
indicara que tenía señales de ligaduras en las muñecas y el cuello, pero
también decía que no se encontró maniatado ni tampoco se hallaron cuerdas en el
pozo. El informe toxicológico revelaba consumo de alcohol y de antidepresivos y
ansiolíticos, los cuales coincidían con la medicación que tomaba el fallecido
para su enfermedad depresiva.
Eran las doce
cuando llegó Lucas. Venía azorado, muy contrariado, y moqueaba. Se inyectó la
morfina nocturna y releyó varias veces el informe del médico forense. Luego
quedó pensativo.
-
No me cuadra nada – dijo. Para que esto tenga
sentido, debió subir el lastre al brocal y atarse allí los pies. Luego
empujaría la piedra y saltaría al pozo. Eso es lógico, pero hay un problema que
no es baladí, por cierto. He visto el pozo y su brocal no tiene más de cinco o
siete centímetros de anchura. Es muy difícil hacer esto en tan poco espacio de
anchura. Además, el armazón del motor está cubierto por el agua y esta debió
amortiguar el golpe que supuestamente se dio. Una persona borracha y drogada
tendría serios problemas para ejecutar esos actos tal como debieron ser. Aquí
hay algo que no cuadra en absoluto. Finalmente está el asunto del tipo de
persona que era el escritor, poco dado a suicidarse. Para este tipo de suicidio
se requiere mucha valentía y determinación y al parecer este señor no tenía
nada de eso.
-
¿un asesinato tal vez? – pregunté yo.
-
Sí, pero no un asesinato corriente. Es obvio que
los que tenían motivos para ello no fueron los autores, porque si no, no habrían acudido en su busca para cobrar: su
deuda ya estaría saldada con la muerte del escritor – dijo Lucas.
-
¿entonces?
-
Este caso es muy interesante y mucho me
equivocaré si no asistimos a un desenlace sorprendente – dijo Lucas.
Al día siguiente,
mi pareja salió temprano de casa y estuvo todo el día fuera. No llegó hasta
pasada la medianoche, moqueando y estornudando violentamente. La morfina se
había desvanecido y tenía el mono. Después de la dosis nocturna, se puso a
escribir un rato.
Luego se sentó
frente a mí.
-
He citado a estrada y al amante del muerto para
mañana por la mañana. Creo que he hallado la solución – dijo tranquilamente.
Sin embargo, aunque sé qué ocurrió, el caso dista todavía de estar terminado.
Para ello necesitaré otros medios que, de momento, no están a mi alcance. Espero
tenerlos tras la entrevista. Ahora me voy a la cama. Ya no queda más que hacer
hasta mañana.
Nos acostamos y
Lucas durmió profundamente. Era obvio que sus preocupaciones habían
desaparecido. Yo sabía que eso indicaba que tenía el problema solucionado, al
menos en lo que a él se refería.
Eran las nueve y
media cuando llegaron el editor y el amante del fallecido. Tomaron asiento y yo
les serví un café. Lucas se dirigió a ellos.
-
Comenzaré diciéndoles que Adolfo no es la
persona que estaba en el pozo y mucho me equivoco si no está vivo y coleando.
Solamente ignoro el paradero, y confío en que alguno de ustedes me lo revele.
-
Pero señor Lucas – dijo Estrada, eso que usted
dice es imposible. Me deja usted perplejo.
-
Sin embargo a Emilio no lo dejo tan perplejo
¿verdad? – dijo Lucas dirigiéndose al otro. Usted sabe que lo que digo es
cierto, y apostaría a que también sabe donde se encuentra su amigo. ¿verdad?
El rostro de
Emilio era un poema. Hablaba por sí solo. No podía negarlo.
-
Sí señor ¿para qué mentir? Lucas está escondido
en lugar seguro y nadie excepto yo sabe ese lugar. Confió en mí y yo no podía
defraudarle. Pero ¿cómo lo ha sabido?
-
Ese es mi trabajo. Luego les diré como he
llegado a saberlo. Ahora solo deseo que me responda a una pregunta ¿quién es el
muerto?
-
No lo conocía. Adolfo me dijo que era un cadáver
sin identificar que había conseguido sobornando a un empleado del mortuorio del
hospital. Alguien que no tenía parientes. Eso fue lo que me dijo.
-
Pero eso no es cierto ¿verdad? – dijo Lucas. Ese
señor murió en el pozo y no estaba en ningún mortuorio. Creo que la gravedad
del asunto no es como para que usted siga mintiendo y protegiendo a su amigo,
que por mucho que lo aprecie, ahora es un asesino y usted debe colaborar con la
justicia. De lo contrario estaría usted cometiendo un grave delito.
-
Pero eso no es cierto. Era un cadáver – dijo
Emilio.
-
Estaba vivo antes de ser tirado al pozo –
reiteró Lucas. Eso es seguro. Hable claro y diga la verdad, se lo aconsejo por
su bien.
-
La verdad es que ignoro todo lo que dice. Adolfo
me dijo lo que yo le he indicado.
-
No es normal que confíe en usted para todo,
menos en ese punto. Estoy seguro de que usted sabe quién es y cómo ocurrió…. Déjeme
ayudarle – dijo Lucas.
-
Todo pasó así – empezó Lucas. Adolfo concibió un
plan para desparecer y simular un suicidio. Se sirvió de un vagabundo al que
conoció, ayudó, y finalmente asesinó cuando se hubo ganado suficiente
confianza. El día de autos, le invitó a beber y le suministró medicamentos para
dejarlo inconsciente y esos medicamentos eran los mismos que tomaba él para su
depresión. Después lo ató de manos y cuello, lo llevó al lugar del pozo y
después de arrojarlo vivo simuló la escena….y, usted le ayudó en todo el
proceso.
-
No tengo más remedio que darle la razón: fue así.
Yo no podía hacer otra cosa, y consiguió engatusarme. Pero ¿cómo lo ha sabido
usted? El plan era perfecto…. – sollozó Emilio.
-
Casi, pero no perfecto. Hubo un par de errores
gravísimos, que los han delatado. Han logrado engañar a la policía, pero no a
Lucas Juan. Mi reputación, modestamente, no es exagerada. Estuve en el pozo,
sabía el aspecto físico de Adolfo y al reconstruir los hechos me encontré con
que nada cuadraba. Su versión era imposible.
Anzarda estaba estupefacto. Estaba claro que él no
tenía nada que ver en el asesinato.
-
Unos días antes de desaparecer, Adolfo conoció a
un vagabundo muy parecido a él en el aspecto físico. Tenía su altura y su peso,
poco más o menos. Creo que ya le había echado el ojo, y perdió kilos para
lograr más veracidad y mayor parecido. Se ganó su confianza y le hizo creer que
era dueño de la casita que hay en la finca del pozo. Le proporcionó una cama y
le llevó comida. El día del asesinato, previamente dispuesto todo con su ayuda,
añadió medicamentos a la bebida y cuando estuvo inconsciente apareció usted. Lo
ataron de pies y manos, y hasta del cuello. Luego lo llevaron al pozo atado.
Allí le quitaron las ligaduras de las muñecas y el cuello, le ataron la piedra
y lo arrojaron al pozo, vistiéndolo antes con las ropas de Adolfo. El primer
fallo fue atarle la piedra a las dos piernas, cosa que nadie haría porque sería
así muy difícil actuar luego y tirarse al pozo. Usted le ayudo a tirar el
cuerpo, aún con vida, pero dormido, al agua. Deformaron el rostro del vagabundo
y lo golpearon. Así, la autopsia reveló que había agua en sus pulmones y que la
muerte fue por ahogamiento. Pero las muñecas tenían marcas de ligaduras, así
como el cuello (segundo fallo). El tiempo jugaba a su favor, porque mientras
más tardaran en dar con él, más deformado y descompuesto estaría y sería más
fácil confundirlo. Usted no puso objeciones en el reconocimiento de la víctima,
porque usted era fundamental en el encubrimiento de la identidad del muerto. La
carta, los objetos personales, y demás atrezzos eran cosa fácil. Fue Estrada el
que le propuso a usted venir a verme a mí, y claro, usted no podía negarse sin
despertar sospechas. Confió, pues, en su plan, creyéndolo perfecto….pero no fue
así. La idea era, por supuesto, seguir con ello hasta que las aguas se calmaran
y luego marchar los dos a vivir a otro lugar. Eso es todo. Pero , se me olvida
algo: todo esto fue facilitado por la suerte: Adolfo fue agraciado con un
premio de 195.000 en un sorteo
pocas semanas antes, y pensó que si
pagaba a sus acreedores se quedaría igual que estaba. Con ese dinero podría
seguir viviendo lejos de Madrid. Esto último es solo una conjetura, porque
casualmente me enteré que un premio de ese importe había tocado en el lugar
donde Adolfo vivía, y lo había reclamado alguien por medio de un banco. En el
banco no me dieron datos, pero logré sacarle a un empleado el aspecto físico
del agraciado y…era muy parecido a…usted. Estoy seguro que fue usted ¿me
equivoco?
Emilio estaba
asombrado.
-
Todo lo que usted ha dicho es la pura verdad. Es
increíble! Parece que usted estuviera allí con nosotros. Lo ha relatado
exactamente como fue, hasta el detalle más mínimo.
-
Ese es mi trabajo. Por eso me dedico a él en
cuerpo y alma. Puede estar usted seguro que si alguna cuestión llega a mis
manos, el resultado será muy diferente que si nunca la hubiera conocido. Ahora
llegará la policía, le ruego que esté usted tranquilo y que asuma las
consecuencias de sus actos – dijo Lucas.
Y así terminó la
historia del falso suicidio del escritor Adolfo. Lucas solo dijo al respecto:
-
El recurso a la mentira siempre nubla el
conocimiento. Es una forma que tiene la naturaleza de evitar las injusticias.
F I N
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