miércoles, 8 de marzo de 2017



Una vez eliminado lo imposible, lo que queda,
por improbable que parezca, debe ser la explicación.

EL CASO DEL SEÑOR BEBIÁZ

            En el año de 1.995, Lucas Juan había tomado ya la decisión de dejar su trabajo como profesor de matemáticas en la Universidad de Madrid para dedicarse a su verdadera vocación: la ciencia criminal.
            El otoño de ese mismo año fue pródigo en acontecimientos de ámbito nacional que, inusualmente, presentaron un cariz que despertó el interés de mi pareja. Pero a finales del mes de noviembre Lucas recibió una llamada que consiguió atraer de inmediato su concentración, ya bastante dispersa por la existencia de varios asuntos difíciles de resolver y cuya investigación estaba llevando de manera simultánea.
            Un tal Señor Lorenzo Bebiáz requería sus servicios a propósito de un caso extraño, como él mismo lo definió, y Lucas accedió a escucharle concediéndole una cita la tarde del 29 de noviembre.
            El cliente llegó a la hora convenida. Era un hombre de unos cincuenta o cincuenta y pocos años. Era robusto, entrado en kilos, de cabello ralo y escaso y de mirada inteligente que desprendía un brillo inusualmente vivo. Era obvio que este señor se encontraba bajo un notable estado de agitación, y la seguridad e inteligencia que se le suponía se mostraba confusa, como si estuviera perdido en ese problema que ahora sometería a la consideración de Lucas.
            Una vez hechas las presentaciones, el sr. Bebiáz tomó asiento, y tras unas frases de cortesía, pasó a relatar los hechos que le habían traído hasta nuestra casa.
-          Verá, yo soy administrativo contable y trabajo en una empresa ubicada en una localidad de provincias. Si he prescindido de la policía es por el hecho de que no veo del todo claro que lo que me ocurre sea de la competencia de ellos. Sin embargo no podría dormir tranquilo sin poner en claro este misterio, el cual se me antoja inexplicable hasta donde yo puedo comprenderlo.
-          Hace unos diez días recibí una carta certificada remitida por alguien desconocido para mí. Nada me decía su nombre, aunque sí el apellido que, por cierto, era idéntico al mío: Bebiáz. Usted podrá observar, señor Lucas, que no es un apellido corriente, y menos en España. Yo mismo he buscado en internet y no he obtenido ninguna coincidencia. Pues bien, este señor de igual apellido al mío me contó algo muy extraño. Al parecer, un pariente suyo, que marchó a Perú siendo muy joven y allá por los años cuarenta, le había facilitado una información mediante la cual le desvelaba el paradero de parte de su familia, la mía, de forma muy concreta, y le había nombrado






albacea de un fabuloso testamento que debía repartir con mi familia para poderlo heredar. La cantidad, que no me concretó, rebasaría con creces los mil millones de dólares.
-          Perdón – dijo Lucas ¿de dónde se supone que le envió la carta?
-          Desde Lima. Traía matasellos de esa capital peruana.
-          Siga por favor.
-          Me emplazó para que viajara a Lima, a gastos pagados y durante dos semanas, para dejar los trámites realizados y cobrar su parte, que supone una tercera parte del total de la masa hereditaría para toda su familia paterna. Yo quedé perplejo, y no por lo fabuloso de la cantidad ni por mi bendita suerte, nada de eso. Fue por algo muy distinto y si me lo permite, muy intrigante, ya que según mi padre ese nuestro apellido no es correcto, sino que figura en nuestros documentos porque un oficial del registro civil, al inscribirnos a mí y a mi hermana cuando nacimos, cometió un fallo y cambió el verdadero “Bebián” por “Bebiáz”. En aquellos años era usual conformarse con lo que el oficial escribiera, ya que los tiempos eran difíciles y había mucha persecución tras la Guerra Civil y nadie discutía cosas como esas. Pero lo más inexplicable del asunto es que el pariente que marchó a Lima, un hermano de mi abuelo bastante más jóven que él, no tuvo ese error cuando se inscribió al nacer, al igual que tampoco lo tuvo mi abuelo ni mi padre: el fallo ocurrió al nacer yo y mi hermana (fallecida a los nueve años de edad).
-          Eso que usted dice – dijo Lucas – es muy significativo. Bastante diría yo y aclara el asunto de manera muy elocuente. ¿tiene por casualidad la carta con usted?
-          Por supuesto. Aquí la tiene.


Alargó un sobre a Lucas y éste lo observó con detenimiento, rogando silencio mientras duraba su inspección ocular. Unos diez minutos más tarde, comenzó a hablar.
-          El matasellos es de Lima, sin duda. Pero el texto tiene detalles muy interesantes que debo comprobar más detenidamente. ¿le importa que me la quede unos días?
-          No hasta que yo salga para Lima dentro de cuatro días y si usted no me aconseja otra cosa, porque insistió mucho en que llevara conmigo la carta.
-          Es natural esa petición – dijo Lucas. Lo extraño sería que no la hubiese hecho.

El detective se recostó en su sillón, cerró los ojos y se sumió en profundas meditaciones durante unos minutos. Luego dijo:



-          Ahora debo hacerle unas preguntas importantes. Le ruego sea concreto al máximo y no omita ningún detalle por nimio que le parezca.
-          Diga usted.
-          ¿posee usted objetos de gran valor en su casa que puedan ser sustraídos?
-          Como soy soltero, dedico mi tiempo libre a la investigación sobre incunables literarios de amanuenses, pero mi colección no es muy valiosa, hasta donde yo sé.
-          ¿quiénes viven con usted en casa?
-          Solo yo. Una sirvienta viene de lunes a sábados por la mañana y se marcha a las cinco de la tarde. Excepto el sábado, que se marcha a las doce del mediodía. Es una mujer de sesenta y dos años que lleva toda la vida sirviendo a mis padres y que, al morir ellos, siguió en la casa conmigo.
-          Vive usted en la localidad de M** ¿verdad? Dibuje en este plano del pueblo la ubicación de su casa – dijo alargándole un plano del municipio en cuestión sacado por internet poco antes.
-          Bien, veo que vive usted en la zona centro del municipio, el cual tiene si no estoy en un error, unos veinte mil habitantes. Ya sabe usted que M** es una localidad muy antigua, construída sobre un pequeño cabezo en el cual se han encontrado restos arqueológicos. ¿hay en su casa restos o subterráneos de épocas remotas?
-          No que yo sepa. Tenemos dos pozos muy antigüos, pero están siempre llenos de agua.
-          ¿había tenido usted contacto antes con la familia suya de Perú? ¿sabía de la existencia de este pariente suyo y del rico que ha legado su fortuna?
-          Mi padre me comentó algo, pero vagamente. Al parecer Isabelo Bebián marchó a Perú en 1940 huyendo de las represalias de la guerra civil, ya que había sido combatiente republicano. Se fue a los treinta y siete años y mi padre tenía entonces quince años. Nunca recibíamos noticias de mi tio abuelo, pero poco antes de morir su hermano, es decir, mi abuelo, allá por mediados de los sesenta, recibió noticias de Isabelo y al parecer no se había casado, al menos en esa fecha. Luego no supimos más de él hasta ahora. Ignoraba, por tanto, la existencia de este pariente mío que me ha escrito y que debe ser hijo o nieto de Isabelo. De ser hijo no tendrá más de ventitantos o treinta a lo sumo y de ser nieto, diez o doce como mucho, con lo que podemos descartar que sea nieto.
-          Una cosa más. ¿qué edad tiene su pariente?
-          Lo ignoro – contestó el señor Bebiáz Solamente puedo hacer estas suposiciones.
Lucas quedó pensativo de nuevo. Anotó unas fechas en un folio y lo dobló cuidadosamente. Luego dijo:





-          Señor Bebiáz, necesito que marche a su pueblo de inmediato y que no pierda de vista al teléfono porque es muy posible que yo desee contrastar con usted alguna información más. Necesitaré ahora un par de días para investigar este caso, que promete ser interesante. Si su pariente contacta de nuevo con usted, sígale el juego, pero adiviértale que es posible que deba demorar el viaje un par de días. Además, le voy a encomendar una importante gestión: debe hacerla con todo cuidado, sin levantar sospechas y con alguna excusa tonta o simulando curiosidad. Consiste en averiguar la edad del que le ha escrito la carta, cuéntele cualquier excusa que no sea descabellada y confíe en mí, porque no me cabe duda de que encontraremos la explicación a todo esto, ah…esté tranquilo por ahora. Ahora, que tenga un buen viaje de regreso a casa.

Se estrecharon la mano y yo me despedí también de aquel señor. Luego se marchó.
-          ¿y bien? – pregunté yo.
-          Es un caso muy interesante, pero mucho me temo que nuestro cliente está en cierto peligro, aunque ignoro todavía su gravedad. Ahora necesito estar solo unas horas ¿te apetece ir al estreno de “La Lágrima del Embutido” en el Cine Sofocón? Aquí tienes unas entradas.

Me marche y dejé a Lucas sentado en su sillón, a punto de meterse una dosis vespertina de Morfina Cloruro, indispensable para pensar, según sus palabras. Llegué tres horas más tarde, y lo encontré trabajando sobre unos papeles en los que había trazado diferentes gráficos y números.
-          ¿qué tal, cariño?
-          He avanzado mucho – me dijo con los ojos apagados por la morfina. Me temo que nuestro cliente se va a llevar una desilusión, salvo que yo esté muy equivocado. He repasado la carta veinte veces y cada vez veo más claro que quién la ha escrito no ha pisado Perú en su vida y que tiene más de setenta años. Lo que explica el matasellos de Lima es que allí tiene un cómplice que está conchabado con él para algún asunto del cual ya me he hecho un par de hipótesis.
-          ¿y en base a qué piensas eso? – pregunté yo.
-          Hay no menos de ocho detalles que delatan al autor de la carta como español,  vezbastante mayor y de escasa cultura. Los más elocuentes son la total ausencia de términos castellanos sinónimos usados en Perú. El autor se expresa en castellano de España, yo diría que de Asturias o León. Su letra, el trazo, indica cierto temblor en el pulso, impropio de alguien de treinta años.




El papel es de una marca española, aunque podría ser importado y, mira esta letra “z” con filigrana inferior, o esta “y” con adorno superior, corresponden a caligrafías muy antiguas, y nadie de treinta años escribe hoy día así.

Lucas me señaló esos detalles, pero yo pude comprobar que el aspecto general del texto dejaba a las claras que su autor era hombre senil. Si en la década de los sesenta Isabelo era soltero, su hijo no puede tener tanta edad, salvo que sea el mismo Isabelo el que la haya escrito. Pero en ese caso tendría 92 años y hablaría en primera persona.
-          Pero hay más – dijo Lucas con un brillo repentino en sus ojos – hay un detalle que para mí es fundamental: el apellido de Isabelo es Bebián y no Bebiáz, porque el oficial del registro civil cometió el fallo con nuestro cliente, pero no con su abuelo. El autor de la carta ignora este extremo, por lo cual debía preguntar por Bebián. Sin embargo mirá la carta: “Estimado señor Bebiáz…” ¿cómo sabía lo del error? Pues porque ha urdido una trama para obtener alguna finalidad, que me temo sea delictiva y espúrea, y no ha reparado en ese detalle tal vez ignorando que nuestro cliente sabía la anécdota de su apellido o debido a que lo ha localizado para sus fines y ha averiguado su apellido y dirección sabiendo de antemano que él es su hombre.
-          No lo veo claro – dije yo.

Mis palabras produjeron un sobresalto en Lucas. Su rostro reflejó desconcierto por unos instantes, tal vez preocupación. Quedó pensativo. Luego dijo.
-          ¡qué borrico he sido! Resulta que nuestro hombre no está detrás de ninguna herencia, como yo suponía en mi primera teoría, sino que busca otra cosa y esa cosa está aquí, en España. Su secuencia ha sido la siguiente: primero ha averiguado el nombre de nuestro cliente. Después ha hecho un trabajo de campo para recabar información útil para su plan y es ahí donde ha descubierto la existencia de Isabelo Bebián o tal vez por su edad ya sabía lo de su emigración en los años cuarenta al Perú. No ha sido al revés, sino como te lo he dicho. Esto explica que el autor de la carta sea español y residente en España y lo que busca está aquí con toda seguridad.
-          Tal vez.
-          ¿cómo que tal vez? Estoy tan seguro de lo que acabo de decir como de que mañana saldrá el sol…. Debemos ir a visitar a nuestro cliente a su casa. Ese trabajo in situ es ahora mucho más necesario. Prepara las maletas para un par de días. Yo iré un momento a ver a Jorge Hernando (catedrático de criminalística científica forense en la Universidad Carlos III de Madrid).

Lucas fue a ver a su amigo para sacar huellas dactilares del sobre y de la carta. Le explicó brevemente sus sospechas.




-          Debe haber unas cuatro huellas. Las del autor, anciano de setenta y tantos en papel y sobre. Las del contacto, peruano, en ambos. Las de mi cliente y las mías. Necesito saber las dos primeras. Aquí tienes una muestra del DNI de las de mi cliente y de las mías. Busca las otras dos.
-          Espera unas horas. Yo te llamaré – dijo Jorge.

Solamente una hora más tarde, Jorge llamó a casa. Efectivamente habían sido halladas cuatro huellas distintas. Dado que la carta iba certificada en un sobre principal, no había huellas del cartero. Para regocijo de Lucas, las primeras eran de un tal Leonardo Sigüenza Arana, de Oviedo y de setenta y cinco años de edad. Había cumplido tres condenas por estafa, falsedad y apropiación indebida. También poseía un amplísimo historial de pequeños hurtos, engaños y fraude fiscal y a la seguridad social. Tenía conocimientos de leyes y su actividad principal era el tráfico ilegal de objetos de arte y colección a nivel internacional. Tenía contactos con sudamericanos, italianos y croatas. Era un delincuente de guante blanco y millonario.

Lucas y yo marchamos al pueblo de nuestro cliente esa misma noche. Llegamos allí pasadas las diez de la noche y nos hospedamos en su casa. Lucas realizó un minucioso exámen del inmueble, así como de los objetos de colección y de arte existentes. Finalmente realizó una llamada a un antiguo amigo suyo con el propósito de averiguar si Leonardo Sigüenza se hallaba hospedado en algún hotel u hostal del pueblo o de la comarca. La contestación fue negativa, pero Lucas comentó que podría ser muy posible el uso de otro nombre para registrarse sin despertar sospechas, dado su amplio curriculum delictivo y el hecho de ser un personaje de sobra conocido por la policía. Finalmente llamó a Sigüenza para comprobar si Leonardo estaba residiendo allí en esos momentos. Le informaron de que no se encontraba en su domicilio desde hacía varios días. Hizo un inventario detallado de todo, y esperó hasta la madrugada para realizar la inspección externa de la casa. Se hallaba esta en la calle principal del pueblo, cerca de la Plaza Mayor y de la Parroquia. Había casas muy antiguas, de aspecto señorial, y las calles presentaban pavimentos de adoquines de más de cien años. Señaló los saneamientos y todas las instalaciones subterráneas aledañas, así como bancos y joyerías cercanos.

Luego, Lucas, nuestro cliente y yo nos sentamos para escuchar de labios de mi pareja el plan a ejecutar.
-          Tengo sobrados motivos para pensar que todo este tema de la herencia es una excusa para sacarle a usted fuera de esta casa durante unos días. El que dice ser su pariente es un conocido delincuente dedicado a estafas y robos de artículos de arte y colección de gran valor. Tampoco le hace ascos al dinero. Sea lo que sea, o lo que busca está aquí o desde aquí tiene acceso al lugar



donde se encuentra su objetivo. Por ello, usted debe hacer el viaje a Perú, pero lo hará en un vuelo con escala en España para abandonar el avión antes de salir del país. Como él simulará estar en Lima esperándole, cuando en realidad estará aquí, actuará de inmediato a su salida, ya que caben dos posibilidades: una es que haya alguien allí que se haga pasar por él y que lo entretenga a usted una semana. La otra es que usted descubra el engaño y regrese de inmediato. En ese caso, solo dispone de dos días. Creo, por tanto, que actuará de inmediato a su partida, o la misma noche de su partida. Por ello debe usted reservar en un vuelo que salga de mañana, para que sea esa misma noche la que ejecute su plan.
-          Comprendo.
-          Nosotros ignoramos si hemos sido vistos entrando en su casa, por ello saldremos ahora mismo, y tomaremos carretera para hospedarnos en el pueblo que está a dos kilómetros de aquí, y usted nos dejará sus llaves para poder entrar disfrazados y a hora segura y ocultarnos en el lugar que usted nos indique como más seguro. Por cierto, ni una palabra a su sirvienta, a la cual debe usted darle libre la semana para que no esté por aquí, aunque me temo que le daré una noticia poco agradable respecto a esa mujer. Ojalá esté yo equivocado. Enviará usted mañana temprano un telegrama o carta de correo aéreo anunciando que llegará a Lima dentro de cuatro días, y sacará los billetes de avión también mañana con esa fecha y en el primer vuelo posible. Como le estarán observando, asegúrese de que todo el mundo se da cuenta de que se marcha usted de viaje. Tome un taxi para ir al aeropuerto y cuente al taxista que viaja a Lima para una herencia. Debe intentar dejar todo el rastro y todos los testigos posibles. Sobre la forma de acceder nosotros a la casa, lo primero y principal es dar vacaciones a su sirvienta durante diez días y desde mañana mismo, porque mucho me temo que ella también encaja en este juego. Si es así, ella será la primera en aparecer. Intente sustraerle la llave del lugar donde nosotros nos ocultaremos sin que se percate, para que si realiza alguna comprobación no pueda descubrirnos.
-          A propósito – interrumpió Bebiáz – creo que ya sé el lugar más adecuado para ustedes. Siganme, por favor.

Nos llevó a una habitación dúplex situada en una esquina de la casa. Tenía entrada por la planta baja y unas escaleras la conectaban con el exiguo sótano de la casa. Pero también tenía entrada por ese sótano, salvo que daba a una especie de carbonera antigua ya en desuso donde ahora se guardaban trastos y leña.
-          Saque leña suficiente para que la sirvienta no tenga que baja por más – le dijo Lucas.
-          Nada se le escapa a usted! – dijo asombrado Bebiáz.
-          Los detalles son, con mucho, lo más importante. Tenga siempre eso en cuenta – respondió Lucas.




Mi pareja dio unas cuantas instrucciones más y luego abandonamos la casa simulando despedirnos como viejos conocidos. Eran cerca de la una de la madrugada y tomamos el coche dirección Madrid. Cuando estuvimos seguros de que nadie nos seguía, giramos a una carretera secundaria y condujimos hasta una localidad cercana donde nos hospedamos.

Era una casa de huéspedes regentada por una señora anciana. Tenía cinco habitaciones, cuatro individuales y una doble, y solo había libre una de las individuales. Tuvimos que aceptar lo que había.
-          De todas formas pasado mañana se marcha un señor y dejará libre la doble, que la ocupa él solo. Ya me lo ha anunciado. Por ello, la tendrán a su disposición entonces – dijo la hostelera.
-          De acuerdo – dije yo – porque nos quedaremos una semana más o menos.

Subimos a la habitación y nos acostamos casi de inmediato. A las cinco de la mañana me desperté y ví a Lucas sentado en un sillón pensando. Junto a él la jeringuilla y la solución de Cloruro Mórfico. Estaba dando vueltas al caso.

Me volví a despertar cuando me sacudió el hombro para anunciarme que salía a tomar el fresco. Le pregunté dónde iba y me respondió que le parecía haber tenido una corazonada fruto de la más pura casualidad. “Luego te explico” – dijo. Y se marchó sigilosamente.

Cuando desperté comprobé que Lucas había salido vestido de mujer. Se había puesto mi ropa y su peluca. Había usado mis cosméticos y por ello me sentí muy intrigada. ¿qué casualidad podía haber sido aquella que le había hecho salir en plena euforia mórfica y disfrazado de mí misma?

Cuando llegó eran más de las doce. Me dijo que nuestro cliente había enviado el telegrama y sacado los billetes de avión a una hora adecuada. También me dijo que creía que Leonardo se hospedaba en…¡nuestro mismo hostal! Y que él era el que se marcharía en un par de días. Lo había deducido porque le escuchó llegar y hablar con la hostelera. Tenía acento asturiano y consiguió verle. Era un hombre de setenta y tantos al que le temblaba el pulso y parecía tener dinero por la ropa que usaba. Su presencia en aquel hostal de mala muerte se explicaba porque era el único del pueblo y porque así no despertaría sospechas al no tener obligación estos establecimientos de tener un control tan riguroso como los hoteles en cuanto a sus clientes.
-          Te ha tocado a ti hacerle la sombra – me dijo. Quiero saber cuando entra, cuando sale, como viste y cuando caga…. Su habitación es la 3, y está a tiro




de vista desde nuestra mirilla. Yo saldré después de él y le seguiré discretamente.
-          Puede ser arriesgado eso – me dijo.
-          Es muy posible que no se espere que vive bajo el mismo techo que los que le acechan, como es muy posible que ni se imagine que le hemos desenmascarado mucho antes de actuar – dijo Lucas. De todas formas debo ir a la policía para preparar el operativo. Si no me topo con algún incompetente idiota, espero poder colaborar con ellos y ponerlos a mis órdenes.
-          Llama a Herminio Ortega (Jefe de Policía de la Zona) y explícale el caso para que te eche una mano – dije yo.
-          Si es necesario así lo haré, pero antes lo intentaré por las buenas.

Sonaron unos pasos en el pasillo y miré por una raja de la puerta. Era nuestro hombre que llegaba a su habitación. Anoté la hora cuidadosamente mientras Lucas se disfrazaba. De repente, a los diez minutos, volvió a salir. Por fortuna Lucas estaba ya listo. Esperó hasta que le oímos bajar las escaleras y entonces salió de la habitación. Leonardo había subido a su coche, y Lucas hizo lo mismo. Observó que tomaba dirección opuesta a la de la población de nuestro cliente, así que le siguió a cierta distancia. El coche de Leonardo era verde claro metalizado, y por tanto se distinguía fácil. La carretera por la que circulaba era un enlace con la autopista, con varias rotondas. Sin embargo, en la última rotonda hizo un giro extraño y volvió sobre sus pasos. Lucas no pudo seguirle sin levantar sospechas; se hubiera dado cuenta sin duda y tuvo que seguir hasta la autopista. Le perdió de vista el resto de la jornada. Cuando llegó al hostal, cinco horas después, mi pareja me preguntó si había vuelto. Le dije que sí, que lo hizo veinte minutos después de salir y que, hasta el momento no había vuelto a salir otra vez.

Pero como si lo hubiera intuído, Leonardo volvió a salir de su cuarto y del hostal. Yo le ví por la ventana exterior montarse en el coche y esta vez sí que tomó la dirección del pueblo de nuestro cliente el señor Bebiáz. Su comportamiento parecía muy sospechoso. Se me ocurrió que Lucas podría entrar en el cuarto de Leonardo y hacer un pequeño registro. Yo vigilaría. Le pareció bien y entró usando una ganzúa. Veinte minutos más tarde, salió.
-          ¿qué?

Me miró divertido, sonrió y soltó una carcajada de relajamiento total.
-          No es nuestro hombre….se llama Gonzalo Revuelta y es un sacerdote que está en unas jornadas ecuménicas cerca de aquí.
-          Puede ser una falsa personalidad – dije yo.




-          Muy elaborada tiene que ser, porque resulta que tiene ahí hasta la sotana y el alzacuellos. Además, he encontrado una cita de las jornadas totalmente en regla, así como un dossier de las mismas donde queda claro que acaban el día que nos dijo la hostelera. Definitivamente no lo es.
-          Hemos perdido el tiempo – dije yo.
-          No del todo. Ahora voy a salir, ya como Lucas “macho”.

Y se marchó.

Pasaron los dos días y ocupamos la habitación doble del padre. Al día siguiente Bebiáz partiría en el avión, y esa noche debíamos instalarnos en la casa de nuestro cliente. Trazamos nuestro plan, y sobre las diez de la noche salimos en dirección al pueblo.

Paramos unas horas en un bar de carretera cercano, para hacer tiempo y comer algo, al igual que para comprar provisiones para nuestra espera. Decidimos acceder a la casa de madrugada y por separado. Primero yo y más tarde Lucas, una vez que yo me hubiera asegurado de que no había problemas a la vista. Eran las tres y cuarto cuando estuvimos ya los dos dentro de la casa. Nos sentamos con nuestro cliente para repasar el plan y para cerciorarnos de que la sirvienta ya había sido enviada de vacaciones. Tomamos las precauciones necesarias y abrimos unos oportunos miradores para controlar desde nuestro escondite a cualquiera que estuviera en la casa. La policía debía intervenir en cuanto Lucas diera la señal convenida, consistente en una llamada desde un transmisor que nos entregó amablemente la policía.

A las siete de la mañana, Bebiáz salió de la casa con sus maletas y subió al taxi que lo esperaba en la misma puerta. Todo quedó en silencio. La mañana transcurrió sin incidencias. Fue al caer la tarde, sobre las siete cuando oímos claramente la cerradura de la puerta principal. A juzgar por los pasos, había entrado una mujer, seguramente la sirvienta, que de inmediato se quitó los zapatos y se calzó otro tipo de objeto que hacía mucho menos ruído. Aún así se podían oir en el silencio sus desplazamientos por la casa. Una hora más tarde sonaron unos golpes subrepticios en la puerta trasera y entró otra persona, seguramente Leonardo. Hablaron en voz baja y no pudimos oir nada. Hizo lo propio al cambiar de calzado. Calculamos que estaban en el salón comedor. No podíamos escuchar con claridad sus palabras. Llegó a nosotros un ruído de platos y cubiertos. Estaban comiendo algo. También distinguimos el ruido de la leña en la chimenea y el atizador removiendo las ascuas. En un momento dado sonaron más golpes en la puerta trasera y accedieron dos personas más, que también se cambiaron de calzado. Había cuatro personas en la casa. Ahora las conversaciones eran más fuertes y pudimos ori algunas palabras. Aguantamos la respiración cuando el picaporte de la






puerta de la habitación donde estábamos giró repetidamente y de forma insistente.
-          No se abre – dijo una mujer.
-          Usa la llave – dijo otra voz.
-          No va tampoco – dijo la muer probando varias llaves. Es raro porque esas llaves están siempre en este llavero.
-          Pues hay que encontrarlas! – dijo otra voz más joven airadamente.
-          Podemos acceder al sótano desde el patio, porque no es preciso comenzar en la carbonera. Si cavamos en el patio nos ahorraremos picar el cemento del suelo y haremos menos ruido. La arqueta debe estar a un metro, no más – dijo la sirvienta.
-          Pues manos a la obra – dijo el viejo, seguramente Leonardo.

Comenzaron a cavar. Eran dos picos y una pala. Media hora más tarde llegaron a la arqueta, y la perforaron.
-          Ya estamos – dijo uno.
-          Ahora recordad el plan. Tú irás primero, Lolo. Luego irá Juanito y yo detrás. Tú te quedarás aquí, y con el oído puesto. Cuando lleguemos al objetivo te avisaremos para que vayas bajando las herramientas. Debes tener preparados los sacos y las cajas. Yo te iré pidiendo lo que nos vaya haciendo falta y luego te los entregaré llenos para que los vayas metiendo en las cajas de madera. Antes de las cuatro y media hay que terminarlo todo, para cargar la furgoneta antes de las cinco y entonces saldremos usted y yo de lanzadera. ¿has comprado pilas para los transmisores? Si.

Comenzaron a trabajar. Le dije a Lucas que cuando llamaría a la policía. Me respondió que entre las cuatro y media y las cinco, cuando estuvieran cargando la furgoneta. Así la policía los pillaría con las manos en la masa.
-          Al final su objetivo era la cámara segura del banco, no? – pregunté yo.
-          No – dijo Lucas. La joyería también tiene una cámara segura y pude averiguar gracias a la información de la policía que esa joyería es, en realidad, una tapadera para guardar objetos especialmente valiosos fuera del banco para despistar a posibles ladrones. Pero en este caso tienen información privilegiada. Acceder a una cámara de seguridad de un banco es complicado y haría mucho ruido. Leonardo es un profesional y tiene muchos amigos dispuestos a revelar información por dinero.

Eran las dos y media y podíamos oir con relativa claridad el progreso de los trabajos. Funcionaban coordinadamente, con una profesionalidad fuera de toda duda. La




mujer y Leonardo eran el último eslabón de la cadena. A veces, cuando los otros dos estaban más lejos, hablaban en oz baja entre ellos. Una de las veces me pareció oir algo como “recuerda que …….. .. es la última, yo ……. y …. me ……..darás a empujar …….arque…. los tres ………. arena”. Lucas había oído algo más. Se puso serio y me miró fijamente.
-          Quieren jugársela a los cómplices – me dijo. O eso me ha parecido escuchar.

Yo asentí. Pero no tenía sentido, porque entonces los otros dos les delatarían y ayudarían a la policía a capturarlos. De inmediato nos miramos horrorizados.
-          Van a matarlos dentro de la arqueta! – exclamé yo.
-          Pero ¿cómo cargarán ellos dos la mercancía? – dijo Lucas.
-          ¿quién nos dice que para cargarla se necesitan cuatro personas? – repliqué.
-          Cierto – dijo Lucas- los otros dos están ahí para cavar y para acceder al depósito de la joyería. Hay que evitar que los maten; debo llamar a la policía antes. Hay que estar atentos a cuando comiencen a subir sacos y a meterlos en las cajas. Ese será el momento de llamar. No podemos esperar a que carguen la furgoneta, porque entonces ya los habrán matado y enterrado en la arqueta.

Escuchamos con toda claridad un sonido metálico de rosca, como de un silenciador acoplándose a una pistola.
-          Ahora es el momento de llamar – dije yo.

Lucas asintió y pulso el transmisor.
-          Rápido, van a dispararle a los cómplices. Tenéis que entrar de inmediato. Están en el patio interior. Debeís acceder por la puerta y por los tejados que dan al patio – dijo Lucas.

Cinco minutos más tarde se oyeron las voces que anunciaban la llegada de los agentes. Hubo unas maldiciones, forcejeos, quejas y sonido de grilletes. Lucas y yo salimos del escondite y ya estaban los cuatro malhechores en el suelo, boca abajo y debidamente engrilletados. El anciano volvió la cabeza y nos miró con una expresión de malignidad y de rabia como no había visto yo antes.
-          Enhorabuena, señor Lucas – dijo un agente estrechándole la mano. Luego nos contará como ha conseguido ejecutar este trabajo de forma tan perfecta. Mis felicitaciones más sinceras.

Los presos subieron al furgón policíal que se perdió en la oscuridad de la






madrugada. El Jefe de policía, Lucas y yo entramos en la casa, nos servimos unas copas y nos acomodamos en el sofá. Lucas comenzó su relato.
-          La verdad es que el caso fue claro desde el principio. Ese ardid del apellido era inteligente, pero en su genialidad estaba también su error garrafal: un peruano que no sabía de su familia española no tenía por qué saber el error del oficial del registro en el apellido. Eso lo delató. Luego, cuadrando fechas de nacimientos y edades, llegué a la conclusión de que el pariente indiano era
un fraude. La carta la había escrito un español y no un indiano. El texto así lo indicaba, también el papel y la letra y el pulso tembloroso no correspondían a una persona joven como debía ser el pariente peruano. Esos motivos fueron el prefacio de las evidencias que reveló el posterior análisis de huellas dactilares y la cercanía del banco y la joyería con la casa y, sobre todo, la arqueta de saneamiento que concreta de forma subterránea los inmuebles. Yo pensaba que lo que estabn buscando se encontraba en la casa, pero cuando me aseguré de que no era así, pensé de inmediato en un robo de oro y dinero. Luego, gracias a un policía supe de lo de la joyería como tapadera de la cámara de seguridad del banco, y ya no tuve duda alguna de que ese era el objetivo de los cacos. El resto consistió en identificar al cerebro de la trama, aunque todavía no conocemos al contacto peruano, el que recibió la carta de Leonardo Sigüenza y la volvió a enviar a España, a Bebiáz. Tenemos, eso sí, sus huellas dactilares.
-          Sus deducciones han sido asombrosas, y sobre todo en el poco tiempo que las ha hecho. Ha evitado un robo importante, y, además, dos asesinatos, porque ese viejo cabrón iba a cargarse a los dos y huir con la sirvienta a Portugal, y después a Costa Rica – dijo el policía mirando su reloj.
-          Ha sido un placer ayudarles – dijo Lucas. Y sobre todo ha sido muy positiva la colaboración entre nosotros.

Nos despedimos todos, y Lucas y yo nos acostamos a descansar, esperando la llegada de nuestro cliente, que debía ser a mediodía. Cuando apareció, dio un abrazo a Lucas y un beso a mí. Lucas le volvió a relatar todo el proceso deductivo, terminado el cual, el Señor Bebiáz estrechó emocionado la mano de mi pareja, y le dio las más efusivas gracias.

Y así acabó el asunto del señor Bebiáz y de su herencia fallida, felizmente. Pero una sospecha de nuestro cliente había puesto sobre la pista a Lucas, y por ello mi pareja también alabó su perspicacia e inteligencia a nuestro cliente, el cual se sintió muy confortado.

F I N


3 comentarios:

  1. Buena e interesante historia.
    Te animo a ampliarla para crear un relato más extenso.
    Enhorabuena.

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  2. Gracias por tu amabilidad, pero creo que el argumento no da para mucho más. Salud.

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  3. Por cierto, Argán, no consigo entrar en tu blog. Dime cómo puedo hacerlo. Salud.

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