miércoles, 8 de marzo de 2017



LA INOCENCIA DEL SEÑOR ATILA

                En mi memoria siempre estará presente el caso del señor Atila Fernández. Desde el principio, este asunto tomó un derrotero siniestro y grave, pero a medida que las investigaciones avanzaban, su cariz fue haciéndose más y más tremebundo, hasta desembocar en un impactante y mediático problema que estuvo en boca de la ciudadanía durante varios meses, y seguramente, todavía existen muchos miles de personas que lo recuerdan transcurridos más de veinte años.

                Lucas solía recibir a sus clientes en su despacho,  ubicado en nuestra casa. Pero en el caso que nos ocupa, debimos desplazarnos a la prisión de H* porque nuestro cliente estaba encarcelado debido a un auto de prisión sin fianza e incomunicada dictado por el juez de forma inmediata a su detención. Se le acusaba de asesinato por envenenamiento en la persona de su esposa, de la que estaba separado y en trámites de divorcio contencioso.

                Las pruebas parecían concluyentes, y el fiscal solicitó prisión sin fianza e incomunicada. El juez aceptó tal petición, ante la impotencia de la defensa, abrumada por las pruebas en contra de su cliente.

                En la primavera de 1997, Lucas fue requerido por el Señor Atila Fernández para que se hiciera cargo de la investigación del caso, ya que juraba y perjuraba su inocencia. Según sus palabras “tarde o temprano se dará con la prueba que me exculpe, y no tengo duda de ello porque yo y solo yo sé con total seguridad que no cometí ese crimen”. Esa afirmación fue suficiente para Lucas, el cual esgrimía el siguiente argumento: “un culpable, aunque no reconozca su culpa, se aferrará a resquicios y argumentos legales para evitar la cárcel. Contratará a buenos abogados seguramente. Pero Atila me contrata a mí y esa es la mejor de las pruebas que poseo para creer en la inocencia de mi cliente, y para que este caso se me presente como todo un reto a mis habilidades. Sin duda me volcaré en su resolución”.

                El 14 de abril de 1997, Lucas y yo nos desplazamos a la prisión donde estaba encerrado nuestro cliente, para escuchar de su boca su versión de los hechos y para escenificar el comienzo de las investigaciones que debían librar a nuestro cliente de ser objeto de una injusticia. Eran cerca de las seis de la tarde cuando se presentó el reo. Era un hombre de unos 35 años. Alto, rubio y con bigote y perilla. Sus modales eran educados y su voz, compungida por la emoción, resultaba elocuente y agradable al oído. Nos saludó con una inclinación y tomó asiento frente a nosotros. Observé como Lucas lo escudriñaba con su habitual tic, lo cual denotaba un interés reconcentrado.




-          Señor Lucas, ante todo agradecerle su amabilidad por prestarse a investigar este asunto. Antes de comenzar, le diré que pude estar usted seguro que está frente a una persona inocente y que, por tanto, no perderá usted tiempo ni reputación haciéndose cargo de mi problema. Eso se lo garantizo con el más solemne juramento que nunca haya hecho un hombre. Seguidamente le contaré con todo detalle lo que sé acerca del asesinato de mi esposa, si es que fue un asesinato, y procuraré no omitir aspecto alguno, sabedor de la importancia que para usted tienen los detalles.
Atila tragó saliva, se aclaró la voz y comenzó su relato.

-          Mi esposa se llamaba Susana Díaz y tenía dos años menos que yo. Llevábamos casados unos trece años y no teníamos hijos debido a un problema de ella relacionado con eso que llaman “matriz infantil”. No era estéril, sino que tenía pocas posibilidades de quedar encinta. Durante unos años siguió un tratamiento prescrito por el médico ginecólogo, pero ya hacía unos cinco años que lo había abandonado.
Mi mujer era una buena persona. Sin embargo nuestras formas de ser chocaban con frecuencia, y la imposibilidad de tener hijos deterioró bastante nuestra relación, hasta el punto de hacerse inviable. Al respecto le aseguro que jamás la amenzacé, ni la agredí ni siquiera recibió un empujón de mi mano. Acepté nuestra incompatibilidad de buenas maneras y empaticé con su deseo frustrado de ser madre.
Hace unos dos años, decidimos darnos un tiempo para meditar sobre nuestra relación y nos separamos. Yo marché a vivir a un piso de alquiler y ella se quedó en la casa de ambos. Nos veíamos con poca frecuencia, pues esa era la idea. No obstante nuestra relación seguía siendo cordial, aunque fría y le aseguro que yo la hubiera ayudado en cualquier cosa que me hubiera pedido, sin la menor duda.
Una noche del mes de enero de este año, coincidimos en un pub nocturno. Ni yo ni ella habíamos provocado el encuentro. Simplemente teníamos amigos comunes y solían ir a ese establecimiento, y por ello nos vimos allí. Estuvimos saludándonos y cada uno estuvo hablando con gente diferente. Eran ya las dos de la madrugada cuando, a causa de un pequeño malentendido, azuzado por un conocido que suele comportarse como catalizador de broncas, tuvimos una agria discusión, agravada por el alcohol y llegamos a insultarnos y amenazarnos mutuamente. Ese es el episodio que esgrime el fiscal como antecedente de maltrato por mi parte para justificar que yo pudiera haber decidido dar muerte a mi ex esposa. Llegué, incluso, a pedirle disculpas a los pocos días, y ella me las aceptó, reconociendo que había sido culpa de ambos. Quedamos tan amigos.






La tarde que fue descubierto su cadáver hacía más de dos semanas que yo no la veía ni hablaba con ella por teléfono. La última vez que nos vimos fue, como le he dicho, un par de semanas antes porque coincidimos en la cola del supermercado. Nos saludamos, nos interesamos el uno por el otro y nos despedimos sin más.
Cuando la policía llegó a mi casa, el domingo del asesinato y tras hallar su cuerpo sin vida, yo acababa de levantarme de la siesta. No había salido de casa en todo el día y de repente recibí la noticia de su muerte. Un agente me dijo que debía vestirme y acompañarles a la comisaría para tomarme declaración. Tras cuatro horas de interrogatorio, me dejaron en libertad. Tres semanas más tarde me detuvieron, acusado de asesinato por envenenamiento. Eso es todo lo que puedo decirles, y me he explayado todo lo posible, pero la verdad es que no sé ni una palabra más de este triste asunto.

                Lucas guardó silencio, mirándome de soslayo. Luego preguntó a nuestro cliente:
-          No me cabe duda de que dice usted la verdad. Puede parecer alocado por mi parte decir eso, pero mi intuición es abrumadora en este caso. Le ayudaré y encontraré al culpable. Confíe en mí. Ahora debo hacerle unas preguntas.
-          Adelante – dijo Atila.
-          Durante cuánto tiempo exactamente estuvieron ustedes separados?
-          Yo me mudé al piso de alquiler el día 12 de marzo de 1995, y hasta la fecha de mi detención he estado viviendo allí. No ha pasado ni una sola noche fuera de ese lugar.
-          ¿ha mantenido usted relaciones durante ese tiempo?
-          Sí señor. Dos veces. Una vez contraté una prostituta a domicilio y lo hicimos en mi casa. Otra vez fui al “Rincón de la Alegría”, el conocido Club de alterne con dos amigos. Fuera de esas dos ocasiones, no he estado con ninguna mujer. De hecho puedo decirle que durante nuestra separación no he salido de copas más de tres o cuatro veces.
-          ¿sabe usted si ella ha tenido alguna relación?
-          Lo ignoro completamente. No puedo decirle más que coincidimos una vez en el pub de copas el día de la discusión. Ese día ella estaba con algunos amigos suyos y, aunque no me fijé demasiado, creo que no tenía nadie alrededor que pudiera parecer su pareja o amante.
-          ¿sabe usted de alguien que pueda desear hacerle daño a usted? – preguntó Lucas enfatizando mucho el “usted”.
-          Hasta el punto de arruinarme la vida, no. Sin embargo sí que tengo algunas enemistades que consisten en un par de clientes insatisfechos, pero nada más. Fuera de eso, no creo tener problemas con nadie.






-          ¿sabe usted de alguien que quisiera o tuviera motivos para matar a su esposa y luego culparlo a usted?
-          No. Que yo sepa y hasta que nos separamos ella no tenía enemistades. Ignoro si después surgió alguna, pero hasta nuestra separación, no las tenía.
-          Debo advertirle que es muy poco lo que tengo para sustentar un plan de investigación. También, como sin duda usted sabrá, es muy poco lo que tiene la policía, salvo pruebas circunstanciales y algún que otro conocido suyo que le vé capaz de hacerle eso. Ahí no nos llevan ni le llevamos ventaja. De todas formas, esté tranquilo y confíe en mí. Creo que podré ayudarle y lo creo porque también creo firmemente en su inocencia, y eso hace que deba existir una explicación que encontrar. Soy optimista por ello.

                Nuestro cliente asintió con emoción contenida. Lucas y yo nos levantamos y después de darnos un apretón de manos, salimos de la cárcel y montamos en nuestro coche camino de casa.

-          La muerte fue por envenenamiento. Susana tomó un café con cianuro y murió a los veinte segundos. Alguien había puesto el veneno en su taza – dije yo.
-          ¿en su taza? – preguntó Lucas mirándome. ¿y por qué no en el azúcar, en la leche o en el mismo café molido?
-          Bueno, ya me entiendes – dije yo.
-          Perdona, cariño, pero hablo más conmigo que contigo. Repasemos los hechos que argumenta el fiscal y la policía. Según ellos, Atila la envenenó premeditadamente una vez que pudo acceder a su cocina y depositar el veneno sin despertar sospechas. Tal vez llevaba días o semanas en la azúcar o en el café, así uno u otro día Susana lo tomaría. Era una muerte relativamente aleatoria…. ¡qué extraña forma de asesinar!

Lucas quedó en silencio mientras yo conducía. Puse la radio pero me pidió que la quitara. Sin duda estaba inmerso en hondas cavilaciones.
-          Hace ya un trimestre del asesinato. Eso tiene mucha importancia para mí – dijo. Susana vivía en la capital y Atila en un pueblo a treinta y cinco kilómetros de allí…. Hay algo que me gustaría comprobar, y lo haré mañana mismo. Tengo un par de teorías que necesito contrastar.

Guardó silencio durante las cuatro horas de viaje y cuando llegamos a casa siguió sumido en sus pensamientos. No quise molestarle. Después de cenar me fui a dormir y él quedó sentado en el sofá. Cuando desperté, por la mañana, comprobé que Lucas no había dormido. Seguía allí sentado, en la misma postura y con la jeringuilla junto a él. La morfina tampoco le había hecho dormir.






-          ¿qué hora es? – me preguntó.
-          Las siete y cuarto.
-          Debo salir antes de las ocho. Tengo un día interesante por delante.
-          ¿has averiguado algo?
-          Me temo que Susana es víctima de un asesino peculiar, muy inteligente y al que le está sonriendo la suerte…de momento. Eso es tanto peor para nuestro cliente. De lo que averigüe hoy dependerá en buena medida el final del caso.

Había anochecido ya cuando Lucas llegó a casa. Moqueaba y le lloraban los ojos. Necesitaba morfina con urgencia, y se administró una buena dosis de inmediato. Exhaló un suspiro de satisfacción y me miró con sus ojos brillantes. Quise ver una sonrisa en su rostro, pero si la hubo despareció de repente.
-          ¿qué tal? – pregunté.
-          Tan poca cosa que me ha sorprendido positivamente. No he hallado lo que buscaba, pero esa circunstancia puedo interpretarla también. Estoy esperando una información que me llegará mañana y que es crucial para este asunto.
-          ¡de qué se trata? – pregunté yo.
-          Un listado de las últimas muertes por cianuro en unos lugares concretos – respondió Lucas.
-          ¿estás pensando en un asesino en serie?
-          No exactamente, sino en una serie de asesinatos por cianuro, que son cosas muy, pero que muy diferentes – respondió con una sonrisa apenas esbozada.
-          No te entiendo – confesé.
-          Tampoco lo deseo. Es solo una de las dos teorías que manejo, pero que me parece la más probable.
-          ¿quieres cenar?
-          Sí, pero favor.

Comimos y nos acostamos. Eran cerca de las nueve de la mañana cuando nos despertamos.  Lucas corrió a su PC para ver si había respuestas. Leyó detenidamente un correo que había recibido y apretó el puño en señal de victoria.
-         Lo que yo pensaba! – dijo. Hay dos muertes más por cianuro en los últimos meses y en la capital. Dos personas más están encarceladas acusadas de envenenamiento, como Atila. Justo lo que yo pensaba: un hombre de mediana edad, y una joven de 20 años son las víctimas. El exnovio de la joven está acusado de asesinato como Atila y el hermano del hombre, también. Susana es la tercera víctima. También se declaran inocentes.
-         ¡Un asesino en serie! – dije yo.
-         No – dijo Lucas, una serie de asesinatos, que es algo muy, pero que muy distinto.





-         Es la segunda vez que me haces ese matiz. Explícamelo, por favor.
-         Prefiero esperar un poco más. Luego te juro que te lo revelaré a ti antes que a nadie – me contestó.

Lucas salió de inmediato. Dijo que iba a ver a su amigo el Jefe de Policía de Madrid y que seguramente llegaría por la noche. Efectivamente, eran más de las once cuando apareció. Su cara revelaba sentimientos contrapuestos. Aunque predominaba la alegría, había algo sombrío en su expresión. Cogió su kit de opiómano y se administró una buena dosis de cloruro de morfina. Quedó unos minutos semidormido y cuando los efectos del rush se aliviaron un poco me miró y comenzó a hablar.
-          Sabes que cuando una persona inteligente toma un derrotero malvado en su vida, se convierte en alguien tan peligroso que no nos imaginamos hasta donde puede llegar? Este es una caso típico que demuestra esa afirmación. El autor o autora de estos envenenamientos es alguien frío, calculador, malvado e inteligente y, por desgracia, le ha salido bien su plan. Encontrarlo es tan difícil como hallar una aguja en un pajar, pero al menos tenemos localizado uno de los extremos de la madeja. Podemos empezar a tirar de él.
-          Explícate – dije.
-          Tres muertes han sido detectadas, de momento, a causa de envenenamiento por cianuro. Estoy seguro que ha habido más, y puede hasta que todavía queden algunas más. Estos tres casos han sido diagnosticados, pero si le ha ocurrido a un anciano que estaba esperando su muerte, nadie ha investigado ese caso, y es solo un ejemplo. Por fortuna, mañana visitaré las casas de las tres víctimas, y sé lo que busco. El reto está en dónde encontrarlo. La única pista que tengo es que las tres víctimas tienen un producto idéntico en sus casas y ese producto es comestible. Susana hacía la compra en el supermercado “Kiklo plus”, al igual que las otras dos victimas. El asesino envenenó cierto producto para provocar varias muertes, de forma que la que realmente quería perpetrar quede enmascarada por las otras ¿lo entiendes ahora?
-          Claro que sí – dije yo emocionada.
-          Es solamente una teoría, pero cada vez cobra más sentido. ¿cómo sabía yo que últimamente ha habido varias muertes por cianuro? Porque eso debía haber ocurrido si mi teoría está en lo cierto…y así ha sido.
-          ¡Genial Lucas, Genial! – grité yo abrazándolo. ¡Eres un genio, un puto genio!!
-          Si logro identificar el producto usado como vehículo, las cámaras de seguridad harán el resto. Al menos confío en ello – dijo Lucas.
-          ¿qué producto usarías tú para envenenar a varias personas sin despertar sospechas?
-          ¿azúcar, café, harina, salchichas…? ¡no? – dije yo.




-          No, no, no…. El azúcar viene en kilos y requiere mucho cianuro para garantizar un envenenamiento. Debe ser alguna cosa que sea controlable par ano provocar algo que se haga demasiado notorio. Debe haber cinco muertes a lo sumo, poco más. No sirven intoxicaciones curables, no: la forma debe garantizar la muerte sí o sí. El vehículo debe ser algo muy individualizable y fácilmente portable y que no despierte sospechas cuando se coloque en las estanterías del supermercado. Debe ser pequeño de tamaño y divisible a la vez que fácilmente manipulable para introducir el veneno……
-          Creo que comienzo a verlo claro – dije yo. Yo añadiría que no puede ser más que algo que se ingiera de una sola vez, porque de lo contrario el cianuro se notaría. ¿no? Además es algo que no necesita ser cocinado, que se ingiere tal cual viene.
-          ¡claro que sí! ¡ genial cariño! – Lucas saltó de alegría. ¡claro que sí! – dijo dándome un achuchón y un gran beso. ¡debe ser …divisible en unidades, y el veneno solamente debe estar en alguna unidad del total. Esto implica que habrá varios “totales” en los que uno y solo uno de sus elementos estará envenenado.
-          ¡claro que sí! – grité yo ¿pastillas de vitaminas? ¿pastelitos? ¿donuts?
-          Los donuts y los pastelitos no me cuadran porque son muy perecederos, pero las pastillas de vitaminas, sí. Eso es lo que comenzaré buscando mañana en las casas de las víctimas. Si no es eso, será algo muy similar….

Al día siguiente, Lucas me pidió que le acompañara en la inspección ocular de las casas. Yo accedí. La joven vivía con dos chicas más, en un piso compartido. En su mesilla de noche no había nada, pero en la cocina encontramos un bote de cápsulas de valeriana natural. Las otras dos chicas nos aseguraron que era de la fallecida y que la tomaba cada noche al irse a la cama. Ninguna de ellas la había tomado nunca. En la casa del hombre envenenado había también un frasco de cápsulas de valeriana. Su esposa dijo que ambos la tomaban a diario. También Susana tomaba Valeriana y también hallamos un bote de cápsulas en su casa. Lógicamente en solo una de las cápsulas estaba el cianuro. Que le tocara a uno u otro era cuestión de suerte, solamente. De inmediato la policía hizo un comunicado a los medios para prevenir posibles envenenamientos ya que la cantidad de botes envenenados era desconocida. El paso siguiente era localizar al asesino. El lugar donde había comprado el producto era el “Kiklos Club” y nos personamos allí para pedir las cintas de las cámaras de seguridad. Los botes de pastillas estaban en una estantería que se observaba muy bien en las cintas. Lucas dedujo que habría que revisar un mes antes de la muerte de la primera víctima, ya que el contenido era de 30 cápsulas por envase. Comenzamos a videar las cintas, las cuales se repartieron entre cuatro policías. Lucas y yo supervisábamos. No nos llevó mucho tiempo: en menos de dos horas vimos claramente el rostro del asesino. Sacó cuatro envases de un bolso y los colocó en la estantería. Miró a ambos lados y cogió uno y lo puso en su cesta de la compra. Luego siguió disimulando.







Las cintas tenían una gran calidad de imagen, pero incluso con menos calidad hubiera sido posible distinguir en ellas el rostro de nuestro cliente Atila Fernández cambiando la valeriana que Susana había comprado por otra que tenía en su poder. En la cinta del día siguiente, Atila puso tres envases en la estantería, los tres los tenía en su bolso y cada uno de ellos tenía dentro una cápsula rellena de muerte.

F I N

3 comentarios:

  1. Ayer leí el otro relato, y compruebo con éste que te gusta el género propio de personajes investigadores. No hace falta recordarlos.
    Tienes cualidades pero, al trabajar dicho género, entras en competencia con grandes autores. Entonces, ya no te bastará con ser bueno.
    Esto no es una crítica. Sólo quiero hacerte pensar.
    Tienes mi reconocimiento y un amistoso saludo.

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  2. De nuevo mi agradecimiento por tu amabilidad. Crecí leyendo a Poe y a Doyle, y eso no tiene más remedio que causar recpercusión en lo que se escribe. Salud.

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  3. Sería importante que alguien me marcara alguna ruta para poder promocionar mis escritos. Creo que no son malos, pero también que son muy mejorables. En cuanto al género, estos dos son un mirlo blanco. Si ves mi blog, comprobarás que suelo escribir sobre otros temas, no sobre relatos detectivescos,y es que toda la literatura es de mi agrado, siempre que sea buena y transmita algo.
    Argán, te agradezco tus consejos, pero te pido ayuda en cuanto a si puedes sugerirme alguna forma de promoción. Salud.

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